Sobreviviendo al desastre físico
La película narra los hallazgos profesionales de Stephen Hawking, pero no abusa de ellos
Durante mucho tiempo, el cine acostumbraba a recrear, después de que la hubieran palmado, la vida de gente ilustre que inventó cosas que supusieron avances notables para la humanidad, grandes artistas que crearon belleza y alimentaron el espíritu de sus semejantes, líderes que revolucionaron la historia, seres cuya personalidad y cuya obra lleva el sello de la excepcionalidad. El género, además de exaltante, debe de ser tan rentable económicamente que la industria ya no espera a que esos seres legendarios hayan finiquitado su presencia en la Tierra, sino que se ha propuesto que los glorificados puedan disfrutar de tan trascendente tributo mientras que están vivos.
Es el caso de La teoría del todo, que retrata los goces y desdichas, teorías y descubrimientos, vida familiar y profesional, juventud y madurez de un individuo tan prestigioso como popular llamado Stephen Hawking, alguien que, según cuentan las opiniones autorizadas o con hambre de conocimiento, ha cambiado el concepto que poseíamos del universo.
Utilizo el “según cuentan” porque, al parecer, entre los infinitos lectores de Una breve historia del tiempo se encuentran los científicos y los profanos, pero todos ellos se han sentido seducidos por la teorías de este astrofísico sobre el espacio y el tiempo, los agujeros negros y otros misterios del universo. Todos coinciden en que Hawking explica muy bien con su escritura lo que piensa. No puedo juzgarlo, ya que no lo he leído; mi mente siempre se ha sentido incapaz de entender mínimamente las cuestiones científicas. En ese sentido (también en otros), mi cerebro es el de un niño.
En esta película narran los hallazgos profesionales de Hawking, pero no abusan de ellos. Al director, James Marsh, autor de aquel fascinante documental titulado Man on a wire, lo que más le interesa es describir la capacidad de un hombre con el cuerpo devastado por la enfermedad más cruel, pero que mantiene intacta su superdotada inteligencia, para sobrevivir a sus terribles limitaciones, mantener una existencia razonablemente feliz, durante mucho tiempo, con su mujer y con sus hijos y continuar investigando enigmas con resultados apabullantes, cuestionando verdades oficialmente aceptadas.
Si el retrato que hace James Marsh de Hawking es interesante, el de su primera esposa lo supera. Es admirable la sutileza, los matices y la elegancia con la que está descrita la personalidad de esa mujer, su comprensión, su profundo amor hacia alguien atrozmente incapacitado y siempre en el filo de la desesperación, su coraje, su involuntario, aunque lógico, enamoramiento de otra persona.
En ningún sentido es desdeñable este biopic. No es enfático, no subraya el melodrama, no busca manipular con resortes baratos las emociones del espectador. Su trabajo es tan contenido como digno. Y son muy justas las nominaciones al Oscar de Eddie Redmayne —no va de intenso, aunque la tortura física y sentimental de su personaje se prestara a ello; está tan contenido como veraz— y de Felicity Jones, que no solo enamora a Hawking y al púdico profesor de canto, sino también al firmante de esta crónica. Tiene una belleza delicada y extraña. Y compone magistralmente un personaje difícil, al motor vital de un genio cuyo organismo sufre parálisis completa.
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