En el momento y lugar adecuados
Que levanten la mano todos aquellos que hayan seguido el Mundial de rugby. Venga, sin miedo. Y ahora, que la levanten todos los que han visto el momento en que Sonny Bill Williams, de los All Blacks, regala su medalla de oro a un niño que había saltado al campo. Este momento es capaz de borrar todo lo demás. No importan ni el deporte en sí, ni los resultados, ni los campeones: todos nos centramos en el gesto entre el hombre y el niño. Gesto que es doblemente tierno al venir de un hombre tan grande, de un deporte que muchos consideran como rudo. Se nos llena la boca hablando de valores y fair-play, y de paso nos limpiamos el mal sabor de boca que aún nos deja la patada de Rossi. Y además estamos tranquilos, el señor Williams es recompensado por su humanidad con una medalla nueva; el círculo queda cerrado. A mí también me llegó al corazoncito, pero con unos trazos amargos. Quizá sea la envidia por el niño que tuvo la osadía de saltar al campo, el niño que estaba en el momento y en el lugar adecuados, y supo aprovecharlo.— María Rey de Diego.
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