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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Arte urbano en Antananarivo, la capital más rural del continente

Autor invitado: Javier Mantecón Botella (*)

Muchos festivales culturales, una vez concluidos, se pierden en la memoria de sus asistentes, como una película de acción que vimos y que no tiene consecuencias directas en nuestras vidas más allá del propio momento vivido. Otros sin embargo perduran en sus intenciones y en la cotidianeidad de sus participantes y les acompañan durante los años venideros. El Festival de Arte Urbano que se celebró en Antananarivo, capital de Madagascar, del 12 al 24 de octubre de 2015, es uno de ellos.

Antananarivo es una ciudad que fue diseñada originalmente en el siglo XVIII para albergar a 100.000 habitantes. Con la llegada de la industrialización, Antananarivo comenzó a recibir habitantes sin cesar aunque, a diferencia de otras ciudades que han evolucionado con el tiempo en su propia personalidad urbana, la sociedad malgache de la capital fue y sigue siendo predominantemente agrícola, y además, está orgullosa de serlo. Estamos por tanto ante una gran ciudad de más de tres millones de habitantes de ritmo frenético que mantiene una estructura social y topográfica –la ciudad se encuentra rodeada por cultivos de arroz- basada en la agricultura.

Esta condición se traduce en una estructura urbana muy peculiar: decenas de colinas, arrozales, contaminación, un tráfico agobiante y espacios públicos y peatonales entre las edificaciones en donde realmente los ciudadanos viven su día a día. El Festival de Arte Urbano se celebró pues, partiendo de un contexto complejo con el que los artistas invitados debían interactuar con la ciudad con la intención de que el arte pase a formar parte de este escenario y mejorarlo.

La propuesta del festival, que este año celebra su segunda edición, se basa en un concepto de trabajo en red familiar. Los artistas invitados directamente con la organización se comprometen a traer consigo a otro artista desconocido por la misma que posea una buena capacidad de adaptación y una gran voluntad de trabajar en equipo. Así, la galería de arte contemporáneo Is´art, la única existente en la isla-continente y organizadora del evento, invitó a ocho artistas ajenos a la realidad malgache para presentar una propuesta inédita en el país: la colaboración directa entre artistas de Madagascar y los provenientes del extranjero y más concretamente del continente africano.

Esta idea, auspiciada por la asociación ANAE (Africa Nosy Art Exchange) y financiada principalmente por la organización suiza ProHelvetia, trata de poner en contacto continuo y estrecho las islas africanas con el continente. El aislamiento demográfico que sufren las islas en África debido a los altos costes del transporte marítimo y aéreo ha generado culturas únicas e incomparables con las que podemos encontrar en el resto del mundo. Esta riqueza, incomunicada durante siglos, comienza a abrirse al mundo paulatinamente, pero aún queda mucho trabajo por hacer en términos de relaciones directas con África, el continente madre. La galería Is´art, relocalizada desde hace un año en una antigua tintorería industrial, busca responder a la necesidad de los artistas malgaches de interactuar con África y el mundo, y al mismo tiempo, atraer las propuestas de Madagascar al territorio continental.

Durante más de dos semanas pues, artistas de Sudáfrica, Kenia, Zimbabue y Francia, cohabitaron con sus homónimos malgaches a través de un calendario plagado de actividades, talleres y momentos de convivencia colectiva para desarrollar una relación no sólo artística sino también personal. El resultado de esta intensa residencia artística se está disfrutando actualmente en las calles de Antananarivo a través de intervenciones y performances públicas. Es imperativo subrayar la importancia de la capital de la isla roja como un actor más dentro de todo el proceso creativo y de intercambio que ha supuesto el festival. Sus calles, los espacios públicos, su endemoniado tráfico, el trazado urbano y aún más importante, sus ciudadanos, han jugado un rol básico en la concepción artística durante todo el festival. La urbe como contexto vivo y dinámico, como sala de juegos en la que los artistas plasmaban sus inquietudes, conceptos e impresiones personales y creativas.

Esta relación entre arte, artista y contexto, no siempre reforzada como debiera, supuso el punto de partida del Festival de Arte Urbano. La Asociación de Profesionales Urbanistas de Madagascar ayudó a presentar Antananarivo a través de una radiografía de datos demográficos, geográficos e históricos y visitas a la ciudad a los artistas participantes del festival, ya no sólo los extranjeros sino también a los propios malgaches, que comenzaron a ver con otros ojos a su propio entorno.

Una vez presentado el contexto de trabajo, era el turno de los artistas de presentarse al resto. Así pues, durante más de una semana, se desarrollaron talleres de diferentes disciplinas artísticas; de música experimental, novela gráfica, intervenciones públicas, performance teatral o de reflexiones sobre el papel que debe jugar un artista en su propia sociedad, en la que los artistas invitados y ajenos pudieron compartir su experiencia y transmitir su visión artística del mundo.

Después de una primera semana de ajuste personal y contextual, los artistas participantes comenzaron orgánicamente a trabajar juntos en diversos proyectos que desembocarían en intervenciones públicas en Antananarivo. Paradas de autobús, lavanderías públicas y puntos de encuentro con vistas panorámicas en la parte turística de la ciudad fueron el objetivo activo de este grupo de artistas encabezado por Tahina Rakotoarivony, director artístico del festival y de la galería Is´art.

La francomalgache Nirina Lune en el momento de la actuación en el Palacio de la Reina.

Tras estas intervenciones plásticas y sonoras de arte urbano en la ciudad sólo quedaba el acto final. El espacio expositivo de la galería Is´art se transformó para la clausura del festival en una suerte de experiencia interactiva en la que las proyecciones de videoarte, el VJing, las luces, los colores y la participación directa con el público cobraron vida propia. Simultáneamente, en el exterior, una fiesta musical comenzó comandada por la Malagasy Noise Orchestra. Esta banda, creada ex profeso durante el festival alrededor de las sonidos experimentales tejidos por el músico sudafricano Joao Orecchia, se apoderó de la galería a través de instrumentos creados con basura que, procesados por sus sintetizadores, crearon una puesta en escena ruidista y postindustrial que el público malgache tardará en olvidar. Posteriormente la francomalgache Nirina Lune, con su propuesta basada en el slam, el hip hop y los loops vocales, encandiló a los asistentes a base de rimas y ritmos junto a los participantes del taller que realizó durante la semana en el festival. El fin de fiesta continuó con una jam sesión en la que instrumentos modernos y tradicionales malgaches se fundieron hasta que el alba cerró las puertas del festival.

Dos semanas intensas, gloriosas e inspiradoras que trajeron consigo debates artísticos extraordinarios, experiencias inolvidables, momentos de conexión personal y colectiva, intervenciones públicas y performances rupturistas que ponen a Antananarivo en el mapa africano del arte contemporáneo más novedoso, colaborativo y rompedor. La ciudad reaccionará poco a poco a estas actividades, asimilando la vorágine creativa que ha absorbido durante dos semanas para volver a demandar a sus ciudadanos que jueguen con ella, con sus espacios, con sus calles, con sus muros y su asfalto.

Antananarivo, la ciudad de las colinas y los atascos, aquella que espera de sus habitantes algo más de que sobrevivan en ella día a día, que aspira a elevarse al cielo del color y las formas a través de la participación ciudadana. El Festival de Arte Urbano ha logrado durante un breve periodo de tiempo poner en comunicación a la urbe con las personas que ella la habitan a través de un colectivo social cuya función siempre queda relegada a un segundo plano: los artistas.

Javier Mantecón Botella │Especialista en historia antigua, patrimonio histórico, cooperación cultural y cultura en África, donde ha residido desde 2008. Trabajó en Ghana, Togo, Tanzania, Malí y Níger además de haber viajado por un gran número de países del continente. Actualmente reside en Madagascar, en donde trabaja en la única galería de arte contemporáneo del país: Is´art Galerie. Intenta también, no siempre con éxito, tocar varios instrumentos musicales africanos tales como el kamale ngoni, el kologo, el molo o el balafón.

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