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De barrio vacío a ciudad verde

Una iniciativa propone rehabilitar el vecindario chipriota de Varosha, abandonado hace 40 años por la guerra civil. Las comunidades de origen griego y turco buscan ahora reconciliación

La naturaleza se abre paso entre las viviendas abandonadas de Varosha.
La naturaleza se abre paso entre las viviendas abandonadas de Varosha.Miguel Fernández | Pablo L. Orosa

“No conocí a un turcochipriota hasta que tuve 24 años”. Hasta entonces, los habitantes del norte de Chipre eran para Nektarios Christodoulou lo que decían los libros de historia de su escuela: un grupo de nacionalistas traídos por Turquía para consolidar su dominio sobre la costa septentrional de la isla. Hoy, sin haber cumplido la treintena, Christodoulou lidera el proyecto Famagusta Eco City, una iniciativa para recuperar el barrio griego de Varosha, en la histórica ciudad turcochipriota de Famagusta, abandonado tras la intervención turca de 1974. Junto a él, jóvenes de ambas comunidades trabajan para dejar atrás cuatro décadas de fracasos políticos y lograr la reapertura de Varosha, una decisión simbólica que ayudaría a construir un futuro común en el último rincón dividido de Europa.

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“El objetivo es juntar a la gente alrededor de ideas y metas comunes para evitar el nacionalismo y las divisiones étnicas”, subraya Christodoulou. Con esta premisa, los más de 60 voluntarios de Famagusta Eco City llevan desde noviembre de 2013 perfilando lo que sería una nueva Varosha: una urbe moderna basada en las nuevas tecnologías y respetuosa con el medio ambiente. Para ello han conformado nueve grupos de trabajo guiados por el prestigioso profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Jan Wampler. Su propuesta pasa por convertir el actual amasijo de ruinas y recuerdos en una zona verde, eficiente en sus edificaciones y capaz de aprovechar el potencial cultural y turístico de Famagusta, durante siglos uno de los puertos más importantes del Mediterráneo.

El reto más complejo de esta iniciativa ciudadana pasa por recuperar la confianza entre ambas comunidades, resquebrajada tras la división de la isla. “Se trata de buscar espacios comunes, como el medio ambiente, para que ambas comunidades trabajen juntas”, explica la joven Vasia Markides, una de las fundadoras de Eco City. Este objetivo ya se ha conseguido. Desde que comenzaron las presentaciones públicas del proyecto, decenas de habitantes de Famagusta han vuelto a dialogar con miembros de la otra comunidad alrededor de una misma idea: la rehabilitación de Varosha.

Aunque los principales aspectos de la propuesta ya están perfilados, el proyecto está aún en fase embrionaria. "Es necesario seguir implicando a la sociedad civil”, repite Vasia. Temas como quién habitará el futuro barrio deben ser aclarados antes de dar el siguiente paso. Mientras tanto, el fantasmagórico vecindario permanece vacío, aunque miles de colonos turcos residen ahora en la ciudad. Varosha es territorio prohibido: la ONU sólo permite el retorno a sus antiguos moradores grecochipriotas. Además, hacen falta nuevas donaciones para seguir adelante con el proyecto. Sus responsables calculan que para llevar a cabo la rehabilitación serán necesarios entre 2.000 y 10.000 millones de dólares.

Eco City es la última de otras iniciativas surgidas en Famagusta para lograr la reapertura del vecindario abandonado. La denominada Iniciativa Famagusta, que agrupa a distintas asociaciones de la ciudad, propone que se permita la entrada libre en la zona prohibida para su recuperación. Esto se haría, sugieren, a cambio de que el puerto de la ciudad —afectado por el embargo internacional a la autoproclamada República Turca del Norte de Chipre (TRNC, por sus siglas en inglés)— pase a operar bajo regulación de la Unión Europea, así como el reconocimiento del casco antiguo de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad. Cada paso será una “terapia emocional para gente que vio interrumpida su vida hace 40 años”, resalta Christodoulou, quien insiste en que Eco City no es una idea política, sino una forma de unir lo que el nacionalismo dividió.

La entrada a Varosha, el barrio de 8 kilómetros cuadrados en la ciudad de Famagusta, está prohibida.
La entrada a Varosha, el barrio de 8 kilómetros cuadrados en la ciudad de Famagusta, está prohibida.PABLO L. OROSA | MIGUEL FERNÁNDEZ

Este acuerdo supondría un paso adelante en el proceso de reconciliación en el país, lastrado por la desconfianza mutua entre ambas comunidades. Los sucesivos intentos para la reunificación de la isla, incluido el liderado en 2004 por el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, han fracasado y la isla continúa a día de hoy partida en dos. La denominada Línea Verde, un área de más de 180 kilómetros gestionados por la ONU, mantiene separadas a ambas comunidades. “Los anteriores procesos fueron negociaciones al margen de la sociedad, entre los líderes políticos que se celebraban en habitaciones de edificios de la zona desmilitarizada”, explica el profesor Ahmet Sözen, responsable del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad del Este del Mediterráneo, quien como asesor del líder turcochipriota Mehmet Ali Talat formó parte de las delegaciones negociadoras.

En el último año, amparados por Estados Unidos —interesado en pacificar la zona para aprovechar el corredor energético del Mediterráneo y mejorar los lazos entre Turquía e Israel—, los líderes de ambas comunidades han retomado las conversaciones para la reunificación. Pese a la declaración conjunta del pasado 7 de febrero la solución para el conflicto chipriota parece aún lejana y las disputas por el gas offshore han vuelto a estallar recientemente. “Hoy la sociedad no está involucrada. El proceso necesita enganchar a la sociedad construyendo paralelamente a las negociaciones de paz proyectos que ayuden a construir la confianza entre ambas partes”, insiste el profesor Sözen. Para eso es necesario seguir dando pasos históricos como el logrado en 2008 con la apertura del paso fronterizo de la bulliciosa calle Ledra del centro de Nicosia, última capital dividida de Europa tras la caída del muro de Berlín, y, sobre todo, reconstruir la confianza entre ambas comunidades. “Varosha podría ser un hito para impulsar el proceso de paz”, tercia la joven Vasia Markides.

La reapertura del distrito cuenta con muchos apoyos. Además de la sociedad civil, representada en distintas iniciativas, también el ayuntamiento de Famagusta confía en encontrar pronto una solución: “El 90% del potencial turístico de la ciudad está en Varosha. Su recuperación sería un beneficio para todo el país”, afirma Simge Okburan, portavoz del ayuntamiento de Famagusta, donde se ubica el castillo que inspiró el Otelo de Shakespeare. Aunque en los últimos años algunos hoteles han vuelto a abrir sus puertas a ambos lados de la playa de Glossa, se acercan apenas algunos curiosos, más atraídos por la leyenda de la ciudad fantasma que por sus playas de arena blanca.

También la comunidad grecochipriota, que cuenta con un alcalde propio en el exilio, anhela una solución: “Varosha es un elemento muy importante para cambiar la dinámica en la búsqueda de una solución para Chipre. Su transferencia a la ONU para comenzar a recuperar la zona sería una señal muy poderosa para la búsqueda de una solución. Permitiría a ambos pueblos trabajar juntos. Además, 30.000 grecochipriotas podrían volver sus casas, sin afectar a nadie más”, afirma Andreas Mavroyiannis, negociador jefe grecochipriota para el proceso de reunificación. Su homólogo turcochipriota, Kudret Özersay, mantiene una posición diametralmente contraria: “Si quitas un aspecto de la negociación global y le buscas una solución individual, al final en lugar de una solución total tendrás un acuerdo sobre esto, otro sobre lo otro…”. Su comunidad teme que si accede a la reapertura de Varosha los grecochipriotas se vuelvan todavía más reacios a alcanzar una solución global al conflicto. “Varosha es una parte de la disputa territorial”, afirma el presidente de la TRNC, Derviş Eroğlu, para recalcar que este barrio no es más que uno de otros territorios en disputa.

El de Varosha es uno de los proyectos de cooperación conjunta más destacados por el componente histórico del barrio, aunque no es el único que trata de restañar la confianza entre ambas comunidades. Desde hace unos meses, un grupo de profesores de Historia trabaja en la redacción de un libro que narre de manera fidedigna los hechos ocurridos durante el conflicto. Otro grupo de expertos universitarios estudia también la flora y la fauna en ambos lados de la isla. Por su parte, la ONG Peace Players International ha puesto en marcha un programa para que jóvenes de entre 11 y 15 años de ambas comunidades jueguen juntos al baloncesto.

Hoy, barrio fantasma. Antaño, estrellas del cine paseaban por sus calles hasta que las tropas turcas lo cerraron.
Hoy, barrio fantasma. Antaño, estrellas del cine paseaban por sus calles hasta que las tropas turcas lo cerraron.Pablo L. Orosa | Miguel Fernández

Más allá de los acuerdos políticos, estos proyectos son la base para un futuro común en Chipre. Sin una sociedad civil unida, los líderes políticos ponen “excusas” para dilatar indefinidamente el proceso. Es necesario “presionarlos”, insiste el profesor Sozen. “Tenemos que unir a las comunidades en una meta común”, añade Nektarios. Mientras las disputas políticas siguen enquistando el porvenir de Chipre, en la playa de Glossa los turistas vuelven la espalda a las aguas cristalinas de la bahía. Los ruinosos mamotretos de hormigón, invadidos ya por la naturaleza, atrapan su atención. A unos metros, una alambrada oxidada impide el paso al resto del arenal. Es la entrada al barrio olvidado en 1974.

Chipre, dividida desde 1974

Este rincón paradisíaco de la costa oriental de Chipre, fue en la década de los setenta el glamuroso refugio estival de estrellas del celuloide y el papel couché. El amplio bulevar que bordea la playa de Glossa se convirtió en escenario habitual del truculento romance de Liz Taylor y Richard Burton, mientras otras celebridades como Brigitte Bardot o Raquel Welch deslumbraban cada noche en los locales nocturnos, restaurantes y tiendas de lujo que flanqueaban la avenida JFK. El hotel Argo, el favorito de Elizabeth Taylor, se alzaba majestuoso al final de bulevar compitiendo en fama con el King George, el Florida, el Aspelia y otra media docena de suntuosos alojamientos. En el verano de 1974 la vida bullía en la riviera de Varosha ajena al conflicto étnico que llevaba dos décadas desangrando Chipre. Los niños jugaban con la fina arena de la playa mientras algunas jóvenes se atrevían con los primeros bikinis e, incluso, con el topless. Las heladerías, los centros de ocio o los concesionarios de la avenida Leonidas también florecían entonces. Hoy de ese barrio de Varosha no queda nada, encapsulado entre verjas oxidadas de las que cuelgan carteles amenazadores para cualquiera que pretenda adentrarse en sus ocho kilómetros cuadrados. La guerra que partió Chipre acabó también con Varosha.

Todo ocurrió durante una repentina jornada de agosto de 1974. Los militares turcos habían lanzado días antes la operación Atila para hacer frente al golpe de estado ejecutado por la guerrilla grecochipriota EOKA-B que, tras derrocar al hasta entonces presidente, el arzobispo Makarios III, ansiaba la Enosis (unión) con Grecia, gobernada por la dictadura nacionalista de los Coroneles. En apenas unos días, las fuerzas turcas se hicieron con el control del tercio septentrional de la isla, donde se concentraba la mayor parte de la población turcochipriota. Una calurosa mañana de agosto llegaron a Varosha, el barrio costero de la histórica ciudad de Famagusta donde residía una importante colonia grecochipriota del norte de Chipre. Los militares turcos obligaron a desalojar la zona. En cuestión de horas las casas, hoteles y tiendas fueron abandonadas a la carrera dejando tras de sí las vivencias de miles de personas. Desde 1983 Varosha permanece sellada. El Ejército turco cercó y valló la zona después de que Naciones Unidas decretase, tras la declaración unilateral de independencia de la TRNC de 1983, que sólo sus antiguos moradores tienen derecho a habitar la ciudad. Pocos, aparte de soldados turcos y miembros de la ONU, se han aventurado en el interior del lugar. Los que lo han hecho han descrito una escena extraordinaria: un concesionario Toyota repleto de vehículos de la época, escaparates con maniquíes vestidos a la moda de 1974, mesas con platos a medio comer, ropa descolorida en los armarios, camas deshechas o viejas fotografías olvidadas en las repisas.

Aunque estalló en 1974, el conflicto entre grecochipriotas y turcochipriotas estaba latente desde la década de los cincuenta. Sin identidad nacional propia, las dos comunidades actuaban influidas por sus antiguos colonizadores, Grecia y el Imperio otomano. El ocaso colonial británico y los tejemanejes de los países garantes (Grecia, Turquía y Reino Unido) de la Constitución de 1960 —la cual dio lugar a la creación del estado chipriota— provocaron que las diferencias culturales entre ambas comunidades se convirtiesen en un problema para la convivencia. Los ataques a civiles a cargo de milicias nacionalistas controladas por los países garantes, EOKA en caso de los griegos y TMT en el de los turcos, sumieron al país en el miedo y el rencor. En los años sesenta las barricadas se sucedían por todo el país. Una década más tarde, las escaramuzas desembocaron en el golpe de Estado patrocinado por la Junta Militar griega el 15 de julio de 1974, lo que obligó al arzobispo Makarios III, primer líder de Chipre independiente, a abandonar el país. Cinco días más tarde, y con la condición de garante recogida en la Constitución, Turquía intervino en la isla, en la denominada operación Atila, para hacerse con el tercio norte de la isla. Desde aquel verano de 1974 una frontera de barricadas, bolsas de arena, alambres de púas y puestos de guardia parte la isla en dos: al norte de la Línea Verde la autoproclamada en 1983 República Turca de Chipre del Norte; y al sur la República de Chipre, Estado miembro de la Unión Europea (UE) desde 2004.

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