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Porque lo digo yo
Columna
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Amancio Ortega ha sido el hombre más rico del mundo durante unas horas. El más. ¿Se imaginan lo que debe ser?

Amancio Ortega, propietario del grupo Inditex.
Amancio Ortega, propietario del grupo Inditex. EFE

Amancio Ortega ha sido el hombre más rico del mundo durante unas horas. El más. ¿Se imaginan lo que debe ser? Levantarse una mañana, mirarte al espejo y soltar: “Hola, soy la mujer más rica del mundo, del planeta, de la galaxia, del universoooooo… Fastidiaos, Carlos y Bill”.

Una ordinariez tan grande solo la haría el Tío Gilito, o quienes no somos los más ricos del mundo, ni siquiera de nuestra urbanización. Los verdaderamente forrados no le dan importancia a un quítame allá esos miles de millones. La competición anda muy reñida; es una liga en la que solo juegan tres.

Emilia Clarke, la Khaleesi de Juego de tronos, es la mujer más sexy del mundo. La más. La Madre de dragones, Daenerys de la Tormenta, de los Targaryen de toda la vida, los de Rocadragón. Un sueño de dulzura y fuerza hecho realidad.

Y es curioso, porque apostaría mi amado teléfono móvil a que, cuando se levanta, más de una mañana, se mira al espejo y piensa: “¿Cómo voy a defender yo el título de la más sexy alive con este careto que tengo hoy?”. En eso, guapas y feas, ricas o pobres, a todas nos pasa igual.

La belleza es subjetiva, el dinero, no. ¿Keira Knightley o Irina Shayk? ¿Edificio en la Quinta Avenida, euro o dólar, Picasso o Monet? Arriba o abajo, cuando se trata de millones, las cuentas cuadran aunque solo sea por unas horas. La belleza tampoco dura eternamente pero no se puede cuantificar.

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