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Porque lo digo yo
Columna
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Mi felicidad blindada

A la mínima oportunidad, prémiate. No hace falta buscar una excusa para ser dadivoso con uno mismo

Cordon press

Nunca nadie me lo ha preguntado, pero hoy voy a hablar de algunas de las razones por las que gozo de este evidente y casi obsceno estado de felicidad.

Cero autocrítica. No se me ocurre peor plan que estar, mentalmente, diciéndote lo que has hecho mal. La autocrítica es un mal negocio que lo único que produce es frustración y melancolía. Sacúdetela a manotazos.

Quédate siempre con la primera idea. Está demostrado que darle vueltas a las cosas lleva al desánimo. Lo primero que se te ocurra (sobre cualquier tema) está bien. No caigas en el resobe intelectual que tanto desgasta.

Ocúpate solo de lo superficial. Cuando uno ahonda en lo que se suele decir “el meollo del asunto” lo normal es que no sepa ni por dónde empezar y se aturda. ¿De verdad quieres enredarte en cuestiones complejas si puedes evitarlo? La frivolidad no te va a dar ni un solo quebradero de cabeza. Te lo garantizo.

No hagas tuyos los problemas de los demás. Si alguien viene a contarte sus rollos, huye. Si no puedes, pon el salvapantallas. Y no bajes la guardia, hay por ahí mucha gente “cansina” que a la mínima oportunidad te van a poner la cabeza como un bombo con sus movidas. No les des oportunidad alguna. Tu salud mental y tu cutis te lo agradecerán.

¿No te hagas preguntas incómodas? Ni de ningún tipo en realidad, puedes llegar a conclusiones morbosas. Bajo ningún concepto practiques la espeleología emocional.

A la mínima oportunidad, prémiate. No hace falta buscar una excusa para ser dadivoso con uno mismo. Mírate al espejo y di: ¡me lo merezco! Después, averigua lo que te gusta y cómpratelo.

De nada.

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