Homenajes que matan
Son un arma de doble filo. Para Nora Ephron el suyo se convirtió en una bazofia intragable
Yo tenía entendido que lo más de lo más era tener un planeta con tu nombre, o en su defecto una calle, o un bolso como Jane Birkin o el mariscal Niel. Pero después de sopesar los pros y los contras, casi como que no me importa que no haya un Ana Bag. Igual, en lugar de Marc Jacobs, a mí me lo dedicaba algún supermercado de los que colecciono bolsas, y vaya papelón.
Porque hay homenajes que matan. Bautizan con tu nombre un polideportivo, o una placita, incluso una pizza con su gruesa capa de mozzarella… y qué. Se me ocurren un montón de preguntas. Esta deferencia, ¿viene con fecha de caducidad? ¿le han preguntado al homenajeado si le gusta el deporte barra la zona donde está la calle barra la pizza?, ¿y en qué casos se lo quitarán?
El ya expríncipe Felipe tiene un polideportivo pendiente de un hilo. Menos mal que ahora es rey. ¿No debería haber un contrato de nomenclatura que fijara los términos entre el homenajeado y los que le quieren homenajear? Por seis meses, cinco años o a perpetuidad. Y que cubra la responsabilidad civil, que a ver qué hacen con tu calle, tu pizza o la sala multisport.
Nora Ephron, la brillante autora de Se acabó el pastel, se quejaba de estos reconocimientos. El suyo tenía forma, sabor y olor de pastel de carne: el Nora’s Meat Loaf. Todo por obra y gracia de Graydon Carter, el editor de Vanity Fair metido a restaurador. A Nora le agobiaban los amigos que le venían con cuentos sobre su plato. Que si estaba buenísimo, que si demasiado hecho o le faltaba un poco de cocción, como si ella pintara algo, para bien o para mal. Poco a poco su homenaje se convirtió en una bazofia intragable. Más que una deferencia aquello era una cruz. Finalmente, se cayó de la carta con nocturnidad y humillación.
Esto de los homenajes es un arma de doble filo. Yo tengo unos amigos con gazpacho a su nombre, y cada vez que abro la carta respiro, cuando compruebo que sigue ahí.
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