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Tribuna
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El desafío de la decadencia de Rusia

Los Estados débiles tienden a ser menos prudentes y, por tanto, más peligrosos

Joseph S. Nye

Mientras Europa debate la continuidad del régimen de sanciones contra Rusia, la política de agresión del Kremlin hacia Ucrania no se detiene. A pesar de su larga decadencia, Rusia todavía plantea una amenaza muy real al orden internacional en Europa y en el resto del mundo. De hecho, incluso puede ser que la decadencia vuelva a Rusia mucho más peligrosa. Digamos las cosas como son: lo que sucede en Ucrania es una agresión de Rusia. La ficción del presidente Vladímir Putin de que su país no participa en el conflicto casi se desvaneció cuando un combatiente ruso en Donetsk confirmó al servicio de la BBC para Rusia que tropas del Kremlin están siendo decisivas para el avance rebelde y que grandes operaciones militares en el este de Ucrania (entre ellas, el sitio y la captura en febrero del importante centro logístico de Debáltsevo) han estado al mando de oficiales rusos.

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Pero la amenaza de Rusia se extiende mucho más allá de Ucrania. Al fin y al cabo, Rusia es el único país con suficientes misiles y cabezas nucleares para destruir Estados Unidos. Al tiempo que la influencia económica y geopolítica de Rusia ha ido desapareciendo, sucedió otro tanto con su voluntad de renunciar al estatus nuclear. De hecho, no sólo ha vuelto a emplear la táctica de los tiempos de la Guerra Fría —enviar aviones militares a sobrevolar sin previo aviso el territorio de los países bálticos y el mar del Norte—, sino que también ha lanzado veladas amenazas nucleares contra países como Dinamarca.

Rusia no solo tiene armas. También cuenta con un vasto territorio, abundancia de recursos naturales y una población educada, que incluye numerosos científicos e ingenieros de gran talento. Pero el país se enfrenta a serios desafíos. Sigue siendo una “economía de monocultivo”, ya que dos terceras partes de sus exportaciones se circunscriben a la energía. Y su población se está reduciendo, algo que en buena medida se debe a que la esperanza media de vida del varón ruso es de 65 años, una década menos que en otros países desarrollados.

Si bien los males de Rusia podrían curarse con reformas liberalizadoras, es improbable que se encare una agenda de ese tipo en un país plagado de corrupción y con líderes claramente antiliberales. No olvidemos que Putin ha procurado promover una identidad neoeslavófila cuyo rasgo principal es la desconfianza hacia la influencia cultural e intelectual de Occidente.

En vez de elaborar una estrategia para la recuperación a largo plazo de Rusia, Putin ha adoptado una metodología reactiva y oportunista (que a veces puede funcionar, pero por poco tiempo) en respuesta a la inseguridad interna, la percepción de amenazas externas y la debilidad de sus vecinos. Se lanzó a una guerra no convencional en Occidente, al tiempo que buscaba estrechar lazos con Oriente. Eso expone a Rusia a terminar convertida en socio menor de China y privada de acceso en Occidente al capital, la tecnología y los contactos que necesita para revertir su caída.

Facilitar armas a Ucrania podría terminar agravando la situación

Pero Putin no es el único problema de Rusia. Es cierto que cultivó el nacionalismo ruso (Timothy Colton, de la Universidad de Harvard, afirma que en una reunión reciente del Club de Discusión Valdai, Putin dijo que era el “mayor nacionalista” del país), pero lo hizo arando en tierra fértil. Otras figuras de alto nivel en Rusia también son extremadamente nacionalistas (como Dmitri Rogozin, que en octubre del año pasado prologó con elogios un libro que reclama la devolución de Alaska), de modo que es improbable que a Putin lo suceda un liberal. Esta hipótesis se refuerza por el reciente asesinato del ex viceprimer ministro y líder de la oposición, Borís Nemtsov.

De modo que Rusia parece condenada a seguir decayendo, y no es algo para celebrar en Occidente. Los Estados en decadencia (basta pensar en el imperio austro-húngaro en 1914) tienden a volverse menos prudentes y, por tanto, mucho más peligrosos. En cualquier caso, una Rusia próspera tendría a largo plazo más para ofrecer a la comunidad internacional.

Entretanto, Estados Unidos y Europa se enfrentan a un dilema político. Por un lado, es importante oponerse al reto de Putin: el principio fundamental de que ningún Estado puede violar la integridad territorial de otro por la fuerza. Aunque es difícil que las sanciones cambien la situación de Crimea o logren una retirada de las tropas rusas de Ucrania, han permitido sostener dicho principio, al dejar claro que no se lo puede infringir impunemente.

Por otro lado, es importante no aislar completamente a Rusia, ya que el país comparte intereses con Estados Unidos y Europa en temas de seguridad y no proliferación nuclear, terrorismo, exploración espacial, el Ártico, Irán y Afganistán. Una segunda Guerra Fría no conviene a nadie.

No conviene aislar del todo a Putin porque comparte intereses con Estados Unidos y Europa

Compatibilizar estos objetivos no será fácil, especialmente mientras la crisis en Ucrania continúa. En la Conferencia de Seguridad de Múnich del pasado febrero, muchos senadores estadounidenses pidieron que se provea de armas a Ucrania. Pero esta propuesta podría agravar la situación, dada la superioridad militar convencional de Putin en la zona. Además, como los líderes alemanes (incluida la canciller Angela Merkel) se opusieron a la idea, insistir en ella dividiría a Occidente y daría a Putin aún más ventaja.

Otros participantes de la conferencia sostuvieron que Occidente debe cambiar el juego y expulsar a Rusia del SWIFT, el sistema internacional de liquidación de transferencias bancarias. Pero los críticos señalan que eso sería perjudicial para el SWIFT y para Occidente, cuyos bancos perderían los millones de dólares que Rusia les adeuda. Los rusos han advertido informalmente que eso sería “la verdadera opción nuclear”.

Diseñar e implementar una estrategia que ponga coto al revisionismo de Putin y al mismo tiempo garantice la permanencia futura de Rusia en el sistema internacional es uno de los desafíos más importantes a los que se enfrentan Estados Unidos y sus aliados. Por ahora, parece haber un consenso político en mantener las sanciones, ayudar a reforzar la economía de Ucrania y seguir fortaleciendo la OTAN (un resultado que sin duda Putin no ha buscado). Después, lo que suceda depende en gran medida de Putin.

Joseph S. Nye Jr. es profesor de la Universidad de Harvard, presidente del Consejo de Agenda Global del Foro Económico sobre el Futuro del Gobierno y autor del libro [PIEPAG]Is the American Century Over? (¿Terminó el siglo de Estados Unidos?).Traducción de Esteban Flamini.© Project Syndicate, 2015.

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