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Tentaciones
el anticrítico gastronómico

¡Vivan las ferias, las verbenas y las fiestas de los pueblos!

Agosto huele a 'fritanga' y a sangría. Suena a Paquito el Chocolatero y se mueve como King África. Hasta el más moderno sucumbe a un buen sarao callejero

Dicen los telediarios que agosto es el mes de la felicidad. Dicen las estadísticas que la mayor parte de los mortales eligen este mes para disfrutar de sus vacaciones. Dicen los hosteleros que hacer el agosto no es una frase casual, que la gente sale más y consume más. Dicen, dicen, dicen tantas cosas del mes de agosto, que casi se les ha olvidado decir que agosto es el mes más verbenero del año, el mes en el que los santos y las vírgenes se hacen camaradas de hasta los más ateos. Y es que somos todos muy modernos pero nos gusta más una verbena popular que a un tonto un lápiz. Es normal, de algún modo tendríamos que desfogarnos los que nos quedamos currando mientras los demás disfrutan en la playa.

A los españoles nos pirra la calle, somos callejeros por definición. Nos mola una terracita con sol para tapear y criticar; nos mola un take away que no llega a casa porque nos lo vamos zampando por la calle, nos molan los sitios de comida rápida nocturna que nos sacan de más de un apuro; nos mola cenar con el botellón y hacer picnics en los parques. Pero sobre todo, nos mola una verbena popular, la santa con más devotos adscritos en el mes de agosto. Santa Verbena, debería tener un hueco ilustre en el santoral. Una oportunidad para comer, beber, bailar, reír; un encuentro en la tercera fase con el pasado que una vez existió a golpe de orquesta, barra y tómbola.

¿Moderno, quién?

El mes de agosto llega cuando aún nos recuperamos de la resaca de San Fermín (otro santo a venerar), de la feria del albariño y del orgullo gay. En Madrid, San Cayetano y San Lorenzo desde Lavapiés abren camino a la Paloma, la verbena que viste el barrio de La Latina y que consigue que pijos, hípsters, gayers, bakalas y punks se hermanen bajo el tarareo de un chotis. Y es que las casetas de los abuelos no pueden pasar de moda. Agua, azucarillos y aguardiente con “limoná” es lo que necesitas para intentar comprender cómo es posible que un señor octogenario de más de 120 kilos sea capaz de girar sobre sí mismo en una baldosa sin apenas pestañear al son de la Rosa de Madrid. Viene David Lynch a Madrid y se forra con un guión. Las calles se visten de barras, cada una con su chunda chunda particular; la opción más adecuada para soportar el inmundo calor de Madrid. Aquí ya no se habla de grupos de música de otra galaxia, ni del modeli fardón que lleva fulanita. No, aquí se habla de Camilo Sesto, de Georgie Dann y de Lina Morgan, la auténtica actualidad en una verbena. Y si es demasiado para los sentidos, siempre conviene callejear y buscar algo más trendy. Dejaos guiar por vuestros oídos.

España se revoluciona. Mientras que en la capital bailan el chotis, en el sur los verbeneros se preparan para la feria de Málaga, la gran rival de la feria de Sevilla. Vamos que es el jolgorio andaluz de caseta y farolillos, pero con playa y espetos. La calle Larios se engalana de lolailos varios, cachondeo y buen beber. El rebujito y la cervecita te ayudarán a salir del flamenqueo martilleante y las sevillanas hacia espacios donde poder tomarte un fresquito con música que va desde La Casa Azul hasta El Columpio Asesino. Más que conocido es el divertido peregrinaje desde el Muelle Uno de guiris que, bajo el grito de “torero olé”, pierden la cabeza pidiendo un café con una tapa de gambas y cosas por el estilo. Diversión asegurada. Bonus track: las casetas son gratis, así que se puede ir a la feria sin sorpresas desagradables. Y si te ha tocado volverte pronto, antes de llegar a Despeñaperros, haz parada en Baeza, provincia de Jaén, que están de “feriaso” y allí no tienen limite ni “jartura”.

¡Viva la fritanga!

Los verbeneros en España además se conocen por su particular camino de Santiago de verbena a verbena. No nos contentamos sólo con desfasar en las fiestas patronales de nuestro pueblo o de nuestro barrio. En Toledo es bien conocido el serpentín de fiestas de pueblo en pueblo que nos hacen vivir una verbena diferente cada semana y durante todo el mes. Del mismo modo que en Cáceres se concentran en el Martes Mayor de Plasencia desde todos los puntos de la Extremadura moderna, y no tan moderna. Adictos a las emociones fuertes reservan la última semana del mes para disfrutar de la orgía hortelana más divertida del planeta, la tomatina de Buñol, una forma de celebrar una verbena popular a tomatazo limpio. Vamos, que si queréis convertiros en la versión marciana de un salmorejo gigante, aquí tenéis vuestra oportunidad.

Cosas que no pueden faltar en toda verbena: fritanga, chorizaco, churros y bocadillos en servilleta de papel. El baile de los pajaritos y Paquito el Chocolatero. La muñeca chochona de la tómbola. Las lentejuelas de la corista de la orquesta. Las colas interminables a la hora de sacar un ticket. Los abanicos de cartón y los floripondios de los chinos. Los abuelos bailando King África.

Cosas que siempre faltan en casi toda verbena: Los baños públicos, el desodorante en más de unos cuantos desalmados, más actividades culturales, más horario para las barras y, tal y como están las cosas, los precios más populares, que ya está bien.

Y dicho todo esto, ya no queda apenas tiempo para la Semana Grande de Bilbao. Qué bajón regresar a Madrid después de tanta jarana. Claro que siempre nos quedará el castizo Verbena Bar en Malasaña, que ese abre todo el año.

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