Consumo y consumación
Por Franco Llobera
La cuestión de la centralidad del consumo, como responsabilidad personal para la transformación del mundo, no es más que el primer empujón de un itinerario en rampa. Los cambios de consumo meramente personales dan paso a los procesos de consumo comunitarios o colaborativos, y estos acaban, casi necesariamente, más allá del consumo, avanzando también hacia el intercambio de servicios y bienes. La relación entre consumo colaborativo y monedas sociales o comunidades de intercambio es clara.
La re-comunitarización o lo colaborativo es una evidencia social. En ella no hay solo una crítica al modelo de Mercado y de Estado, un “esto no”. En última instancia nos remueve la insatisfacción respecto al modo en que se mueve nuestra propia vida, que sentimos o tememos como insuficientemente sustancial. El existencialismo (viajar, sentir, actuar, crecer profesional o personalmente), adaptarse a la sociedad, se vislumbra como opuesto a un cierto esencialismo, la búsqueda de sentido subyace como motor de todos estos colaborativos exploratorios.
Porque más allá del fenómeno del consumo de bienes, el asunto rasca en los números [1], en los hados, en las honduras del sentido que falla. El psiquiatra Victor Frank planteaba que es el “sentido” lo que nos salva, a él le salvo en los tres años que permaneció en un campo de concentración. El sinsentido que muchos sentimos ante las injusticias y ofensivas simplezas en que incurren los mecanismos del Estado y del Mercado, nos mueve a un “más allá”. Una parte de ese sentido está en la acción transformadora, en el compromiso con un cambio de mundo. En las “alternativas de consumo” hay algo de inconformismo existencial, de post-existencialismo. Una nueva generación balbucea un anhelo por consumar su existencia en otras formas de ser. Un anhelo de sentido que supera incluso la mera acción transformadora en los aspectos sociales, políticos o económicos.
Esta consumación anhelada, más allá del consumo responsable o del consumo colaborativo, comporta una ruptura personal, en última instancia lo que mueve es el objetivo de la consumación. La nueva forma de persona se balbucea decidiendo cómo consumir responsablemente (productos, servicios financieros o energéticos, etc), se consolida al participar en una ulterior experiencia colaborativa, abriéndose al otro, en nuevas formas de inter-personalidad con experimentos políticos -de convivencia- audaces, en ello estamos. En estas tentativas de vanguardia el otro no es un ciudadano más, del que defenderse, el otro se convierte en sujeto colaborador en mi cambio y en el cambio social.
No se trata simplemente del respeto a los derechos cívicos del otro (máximo horizonte ético del liberalismo), sino de una compenetración con el otro en procesos de cambio político, social, económico. Una actitud que dejan inevitablemente la puerta a una escucha comprometida -open mind, open heart- y a una transformación esencial del sujeto y de la sociedad.
De los “derechos civiles”, ya prácticamente consolidados, estamos transitando a una nueva generación política que podemos denominar de los “compromisos vecinales” o de “enlaces locales”.
Una sociedad nueva requiere, va de suyo, que el sujeto moderno, individualista esté dispuesto a perderse -en gran medida la insatisfacción muestra que ya está perdido- para reencontrarse en nuevas formas, de más sentido, de mayor plenitud. Tras el consumo hay un itinerario que se orienta a la consumación.
Los humanos somos herederos de los póngidos -gorilas y chimpancés- que se quedaron sin árboles en los bosques del África oriental con la crisis climática de finales del terciario -2 millones de años-. Los humanos nos vimos así obligados, desplazados de las certezas de la vida arborícola y frugívora de nuestros parientes homínidos, a tener que erguirnos sobre las extremidades posteriores avanzar en la sabana y buscar resecos granos de gramíneas. De pronto teníamos las manos libres, -nos faltaba la rama- e iniciamos un temerosa manipulación de nuevos materiales que acabaría siendo crucial. Caminar bipedestante y manipular digital, son actos constituyentes de la humanidad nacida al ser expulsada de los árboles. La inseguridad laboral y la larga lista de dificultad y desprendimientos a que se ve impelida la mayoría de la juventud, son actos constituyentes de nuevas formas de comunidad y de una nueva especie social. Jóvenes cualificados, inteligencia no empleada laboralmente y liberada a nuevos usos. ¡Temblad póngidos en vuestras confortables seguridades arborícolas!
Una nueva generación emerge de la selva, estimulada en las experiencias de consumo y producción colaborativa, recalentada por la crisis y malas condiciones laborales. El cambio en los procesos políticos, especialmente en los municipales, está servido. Gobiernen o no, los nuevos homínidos que surgen de la crisis climática del XXI, y de "las elección" de 2015, son la vanguardia y la esperanza del fílum. A los primates que pueblan los escaños de los parlamentos o las direcciones de las empresas les debe quedar clara una cosa: vosotros no sois la culminación de la especie, la consumación está por llegar.
Imagen de portada de Adrien Sifre extraída de Flikr. Licencia Creative Commons // CC BY 2.0
[1] En la tradición filosófica se reconoce el fenómeno como lo que se percibe, y el número como lo que esencialmente subyace ante los acontecimientos formalmente constatados.
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