Este lunes
Muchos españoles hemos ido a votar. Y muchos, tal vez la mayoría, lo hemos hecho sin ganas, sin ilusión, escogiendo entre lo malo y lo peor
Hubo otros lunes. Ojeras, resaca, cansancio, afonías y ojos hinchados, enrojecidos por el llanto. Hubo otros lunes porque antes había habido otros domingos de tensión, de pasión, de incertidumbre, jornadas serenas sólo en apariencia donde desembocaban semanas de trabajo constante, derroches diarios de fe, de esfuerzo, de entusiasmo. Aquellos domingos eran una fiesta hasta para los que habían perdido, porque bajo el poso amargo de la derrota, afloraba la satisfacción por el deber cumplido, la convicción de haberlo intentado todo, la ilusión del éxito que estaba por venir.
No, esta semana no hablo de fútbol —aunque estoy tan orgullosa de mi equipo, o más aún, que el lunes pasado—, sino de las elecciones europeas de ayer. Me pregunto cómo se habrán levantado los candidatos y me los imagino a todos con buena cara, porque ni siquiera deben acordarse de las ojeras, las resacas y las lágrimas de su juventud, si es que alguna vez llegaron a derramarlas. Me pregunto también si estarán tan satisfechos con los elevados índices de abstención como es de esperar después de la atonía deliberada, sin ideas, sin análisis, sin propuestas, de la campaña que han protagonizado. Y mientras siguen haciendo declaraciones sobre si salimos o no de la crisis económica, me escandaliza que no hablen de las otras crisis que, día tras día, asfixian un poco más a este país. Las crisis que ellos mismos representan.
Pues bien, muchos españoles hemos ido a votar. Y muchos, tal vez la mayoría, lo hemos hecho sin ganas, sin ilusión, escogiendo entre lo malo y lo peor, convirtiendo el acto de levantarse un domingo para salir a la calle en una proeza de pura voluntad. Lo que más añoro de los domingos de antes es la intensidad de las derrotas que nos llenaban los ojos de lágrimas. Porque en la grisura del tiempo en que vivimos, ya ni el desencanto es épico.
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