Pierde Erdogan, gana Turquía
Las urnas impiden que el presidente turco pueda imponer la autocracia
Los votantes turcos han torpedeado el proyecto del presidente, Erdogan, para imponer la autocracia mediante las urnas. En las elecciones parlamentarias del domingo se dirimía precisamente si su partido neoislamista, Justicia y Desarrollo (AKP), obtendría la mayoría suficiente para hacer de Turquía una República presidencialista, con plenos poderes para Erdogan. Lejos de los dos tercios necesarios para la gran operación, el AKP ni siquiera ha llegado, por primera vez en 13 años, a la mayoría simple parlamentaria, lo que le obliga a gobernar en coalición.
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Los turcos han puesto finalmente en su sitio al político que empezó haciéndolo casi todo bien (desde enderezar la economía hasta disciplinar a los militares) y ha acabado haciéndolo casi todo mal. La esperanza que Erdogan representó como primer ministro reformista en una Turquía democrática e integradora se ha convertido en imparable deriva hacia el sectarismo islamista, el copo de las instituciones y la persecución de críticos y opositores. En la campaña electoral, Erdogan ha exhibido un extremismo incompatible con un juicio sereno.
Si el freno a las insanas ambiciones de Erdogan es el veredicto decisivo de las urnas, su otro elemento crucial es la llegada de los kurdos al Parlamento (una minoría de 18 millones), por primera vez como partido. La arriesgada decisión de la coalición prokurda HDP de hacer campaña como formación nacional, incorporando los derechos de mujeres y homosexuales, le ha llevado a un sorprendente 13% de los votos, superando la formidable barrera del 10% para acceder al Legislativo.
Erdogan debería conformarse ahora con el papel de un jefe de Estado integrador, pero es muy improbable que eso suceda en un escenario tan polarizado. Los votantes han acabado juiciosamente con el gobierno de un solo hombre y un solo partido. Turquía regresa con esta elección a un pluripartidismo real en el que su atrofiado sistema político deberá reinventarse.
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