Roger Federer: “No soy perfecto”
Se le admira tanto por su juego como por su corrección. Es ya una leyenda del tenis pero él lucha por ser “un tipo normal”. Casado con una extenista, es padre de cuatro hijos. En Madrid, donde ha jugado el Masters, habla de su fundación dedicada a la infancia
La cita es a media tarde y la puesta en escena es exquisita, a la altura del protagonista del encuentro. La luz de Madrid se filtra en las dependencias de la Residencia de la Embajada de Francia, una hermosa villa construida en 1920, localizada en la zona alta de la calle Serrano. Los tapices, los espejos, las pinturas y la amplitud del espacio le conceden al punto de encuentro un aire señorial y versallesco. Las botellas de Moët & Chandon, artífice de la entrevista, elevan el listón glamuroso del evento. Y, ajeno a todo el batiburrillo social que se cuece en los jardines exteriores, por los que desfilan entre champán y carcajadas personalidades del cine, la moda y la cultura, Roger Federer (Basilea, 33 años) nos recibe detrás de un portalón de madera blanca. “Encantado de conocerte”, dice el suizo, bronceado y repeinado, impecablemente trajeado. Un mito viviente del deporte que vislumbra con naturalidad el final de su carrera, resumida en los 17 títulos del Grand Slam que ha cosechado y el legado estético de su juego, eterno.
Está a punto de activarse la grabadora, cuando irrumpen en la sala varios niños con raquetas y fotos del número dos del mundo. “Uno de ellos es el hijo de la pareja del embajador”, se disculpa la maestra de la ceremonia. Después de firmar los autógrafos y los flashazos de rigor, ahora sí, Federer toma asiento y arranca con la mejor sonrisa del mundo: “Lo siento, no hablo español”. Comienza entonces la charla en inglés, uno de los idiomas que domina junto al dialecto suizo-alemán, el alemán y el francés; tiene aparcados de momento los estudios de chino que comenzó hace cinco años. Empieza la conversación y en el transcurso se abordan varios temas, pero apenas se habla de tenis. Después de más de 15 años en el circuito, el suizo encuentra ahora en su deporte un medio, el vehículo para abrir la mente. Disfruta jugando, por supuesto, pero ahora su fuerza tractora está en su deseo de perderse como un ciudadano más por las calles del mundo y en su paternidad.
Acaba de llegar de Estambul, donde surcó en barco las aguas del Bósforo y visitó el museo de Santa Sofía. “Durante más de 15 años siento que todo lo que he visto han sido habitaciones de hoteles y pistas de tenis, y esto es al final es muy aburrido. Por eso estoy intentando moverme lo máximo posible. Desde que tengo hijos intento ir con ellos a zoos, parques y diferentes sitios de las ciudades que me resultan realmente interesantes. Ahora intento ser un turista más”, explica el galán, que pese a haber recorrido el globo terrestre de un extremo a otro aún busca nuevos recovecos. “He visto una parte de África, porque mi madre es sudafricana, pero me gustaría visitar otros países de la zona sur de este continente, como Namibia”, cuenta; “aunque también me gustaría conocer mejor los países nórdicos: Noruega, Suecia… La mayoría de la gente allí es muy tranquila, se desplaza en transporte público… Yo he viajado mucho en avión y creo que a través del asfalto se puede conocer a más gente, tener más experiencias y situaciones que no puedes tener cuando estás volando. Quiero disfrutar de estas pequeñas cosas. ¡Ah! Y también me encantaría conocer a fondo la cultura de China o Tailandia”.
Habla Federer entusiasmado, con un discurso elaborado que desemboca ahora en el nacimiento de su fundación, que lleva su nombre, a través de la que impulsa la escolarización infantil en Zambia, Botswana, Namibia, Sudáfrica, Malawi, Zimbaue y en su tierra, en Suiza.
En unos pocos años ya tenía dinero suficiente. A raíz de eso decidimos crear la fundación"
— ¿Cómo nació la idea?
— Cuando jugué mi primer torneo, en 1998. Tenía 17 años y gané, así que lo primero que me preguntaron fue: ‘¿Qué vas a hacer con todo ese dinero?’ Eran unos 50.000 dólares. Me dije: puedo pagar a mi entrenador, puedo devolverles algo a mis padres o quizá ingresarlo en el banco, pero… ¡Nada! Me di cuenta muy rápido de que en nuestro entorno se mueve mucho dinero y unos pocos años después yo ya tenía más que suficiente, así que por eso creamos la fundación. Hay mucha gente que está sufriendo. Confío en que para 2018 podamos ayudar a un millón de niños.
— ¿Y ha pensado en movilizarse ahora por la catástrofe del terremoto en Nepal?
— Creo que la familia del tenis podría hacer algo, ¿sabes? Yo siempre que puedo intento ayudar, así que no estaría mal que hiciésemos algo.
Pese a su condición de leyenda, de los ceros infinitos que se extienden en su cuenta corriente, Federer tiene los pies en el suelo.
— ¿Cómo se ve el mundo actual, el terrenal, desde la cima etérea?
— Hoy día la mayoría de las noticias son muy tristes y tienen un gran impacto en la sociedad. Por supuesto, los líderes de los países hacen cosas buenas, pero hay otras que no las hacen tan bien. Hay mucha gente que está sufriendo. Es una situación difícil y los líderes mundiales son los que tienen el poder para cambiar las cosas. Consideramos que ir al colegio es algo normal, pero hay gente que no puede hacerlo. Creo que es un privilegio que podamos ir al colegio y eso es lo que intento proporcionar a todos los chicos que apoyo desde la fundación. Y no solo que vayan al colegio, sino que el nivel de enseñanza sea el adecuado, que aprendan lo que deben aprender, que los profesores sean buenos y que los padres tengan la motivación de enviar a sus hijos al colegio.
Nada más terminar esta respuesta, uno de los dos individuos presentes en la habitación interrumpe. Dos chasquidos de dedos y una advertencia. “Disculpe, debe acabar ya”, dice al periodista. Pero el diálogo no termina. ¿Por qué? Porque intercede Federer: “No, aún no. Puede hacer dos preguntas más, o tres si contesto rápido”. El caballero inoportuno recula y el diálogo aún continúa unos minutos más. Así es Federer, un tipo humano y sencillo. Un dandi de los pies a la cabeza que, pese a su voluntad por evitarlo, en la distancia corta su persona se sobredimensiona más y más. “No creo que sea perfecto, lo que yo quiero es seguir siendo alguien normal. Sé que vivo en un entorno loco de fama, pero yo siento que debo seguir siendo el mismo. Creo que los medios habéis creado un poco esta imagen de mí. Sé que soy un referente para muchos niños y me tomo muy en serio esto, pero no creo que Mr. Perfecto sea el calificativo adecuado para mí, es totalmente exagerado”, intenta rebajar el genio de la raqueta.
— ¿Y de no haber sido tenista, qué le hubiera gustado hacer?
— Mmmm… Jugar al fútbol en el Basilea y participar en una Copa del Mundo con Suiza.
— En su casa, ¿quién cambia los pañales? [tiene dos gemelas de cinco años, Myla y Charlene, y el año pasado él y su esposa Mirka celebraron el nacimiento de otros dos gemelos, Leo y Lenny]
— Ups... Mi mujer. Ella se encarga mucho más. Yo lo hice con las chicas, pero ahora es ella…
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