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CONVERSACIÓN GLOBAL

La excepción helvética y la democracia directa

El control ciudadano y los referéndums populares marcan en Suiza la diferencia

El caballero que sube al tranvía es de mediana edad, luce barba de varios días y un impermeable algo arrugado. Tras murmurar un tímido Tschuldigung(disculpe) a quien escribe estas líneas, se acomoda en el asiento de al lado y mira el paisaje. El motivo por el que hablamos de algo tan banal es que este hombre es Alexander Tschäppät, alcalde de Berna.

En 2009, durante la crisis de los rehenes que enfrentó a Suiza con la dictadura de Gadafi, el entonces presidente de la Confederación, Hans-Rudolf Merz, debió pasar la noche en Milán a su retorno de Trípoli. ¿La razón? Que el avión presidencial no puede molestar a los vecinos pasada cierta hora. En Suiza, caravanas de coches oficiales se detienen para que una señora mayor con el carrito de la compra cruce la calle, y cualquiera puede llamar por teléfono al Parlamento y hablar con sus diputados, que le atenderán personalmente. Y rápido. Algo que en otras latitudes sería difícil de imaginar aquí es moneda corriente.

Lo que en parte explica esta excepción helvética es su democracia directa, expresada mediante control ciudadano y referéndums populares. Se suma lo que en Suiza se denomina políticos “de milicia” (sin sueldo), que mantienen sus carreras profesionales durante su mandato. Van a las sesiones del Parlamento cuatro veces por año, y luego vuelven a su granja, su consulta médica, o a regentear su bar.

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En este país que hace dos semanas ha renovado el Parlamento dando un giro a la derecha, esta independencia de la clase política hace de la democracia suiza un fenómeno (casi) único en el mundo. Donde el alcalde toma el tranvía sin escolta, el presidente no puede despertar a los vecinos y la viejecita tiene prioridad ante los VIP. Donde el político no está obligado a mantener su escaño (o su cargo) para seguir viviendo, pues tiene otra profesión. Algo que ayuda mucho para que estos políticos mantengan contacto con el mundo real.

Al leer los borradores de este texto, un abogado suizo-español concluyó riendo: “¿Y todo esto qué tiene de raro? En realidad… los raros son los otros”.

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