Wimbledon, el torneo de las reverencias
A las mujeres se les pide que no lleven sombrero. A los hombres se les exige traje y corbata. Y, a los tenistas que vistan de blanco incluso en su ropa interior
El día que Andy Murray pierde su corona de Wimbledon, los duques de Cambridge se sientan en el Palco Real. No hay un momento que defina mejor las viejas raíces del torneo de Londres que la despedida del campeón destronado. Sin que importe el dolor de la derrota, el sudor del partido, o la frustración de no haber sacado buena nota, el escocés carga con su raquetero, enfila el camino hacia el vestuario, y súbitamente se detiene. Entonces, acompañado en el movimiento por Grigor Dimitrov, su rival, Murray se inclina y hace una reverencia. Guillermo y Kate le observan, quizás hasta sorprendidos, porque desde 2003 la genuflexión se reserva solo a la reina y el príncipe de Gales por expreso deseo del Duque de Kent, presidente del club. El acto reflejo de los tenistas, sin embargo, demuestra una cosa. Si Wimbledon es el torneo rey del tenis, también es la cita preferida de la realeza.
Desde 1922, el torneo goza de ese palco exclusivo al que acuden nobles, militares, ex tenistas y famosos como David Beckham, siempre tras recibir la invitación del Chairman del club. Las reglas son estrictas. A las mujeres se les pide que no lleven sombrero, para que no dificulten la visión del resto de espectadores. A los hombres se les exige traje y corbata. Al final del día, a los invitados se les ofrece una exclusiva comida y té en la casa club. Nadie se atreve a saltarse las reglas, no vaya a ser que en la primera fila se siente la reina.
Desde que Jorge V inauguró la Royal Box y su hijo, luego Jorge VI, compitió en el torneo de dobles, Wimbledon está íntimamente unido al Buckingham Palace. Isabel II visitó las instalaciones en cuatro ocasiones, celebradas por todo lo alto por los socios. En 1957, la primera, una espectadora invadió la pista para protestar contra las injusticias del capitalismo, pero consciente de la presencia de su serena majestad en el palco encabezó su cartel con un educado “Dios salve a la Reina. En 2010, cuando Isabel II se paseó por última vez por el Saint Mary’s Walk, el club se engalanó y las mejores raquetas del momento se vistieron de etiqueta para hacerle la reverencia. Entonces, como ahora y siempre, predominó el blanco que exige el reglamento en las pistas, lo que este curso ha generado protestas.
Dicen los competidores que ya no solo les miran las suelas de las zapatillas para ver que sean blancas, en consonancia con la camiseta, los calcetines y el pantalón. Que ahora también les revisan la ropa interior. Que a un jugador de dobles español, sudoroso durante su partido, le sugirieron que fuera al vestuario a cambiarse, porque se le transparentaba el calzoncillo negro. Que otra tenista tuvo que jugar sin sujetador, porque todos los que tenía eran de colores. Y así, hasta los competidores más apegados a las tradiciones de Wimbledon protestan.
“Todo blanco. Blanco, blanco, blanco, completamente blanco”, lamentó el suizo Roger Federer, heptacampeón en Londres y semifinalista en la presente edición. “En mi opinión, es demasiado estricto”, añadió. “Si uno mira fotos de Stefan Edberg o de Boris Becker [tenistas de finales del siglo XX]… en aquellos tiempos había algunos colores, además del blanco. Respeto la decisión. Quizás algún día abran la mano…”
Si eso ocurre, temblarán los cimientos de Wimbledon, un club del siglo XXI que para muchas cosas sigue instalado en el siglo XIX. Que le pregunten a Murray: hasta en su dolorosa derrota le tocó hacer una reverencia.
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