Liberia, la primera república negra
Autor invitado: Omer Freixa
El 26 de julio no es un día más para los liberianos. Se cumplen 168 años desde la independencia de Liberia, un pequeño país cuyo nombre alude a la idea de libertad y fue noticia pasajera reciente ante la epidemia de ébola más grave de la historia. Se independizó en 1847, no de un Estado sino de una empresa, mucho tiempo antes que la mayoría de África. En efecto, cuando el continente fue repartido a finales del siglo XIX, esta joven república fue, junto al reino de Etiopía, la única en conservar su autonomía.
El nombre antiguo que adoptó Liberia fue el de “Costa del Grano”. Así devino desde que los portugueses, primeros europeos en arribar a sus costas y a la región a lo largo del siglo XV, comenzaran a practicar, desde la década de 1470, el comercio de la pimienta malagueta, el “grano del paraíso”, como fuera llamado el producto en Europa. Más tarde, la zona, al igual que todo el litoral atlántico y las regiones colindantes, fue espacio de las razzias esclavistas para el tráfico atlántico. En particular, la región que hoy ocupa Liberia sufrió severamente la Gran Trata Atlántica.
“El amor a la libertad nos trajo aquí”
La especificidad de la experiencia en el actual territorio liberiano comenzó a partir de 1816, en un país que no fue nunca colonizado oficialmente. En forma similar a la vecina Sierra Leona, Liberia inició como un proyecto de repatriación de antiguos esclavos y negros libres. Desde finales del siglo XVIII el movimiento abolicionista se intensificó y, haciéndose eco de los planteos humanitarios (más los cambios de época, en suma, la Revolución Industrial), la autoridad británica en 1807 decretó la ilegalidad de la trata esclavista en todos los territorios bajo su jurisdicción. Pero, pese a la pretensión británica, el número de los traficados en el Atlántico no disminuyó. Entre 1810 y 1860 fueron embarcados hacia América una cifra del orden de los tres millones y medio de personas.
La creación de Sierra Leona acompañó el esfuerzo de la tendencia abolicionista y fue una potente estrategia del gobierno británico en ese sentido. La flota real, encargada del decomiso de los buques capturados in fraganti, fue recogiendo a los esclavos a bordo y los instaló en la capital sierraleonesa, Freetown. Otros más llegaron en calidad de libertos, principalmente desde las plantaciones, y se radicaron en dicha ciudad. La Corona decidió emancipar a los confiscados y permitirles residir allí. Para 1815, más de 6.000 libertos se habían instalado en la capital de Sierra Leona.
A diferencia del caso sierraleonés, la creación de Liberia fue un proyecto de iniciativa privada norteamericana (la elección del diseño de la bandera nacional y la moneda lo atestiguan). Ambas experiencias tuvieron en común que muchos de los libertos se cristianizaron al compartir la fe de sus liberadores y un sentimiento de que sus antiguos dioses los hubieran abandonado al momento de ser esclavizados. Siguiendo los pasos británicos, Estados Unidos en 1808 prohibió la importación de esclavos en su territorio y una sociedad privada formada por blancos, la American Colonization Society (ACS), constituida el 16 de enero de 1816, tuvo la tarea de repatriar desde suelo norteamericano a libertos y negros libres, con autorización del Congreso.
El primer grupo partió desde Nueva York en el buque Elizabeth, a fines de enero de 1820, en lo que varios denominaron un “Mayflower negro”. Formaban su tripulación unos 80 negros, algo así como los padres fundadores liberianos. Los primeros blancos instalados fueron solo dos, un médico y un representante de la sociedad. Llegado el contingente al territorio prometido, este último se encargó de entregar las tierras a los recién llegados, pero éstos no tardaron en tener problemas con los lugareños. La población de los de ultramar creció, engrosada a partir de nuevos arribos procedentes de la Madre Patria y de otros negros liberados en el mar. Entre 1820 y 1833 la ACS envió 3.160 personas, de las cuales más de 1.700 fueron negros libres.
En 1821, tras una transacción con un jefe local, la ACS compró un terreno en la actual Liberia e instaló su capital, Monrovia, en honor al presidente estadounidense James Monroe. Miles de antiguos esclavos provenientes de los Estados Unidos fueron instalados en la ciudad pero, al igual que en el caso de Sierra Leona, no fueron bien recibidos por la población local y en muchos casos resultaron hostilizados. Entonces, debieron ocupar territorios fuera de ésta, en las costas directamente protegidas por la marina norteamericana. En 1835 algunos grupos del interior destruyeron muchos establecimientos nuevos y dieron muerte a un número considerable de extranjeros.
El proyecto de la ACS distó de ser un éxito. No más de 15.000 libertos del país americano llegaron a Liberia, más otros 5.000 liberados en altamar. La sociedad filantrópica norteamericana denominó al territorio Liberia en abril de 1822, le dio un estatuto de Estado y su constitución fue redactada en Harvard y sancionada en 1839, en clara analogía con la del país dirigido por Obama. El primer gobernante, Joseph Roberts, un afroestadounidense oriundo del Estado del Virginia, fue designado en 1841, lo que marcaría por décadas el predominio de la política norteamericana en el país. En efecto, la élite americana-liberiana, los descendientes de los llegados a partir de los años 1820, detentó el poder, marginando a la mayoría africana, hasta 1980. Habiéndose expandido territorialmente en grado considerable y, sintiéndose fuerte respecto de los pueblos vecinos, en 1847 se declaró la independencia, reconocida por Gran Bretaña y Francia un año más tarde, y por los Estados Unidos en 1862.
Siglo XX
Lo que muchas veces no se cuenta es que, más allá de la intención benéfica de la Sociedad Americana en África, de darle una mejor vida a los libertos y cristianizarlos, se encontró la intención del gobierno norteamericano de deshacerse de la población negra local. De todos modos, muchos fueron los que voluntariamente quisieron migrar a África a fin de “retornar” a sus raíces. Uno de los pilares de la ideología de la vuelta al hogar fue el jamaiquino Marcus Garvey quien, al momento de fundarse Liberia, se mudó a Nueva York, ciudad a partir de la cual comenzó a difundir su doctrina del “panafricanismo mesiánico” que, entre otros aspectos, propugnó el ansiado retorno a la tierra prometida de un estimado de 400 millones de negros.
Este periodista y activista opuso un verdadero racismo negro. Pretendió comprar tierras en Liberia para fundar su Imperio negro, ingresando en negociaciones a partir de 1920. También creó una compañía de navegación para efectuar los viajes que reunieran a todos los negros de América, la Black Star Line. Entre 1919 y 1921 intentó reunir el dinero necesario para esta última meta pero Garvey resultó encarcelado por malversación de fondos y conspiración en 1922. Su empresa quebró un año después. En suma, su proyecto reveló un rotundo fracaso porque la mayoría de la población negra del otro lado del Atlántico no estuvo interesada en migrar a un territorio pobre, proclive a las enfermedades y falto de oportunidades. Además, las negociaciones fracasaron porque los políticos liberianos vieron el proyecto de Garvey demasiado radicalizado y racializado. Por caso, en una de sus proclamas el líder llamó a expulsar a todo europeo de África. Claro que Garvey echó la culpa del fracaso a su némesis, el activista afroestadounidense W. E. B. Du Bois.
Los partidarios de Garvey fueron desterrados de Liberia. De parte de los afroamericanos, frente a la negativa de migrar, la élite americana-liberiana se replegó más sobre si misma e intensificó la paranoia, así como se tornó más selectiva al momento de escoger a sus miembros, inclusive rechazando a algunos norteamericanos negros que continuaron llegando. Edward Blyden, un prominente intelectual liberiano y gran referente del pensamiento africano, criticó la falta de interés de los americanos-liberianos en integrar al resto de la población local.
Pese a que el gobierno de los Estados Unidos en 1862 reconoció la independencia liberiana, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial el país estuvo en la práctica dominado por la Compañía Norteamericana Firestone del Caucho. Esta suerte de dominio colonial sepultó el sueño panafricano de Garvey. Según se señaló, la impronta norteamericana nunca desapareció, una prueba de ello es el carácter de la élite liberiana, hasta 1980. Tras 133 años, el golpe de Estado del militar Samuel Doe quebró la referida constitución del grupo respecto al elemento norteamericano aunque se valió de su apoyo. Pero lo peor vino más tarde a partir de una cruenta guerra civil (entre 1989 a 2003, con varias interrupciones). Las imágenes devastadoras fueron lo que hicieron relativamente más conocido al país, antes que la historia particular de su origen.
El escritor británico Graham Greene, quien en 1936 dejó una interesante descripción de Liberia en Viaje sin Mapas, remarcó una peculiar paradoja del país. Si bien los libertos y otros repatriados llegaron por el amor a la libertad (así reza el escudo nacional), no obstante redujeron a la esclavitud a los nativos sin reconocer la condición jurídica resultante porque eso hubiera implicado chocar con una constitución moderna. Entonces, como todo Estado, Liberia se construyó a partir de la violencia. Tan hermanada la primera República de África a la de los Estados Unidos, al igual que su progenitora y frente a la esclavitud, tiene un pecado original del cual no sentirse orgullosa. Harriet Beecher Stowe, autora de la célebre novela La cabaña del Tío Tom y una aguda detractora de la esclavitud, sentenció: “El esclavo es un tirano tan pronto puede”. Liberia demuestra a la perfección su máxima.
Referencia: Another America. The Story of Liberia and the former slaves who ruled it, James Ciment (Hill and Wang, 2013).
(*) Omer Freixa es historiador, especialista en estudios afroamericanos, africanista. @OmerFreixa
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