_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La detención

Eduardo Bautista, expresidente de la SGAE, fue detenido hace cuatro años Quedaron atrás denuncias nunca sustanciadas porque eran falsas

Juan Cruz

Hace ahora cuatro años detuvieron y metieron en un calabozo a Eduardo Bautista, a quien todo el mundo llama Teddy. Era entonces el presidente ejecutivo de la SGAE. El juez que, de una u otra forma, decidió convocar a los medios para que asistieran a este ajusticiamiento previo al ajusticiamiento consideró oportuno que los agentes que fueron a la sede en la que trabajaba el que fue cantante de Los Canarios saltaran las vallas del edificio como si estuvieran en una película de gánsteres. Las puertas del edificio estaban abiertas y era a la luz del día.

La escenografía de aquella detención fue profusamente divulgada en los medios, pues para eso se hizo; si no hubiéramos sabido dónde estaba Bautista habríamos pensado que estaba en peligro de fuga después de haber cometido un asesinato múltiple. En realidad, estaba en un entierro, en Madrid, que era donde se producían estos hechos espectaculares al mando de la autoridad judicial. Luego se hizo la calma, pero seguro que no se hizo la calma sobre la SGAE, a la que han desarmado incluso sus propios responsables, cuyos directivos subsecuentes (no todos) quisieron alargar la mano de la policía hasta el cuello de Teddy.

Así que el culpable estaba en un entierro y estaba, por tanto, al alcance de esa mano que saltó vallas y luego lo encarceló. Se produjo después la foto adecuada a estos casos: el culpable prematuro saliendo de los calabozos con la barba crecida, las gafas oscuras, ese determinismo que advierte del aspecto exterior de un acusado que por dentro tampoco debe andar bien la procesión del individuo.

A partir de entonces poco se ha sabido de Bautista; quedaron atrás denuncias que nunca fueron sustanciadas porque eran falsas: que la SGAE, al mando de este culpable, había pedido derechos de autor por lo que se interpretó en el concierto a beneficio de las víctimas del terremoto de Lorca, que se cobrara por la música de las bodas o de los bautizos, que se cobrara por lo que se interpreta a partir de versiones de obras clásicas, cuando es lógico en el mundo que esos derechos se establezcan y se satisfagan... Claro que no fue encausado por eso, pero el ruido armado en meses y años anteriores acerca de esos incidentes magnificados de su gestión ayudó a hacer más digerible la persecución y detención habidas aquel día de junio de hace cuatro años en la sede de la entidad que dirigía.

Poco se ha sabido de Bautista, pues, pero seguro que él ha sabido lo que es permanecer a la espera de juicio (con otros colegas suyos) mientras el juez Ruz (este fue el instructor) dilucidaba entre millones de papeles y miles de millones de palabras. Han pasado cuatro años y el juez se va, deja el encargo; atrás deja otros casos el señor Ruz, naturalmente, pero deja este también. Para salvar su honra, si esta ha sido mancillada sin motivo, ¿le queda ahora al acusado y presunto culpable esperar a que el juez sustituto se aprenda otra vez el ingente sumario?

Ahora que hemos visto cómo la justicia (la que sea) ha puesto su mano en el pescuezo de Rato, en un procedimiento cuya urgencia ya ha sido cuestionada como una secuela real del House of Cards español, me acuerdo de lo que pasó con la mano que se puso al cuello de Teddy Bautista, cómo han debido pesarle esos dedos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_