Las comparaciones son ociosas
Rajoy y Cameron comparten muchas cosas. La principal es que han hecho del anticarisma su mayor carisma
Las comparaciones entre Reino Unido y España están vetadas, salvo que favorezcan tu propia tesis. Pasó con el referéndum secesionista de Escocia, que no tenía nada que ver con la situación en Cataluña hasta que el resultado final negativo interesaba y mucho sacarlo a pasear. Ahora ha vuelto a ocurrir con las elecciones parlamentarias británicas. No nos servían de modelo por las obvias diferencias, pero ya han llegado las comparaciones. De alguna manera, el Gobierno de Rajoy se ha sentido autorizado por el triunfo de Cameron y contradice las encuestas españolas asegurando que el voto oculto le favorecerá. A estas alturas pocos dudan de que los populares ganarán las elecciones. Lo que tratan de ofertar las encuestas es un mapa emocional del país que apunte hacia la cantidad de gente que niega que los vaya a votar o incluso niega que los votó hace cuatro años. Oculto, amnésico y culpable, ese voto rebrotará cuando lleguen las elecciones.
Rajoy y Cameron comparten muchas cosas. La principal es que han hecho del anticarisma su mayor carisma. Un poco como Gracita Morales hizo carrera de no ser Marilyn Monroe ni aspirar a serlo. Comienzan a escucharse voces de economistas profesionales que repiten que comparar las economías nacionales con las economías familiares es un disparate, pero sin embargo sus campañas victoriosas están basadas en la comparación del sentido común del amo de casa con el del gobernante, ese que no gasta lo que no tiene, que no piensa en el mañana, sino en cumplir con la letra pendiente, y que no quiere que el niño estudie sino que ayude en el bar para ahorrarse un camarero. La economía del hogar frente a la economía de Estado tiene la virtud de ser comprensible para las inteligencias perezosas.
En Reino Unido el neofascismo solo retrocede en representación parlamentaria. Obtiene votos, y lo que es peor, ha obligado a que su sensibilidad y sus prioridades lo sean también de la derecha moderada. Los sueños de independencia escocesa provocan en Reino Unido un curioso fenómeno. Por un lado, despiertan la pasión de los votantes locales, que apuestan por un paraíso aplazado, que los espera a la vuelta de una esquina que nunca doblan. Y por otro, condenan al resto del país a un Parlamento de mayoría conservadora. Uno echa de menos aquel tiempo en que las comparaciones eran odiosas. Pero más odiosa es la ignorancia de lo mucho que tenemos en común con nuestro entorno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.