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Tribuna
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¿Queremos una universidad burocrática o innovadora?

Hoy en día es una organización profesional con demasiadas características maquinales

En los últimos años hemos asistido a una serie de cambios en la universidad española, entre los que destaca su creciente burocratización. Si bien es verdad que cuando hace una década se propusieron e introdujeron medidas que subrayaban la meritocracia, o promulgaban mejorar y normalizar en cierta medida los procesos de trabajo a través de organismos como la ANECA, en general estas fueron muy bien recibidas por la comunidad universitaria. La universidad estaba dejando relativamente de lado planteamientos basados en la autocracia, o mejor dicho, en las oligocracias o grupos de poder, y en la endogamia, para pasar a otros más objetivos, imparciales y también burocráticos. Sin embargo, ¿es este el modelo organizativo deseable para la universidad española? ¿A qué nos va a llevar incrementar sin límites las normas, el control y la burocracia en la universidad? ¿Existen otros modelos organizativos en los que la universidad española debería fijarse?

De acuerdo con Henry Mintzberg (1989), un conocido profesor de la Universidad de McGill en Canadá, la universidad es una organización de tipo profesional, al igual que los hospitales, despachos de abogados, consultorías, etcétera. Este tipo de organizaciones se caracterizan por el hecho de que su mecanismo de coordinación fundamental es la normalización de habilidades; es decir, el modo en que se logra que el trabajo se realice es debido a que se confía en la formación y capacitación de los profesionales de la organización. Tendrían, pues, un menor peso otros mecanismos de coordinación como la supervisión directa, o la normalización de los procesos de trabajo —instaurar normas sobre cómo hacer su trabajo—. En estas organizaciones existirían dos comunidades, una más regida por planteamientos democráticos, el personal docente e investigador, y otra más regida por planteamientos burocráticos, el personal administrativo y de servicios. Por lo tanto, la normalización de los procesos de trabajo, elemento fundamental de otras organizaciones más burocráticas, sería un mecanismo que debería tener un peso relativo en la universidad, y estar sobre todo asociado al personal administrativo y de servicios.

Sin embargo, esto no está ocurriendo así. La burocracia se ha apoderado de la universidad. Existe una creciente desconfianza en el personal docente investigador, y de hecho también en el administrativo y de servicios, que conlleva un control permanente de todos ellos, la continua realización de informes y actas, y la obligatoriedad de seguir unos procedimientos largos, costosos y en la mayoría de los casos inútiles. Todo esto repercute en que el profesorado universitario, dedicado a la burocracia, apenas tiene tiempo para centrarse en la docencia y menos en la investigación. A pesar de ello, y dada la responsabilidad de muchos de estos profesionales, estos dedican parte de su tiempo libre a las tareas universitarias, generando disfunciones como las adicciones al trabajo o el síndrome del quemado (burnout). Entiendo que esta no es la universidad que deseamos.

En vez de papeleo y actas, el profesorado debería dedicar su tiempo a mejorar la docencia, a investigar, a formarse

El propio Mintzberg sugiere que no existen organizaciones puras, es decir, totalmente profesionales;  sino que tienden a integrar planteamientos de otros tipos de organizaciones. Así pues, podemos considerar que hoy en día la universidad española es una organización profesional con demasiadas características de organización maquinal o burocrática. Pero, ¿hacia qué modelo organizativo debería dirigirse nuestra universidad? Si el objetivo es ofrecer un servicio de calidad a la sociedad, entendiendo como tal aquel que es innovador y valioso, en cuanto que promueve el bien común, entonces debería convertirse en una organización profesional-innovadora y seguir modelos organizativos innovadores. En tales modelos apenas hay reglas, normas o procedimientos. Es verdad que se genera un cierto caos, pero este es positivo porque fomenta el dinamismo y el cambio. Así pues, sin reglas, los miembros de la organización deben autocontrolarse y autogestionarse, lo cual requiere de personas responsables. La organización confía en ellos, y lo demuestra al no controlarlos constantemente.

En los modelos organizativos innovadores se logra maximizar la creatividad y la innovación gracias a comportamientos colaborativos, al fomento del cuestionamiento, a la libertad para elegir procedimientos, lo cual permite experimentar y asumir riesgos. En vez de asistir a cursos sobre cómo hacer determinados papeleos o invertir tiempo redactando actas que nadie leerá, o rellenando informes, el profesorado dedicaría su tiempo a mejorar la docencia, a investigar, a formarse o a relacionarse con el entorno social. En definitiva, este es el modelo organizativo que merece nuestra universidad, los profesionales que trabajan en ella y por supuesto la sociedad que la rodea; un modelo que requiere un simple cambio de mentalidad por parte de sus gerentes.

Ricardo Chiva Gómez es catedrático de Organización de Empresas en la Universitat Jaume I.

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