Orgullo de gafotas

El otro día, una modelo decía en una entrevista en la televisión, con gesto contrito: “Yo en el colegio lo pasé fatal, porque como era altísima y tenía las piernas largasss [lo pronunciaba arrastrando la s] me llamaban jirafa”. Me reí por lo bajinis,con crueldad y pensé: sí que lo debió pasar mal en el colegio, la pobre.

A mí me llamaban “gafarrón” y a mi amigo, con el que siempre iba, “pelopo” (pero esa es otra historia). Bueno, me llamaban “gafarrón”, y a veces “lupas”, y a veces “gafotas, cuatro ojos, campeón de los piojos”. Estos motes se hacían extensivos al resto de niños y niñas que, como yo, veían menos que un gato de escayola. Y nosotros lo aguantábamos estoicamente, sintiéndonos parte de un grupo, apoyándonos moralmente los unos a los otros.

Pero ahora, fíjate tú, las gafas se han puesto de moda: LAS GAFAS, con mayúsculas. No me refiero a las gafitas de cristales al aire y montura metálica, livianas y anodinas, sino a las gafas de pasta oscuras, esas que tienen discurso, esas que vociferan en la cara de quien las lleva: “Orgullo de gafotas”. Pero, hete aquí que muchos de los que las llevan podrían aseverar sin ellas que una a es una a y que una z es un z, por muy pequeñas que estas fueran en un test de agudeza visual. O sea, que ven perfectamente los jodíos. ¡Ah, pues no, no! ¡Mal!

Que una cosa les quede clara: Los “gafarrones” de toda la vida desaprobamos que una persona “no gafarrona” lleve gafas.

Avisados quedan.