Edificios vacíos (parte 2):
¿Cómo podemos gestionar los equipamientos públicos
desde la implicación vecinal?
(*) Por Jon Aguirre Such
Russafa, un barrio de Valencia situado en el distrito del Ensanche (del que ya hemos hablado en Seres Urbanos), forma parte de los rincones gastronómicos de la ciudad. Cafeterías, bares y restaurantes adornan sus calles, convirtiéndola en una zona perfecta para tomar una caña con los amigos un viernes por la tarde o disfrutar de una cena con la pareja un sábado por la noche.
Pero para sus vecinos, Russafa no solo es el barrio de todos aquellos valencianos aficionados a la gastronomía. Es el hogar de algo más de 25.000 personas. El barrio donde se encuentra la escuela a la que acuden los niños, el parque al que ir los domingos por la mañana para correr, o el centro cultural en el que vecinos y vecinas se reúnen, debaten e impulsan nuevos proyectos para seguir dando vida a la zona.
Aunque, a diferencia de los dos primeros, la comunidad vecinal de Russafa aún no cuenta con un edificio en el que reunirse y sacar adelante iniciativas que fomenten la cultura y el deporte en el barrio.
En julio del año pasado, el Ayuntamiento de Valencia dio luz verde a la renovación de Les Naus de Ribes, un conjunto de naves que se quedaron vacías después de que dejara de pasar el tren por la vía que hay al lado. Una decisión que el consistorio tomó tras la insistencia de la Plataforma per Russafa, la asociación vecinal del barrio que encontró en dichos edificios el lugar idóneo para su centro cultural.
Hoy en día, los vecinos y vecinas de Russafa debaten los usos y la gestión de dichas naves, y aunque parezca que la idea de que autoridades públicas y vecinales lleguen a decidir qué hacer en un edificio vacío resulta una tarea difícil, los residentes del barrio podrían seguir a Nàquera, el pueblo de al lado que bien ejemplifica el 'sí se puede'.
Enseñando a Goliat:
A unos 24 kilómetros de Valencia se encuentra Nàquera, una pequeña localidad de algo más de 6.000 habitantes, que en 2012 consiguió dotar de un nuevo uso el Edificio Multiusos Vinyes, una edificación de 3.000 metros cuadrados, compuesta de cuatro plantas y un sótano. Desde su construcción en 2010, el centro albergaba la biblioteca municipal, situada en la segunda planta, mientras que en el resto era la nada la que solía hacer acto de presencia.
Pronto, los habitantes del pueblo se dieron cuenta de la escasa utilización que tenía el edificio y muchas familias empezaron a pensar que quizás éste podría alojar una escuela de danza para sus hijos. La idea conquistó a la asociación de danza de Nàquera, Danza Deboule, y al concejal de urbanismo del Ayuntamiento, que pretendía además contar con la ciudadanía de Nàquera para decidir qué más usos podría alojar.
El ayuntamiento no sabía cómo tener en cuenta tantas opiniones porque nunca antes habían desarrollado proyectos de participación ciudadana, así que en Paisaje Transversal asumimos la tarea. El objetivo resultaba claro: decidir entre todos los nuevos usos del centro cultural, así como su modelo de gestión.
Y eso fue lo que se hizo. Se necesitaron tan solo tres talleres (Imaginacción, Graffitiacción y Reciclacción) para que ciudadanía y el Ayuntamiento establecieran las actividades que se realizarían y la forma en la que se gestionaría. Y todos juntos, además, adornaron el interior del edificio. Así, se decoraron las paredes con grafitis y se colocaron muebles reciclados.
Paralelamente, junto a los agentes sociales y culturales del municipio se desarrolló un modelo de gestión comunitario para el centro, estableciendo un Consejo Ciudadano para el mismo. Un órgano que posibilita un funcionamiento abierto y participativo del centro, que cuenta con la implicación vecinal y de la Administración local.
Hoy en día, el Edificio Multiusos Vinyes acoge unas 24 actividades permanentes y más de 40 temporales, entre las que se encuentran las reuniones de la Asociación de Padres y Madres (AMPA), los eventos que organizan el ayuntamiento y la Diputación de Valencia, o las clases de la asociación de danza de Nàquera.
El caso de esta pequeña localidad demuestra que la ciudadanía sí se preocupa por los recursos públicos de la zona en la que vive; que resulta posible dar valor a lo que un día costó tanto dinero; y, sobre todo, que tomar decisiones todos juntos está lejos de ser una utopía. Y no sólo Nàquera. La Harinera de San José, en Zaragoza, o Auzoetxe en San Sebastián constituyen otros ejemplos. La lección que enseña un pueblo y de la que las grandes ciudades deberían aprender.
* Jon Aguirre Such es miembro de Paisaje Transversal.
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