Cataratas de sangre
Estas cascadas emanan agua de color rojo intenso desde las entrañas de un glaciar

Cuando nos imaginamos una catarata, la primera imagen que nos viene a la cabeza es agua cristalina corriendo con cierta velocidad por un río hacia un acantilado desde donde cae libremente al vacío de manera vertical por efecto de la gravedad. Algunas de las más bellas y conocidas son la del ‘Salto Ángel’ en Venezuela, las cataratas del Niágara o las del Iguazú, una de las Siete Maravillas del Mundo, situadas entre Argentina y Brasil.

Pero existen también otras cataratas que, sin ser tan conocidas y famosas, no son menos espectaculares por su singular rareza: son las ‘cataratas de sangre de la Antártida’, que emanan agua de color rojo intenso desde las mismas entrañas de un glaciar y, al deslizarse sobre él, dan la impresión de que emerge sangre a borbotones, semejante a una enorme herida abierta en este paisaje gélido y polar. Fueron descubiertas por el geógrafo, y explorador inglés Thomas Griffith Taylor en 1911, en la zona este del continente antártico, donde se hallan los famosos Valles Secos, un sector de la Antártida que tiene la particularidad de no tener apenas hielo y es considerado por muchos como uno de los desiertos más secos y extremos del mundo puesto que nunca llueve.
Allí se encuentran varios glaciares, uno de ellos, el glaciar Taylor, de agua salada, que es donde se encuentra nuestra rojiza cascada. Este inmensa y gigantesca mole de hielo de 54 km de longitud y 400m. de altura ‘flota’ sobre un lago situado en su base cuyas aguas poseen una concentración de sal cuatro veces superior a la media de los mares y océanos del planeta y una saturación de hierro que, cuando sale al exterior por una de sus grietas como consecuencia de la presión del glaciar contra esta salmuera hipersalinizada y ferrosa, se oxida al reaccionar con el oxígeno, adquiriendo este aspecto similar al de la sangre.
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