_
_
_
_

Humillación Express

Una mujer de 28 años, víctima del 'planchado' de pechos, en su casa de Duala / Joe Penney (Reuters)

Cada dieciocho segundos una mujer es maltratada en el mundo. Las más marginadas son las indígenas latinoamericanas, según Naciones Unidas. Y en otros países como Camerún sufren prácticas tan brutales como el planchado de senos. Violaciones legales en el matrimonio, agresiones sexuales como arma de guerra o la prostitución infantil son otras escenas de este mapamundi de la violencia contra la mujer.

La ONU afirma que las indígenas son las mujeres que sufren más racismo, abusos, violencia sexual, además de ser las peor pagadas. Tarcilia Rivera, fundadora y directora ejecutiva de Chirapaq (Centro de Culturas Indígenas del Perú), declaró a Radio ONU que el principal avance que ha habido en su tiempo de vida “es interno, porque ahora hay una mayor conciencia entre las mujeres indígenas de que la solución, a casi todos los grandes problemas de la región, comienza por ellas mismas”.

El año pasado, 88 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas en Colombia, 83 en Perú, 71 en la República Dominicana, 46 en El Salvador o 40 en Chile, según el último estudio anual del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (OIG).

“La violencia contra las mujeres está vinculada a factores de desigualdad económica, social y cultural”,afirmó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en un informe que destacaba, en el lado positivo, el hecho de que Bolivia, Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá y Perú hayan tipificado elfeminicidio en sus legislaciones.

Una de cada cuatro menores de Camerún sufre el ‘planchado’ de los senos para disimular la pubertad y evitar de esta manera violaciones y embarazos. Lo suelen realizar sus propias madres y la edad más adecuada son los once años según denuncia constantemente la periodista Chi Yvonne Leina.

Las madres y abuelas lo denominan “el arreglado”. Esta práctica se basa enmasajear y golpear con objetos calientes los pechos de adolescentes con el objetivo de retrasar, e incluso detener, el aumento de tamaño propio de su desarrollo normal. Desgraciadamente son las propias mujeres mayores de la familia las que lo llevan a cabo y la excusa: evitar violaciones y agresiones.

Paralelamente, decenas de países mantienen numerosas leyes que legalizan la poligamia, la violación marital y el secuestro, entre otros crímenes, en contravención de diversos tratados y resoluciones internacionales. Arabia Saudí, Bahamas, República Democrática del Congo, India, Irán, Kenia, Malí, Nicaragua, Nigeria y Yemen, entre otros, pertenecen a este grupo de países que mantienen distintas formas de discriminación sexual, denuncia la organización Igualdad Ya, con sede en Estados Unidos.

En Somalia, el 98% de las mujeres y las niñas son sometidas a la mutilación genital femenina. Se calcula que 70 millones de niñas y mujeres actualmente en vida han sido sometidas a esta mutilación en África y el Yemen. Además, las cifras están aumentando en Europa, Australia, Canadá y Estados Unidos, principalmente entre los inmigrantes procedentes de África y Asia suroccidental.

La ablación o mutilación genital femenina comprende una serie de prácticas consistentes en la extirpación total o parcial de los genitales externos de las niñas. Entre otras consecuencias, las niñas mutiladas padecerán durante toda su vida problemas de salud irreversibles. Por si esto fuese poco, en algunos países la ablación genital femenina se practica a niñas menores de un año, como por ejemplo, en Eritrea y Malí, donde la práctica afecta, respectivamente, a un 44 y un 29% .

Las personas que practican la ablación son generalmente comadronas tradicionales o parteras profesionales. Obviamente constituye una violación fundamental de los derechos de las niñas. Es una práctica discriminatoria que vulnera el derecho a la igualdad de oportunidades, a la salud, a la lucha contra la violencia, el daño, el maltrato, la tortura y el trato cruel, inhumano y degradante.

La ablación causa daños irreparables. Puede acarrear la muerte de la niña por colapso hemorrágico o por colapso neurogénicodebido al intenso dolor y el traumatismo, así como infecciones agudas y septicemia.

Otro problema es la tolerancia legal con formas de violencia contra la mujer. En Malta, si un agresor “tras secuestrar a una mujer, se casa con ella, no sufrirá acciones legales”. Nigeria considera lícita la violencia “de un marido con el propósito de corregir a su esposa”. Así de simple.

Congo es uno de los países en donde las mujeres viven más de cerca el feminicidio, o sea el hecho de ser agredidas y asesinadas simplemente por el hecho de ser mujeres. Las violaciones en este país centrofricano son un arma de guerra. “De hecho, la gran mayoría de los ataques que se producen son violaciones grupales y se registran constantemente testimonios que confiesan haber sido violadas mediante la inserción de objetos como bastones, botellas o fusiles” explica Elisa García Mingo en su libro Micrófonos de paz.

“Estas prácticas son llevadas a cabo tanto por grupos rebeldes, fuerzas de seguridad congoleñas o civiles para intimidar a la población que trabaja en las minas de caserita, coltán u oro”, sigue afirmando García Mingo. “También se utilizan para sembrar el terror y desplazar a poblaciones que ocupan territorios estratégicos”.

Para combatir estas agresiones, mujeres muy bien organizadas han llevado a cabo un proyecto para defenderse de sus violadores: Los Micrófonos de Paz. Se trata de una red de activistas que a través de una radio denuncian todo tipo de violencia. “Antes se avergonzaban ellas en privado, ahora les avergonzamos en público. ¿Por qué tiene que vivir en silencio una víctima mientras su verdugo vive libremente?”, grita esta red de mujeres.

Malí modificó su Código de Familia en 2011 y rechazó la oportunidad de eliminar el artículo discriminatorio referido a la “obediencia de la mujer”, mientras que el nuevo Código Penal de Irán aprobado en 2013 estipula que el testimonio de una mujer vale menos que el de un hombre.

Son muchas las mujeres que se han puesto en marcha ante tanta desesperación. En Nepal y Bangladesh se han creado las Happy Homes, lugares en donde se intenta recomponer la vida de muchísimas niñas dedicadas a la prostitución. La mayoría de ellas son víctimas del tráfico de personas tras ser vendidas por sus propias familias porque dicen que no las pueden mantener. Las bandas les prometen un trabajo doméstico en India o cualquier otro país y acaban viviendo bajo una techo de hojalata y muriendo antes de los 30 años, víctimas del SIDA. Lo mismo ocurre en Tailandia o Camboya.

La película Children of darkness, del director japonés Junji Sakamoto, rodada en Tailandia y Japón, explica esta realidad a la perfección, por esa razón fue obligada a retirarse del Festival de Cine de Bangkok, ya que hablaba abiertamente de la prostitución infantil y su relación con el tráfico de órganos en Asia.

En España tampoco podemos presumir de nada. El 12,5% de las mujeres ha sufrido violencia de género a lo largo de su vida, según la macroencuesta de 2015 del Gobierno, lo cual supone 1,7 puntos más respecto a la de 2011. La inmensa mayoría de las mujeres no denuncia, no lo hace un 67,7%, y, de las que lo hacen, un 20,9% la retiran, quedando aún más desamparadas. Para muchos de estos hombres, los 600.000 que maltratan cada año y los muchos más que callan mientras ocurre, la actitud de las mujeres al abandonar su rol esencial de "esposa, madre y ama de casa" es un error que ellos deben corregir, y cuando acaban con los argumentos, comienzan con la violencia para imponer su criterio.

Como decía la peruana Tarcilia Rivera, la solución comienza por las mismas mujeres.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_