Genética machista
Cabeza de lista del PP en las elecciones europeas, el exministro Miguel Arias Cañete salió del cara a cara televisivo que lo enfrentó el 13 de mayo en La 1 a Elena Valenciano, la número uno de la candidatura del PSOE a dichas elecciones, diciendo algo así como que había sido benévolo con ella por tratarse de una mujer. Dijo casi textualmente que no había querido parecer machista “mostrando su superioridad ante una mujer indefensa”; o lo que viene a ser lo mismo, diciendo que su rival es lisa y llanamente un ser inferior: inferior a él, claro está, y a su entender a todos los demás integrantes del sexo masculino.
El tema no es nuevo sino todo lo contrario, pues ya en su día –no en el Pleistoceno pero casi- insignes plumas se lanzaron a airear la supuesta “inferioridad mental” de las mujeres con lindezas como “la mujer es un ser de cabellos largos e ideas cortas” (Schopenhauer). Así, tras varios siglos de desprecios a cual más disparatado, en 1900 triunfó un libro del neurólogo Moebius titulado La inferioridad mental de la mujer. Y allá por los años veinte del pasado siglo nuestro Premio Nobel Jacinto Benavente se negó a dar una conferencia en esa magnífica institución de inspiración republicana que fue el Lyceum Club Femenino alegando que él no daba conferencias “a tontas y a locas”. Sí lo hicieron por cierto Gómez de la Serna, Lorca y algunos otros de talante más respetuoso.
Dejando de lado que a quienes sí creemos en la igualdad entre los sexos Valenciano no nos parece precisamente una mujer indefensa ante la que un hombre de su misma profesión no pueda medirse como un igual, tampoco recordamos que a ningún político varón se le pida en el ejercicio de sus funciones más caballerosidad que la propia de la simple educación. Por ello y por lo mucho que implica, no es extraño que la frasecita haya levantado una gran polvareda que tienen visos de durar tanto como la que levantaban las fatigadas cabalgaduras en el salvaje Oeste americano.
Decimos que alguien tiene buena genética cuando luce una buena armazón física: piernas largas y bien torneadas, silueta esbelta y flexible, y sobre todo una inquebrantable salud de hierro. Tener mala genética es tener pues lo contrario: acarrear taras, defectos físicos o insuficiencias, de la artrosis hereditaria a los también heredados pies planos. Las recientes y desafortunadas declaraciones del candidato del PP sirven para recordarnos que en los muchos conciudadanos nuestros anda todavía enquistado el ancestral gen del machismo benaventiano y schopenhaueriano, ese gen que algunos y algunas se empeñan en no ver por ningún lado y con el que, por el contrario, algunas y algunos no dejamos de toparnos.
“Por la boca muere el pez y el hombre por la palabra”, que dice el refrán. Y al candidato le salió en esos instantes por la boca su peor compañero de viaje, el ancestral gen del machismo, que además de anticuado es siempretorpe,cosa que no dejó de confirmar achacando al cansancio la metedura de pata. Queriendo justificarse, olvidó que cansados o ebrios sólo decimos aquello que hemos cocinado a fuego lento y que nos impiden verbalizar la lucidez y la sobriedad, pero que vive enquistado en lo más hondo de nuestra más inveterada idiosincrasia. Qué inocente Diego Galán cuando, al confeccionar el premiado documental Con la pata quebrada y en casa, creyó estar plasmando en él una historia ya clausurada.
Justificada polvareda al margen, tampoco resulta extraño que la meada fuera de tiesto haya llevado a muchosy amuchas apensar que ese incidentele pasará factura en las urnas al actual partido en el gobierno. Y es que a ese 50% de la población española que suele estar un 25% peor remunerada y en la que inciden de manera mucho más gravosa el desempleo, el ninguneo o mismamente el acoso sexual, sólo le faltaba sumar esta falta de respeto a la insistencia en regular el aborto (es decir su cuerpo) o en desasistir a las víctimas de la violencia de género, por poner dos casos de agravios selectivos contra las mujeres.
Es seguro que el exministro daría un brazo por haber pronunciado esas palabras en la intimidad de su casa, en las reuniones con su gabinete o en las cenas con los amigos, donde es de suponer que también las dice. Cierto es que tenemos los políticos que nos merecemos y que estos son espejo de nuestra sociedad, de modo que amén de sonrojarnos haríamos bien en tomar con urgencia las medidas oportunas para impedir que pensamientos como este suyo se perpetúen de norte a sur y de este a oeste. No sin antes recordar que el machismo no es privativo de la derecha sino del todo transversal, como los pies planos, la presbicia o la flaccidez.
Por supuesto nos equivocaríamos radicalmente si insistiéramos en ver en sus palabras, por extenuado que estuviera al pronunciarlas, un mero desliz; sería un acto de irresponsabilidad mayúscula por nuestra parte, parecido a creer que las dolorosas cifras de las víctimas de la violencia de género son excepciones del todo ajenas al ecosistema en que tienen lugar. Sabias son las sociedades que detectan los síntomas de sus dolencias y se aprestan a buscar soluciones; ignorantes las que lesdan la espalda.
Si no adoptamos verdaderas medidas de corrección, quienes aún albergan en su fuero interno (o no tan interno) el ancestral gen del machismo tardarán en deshacerse de él. Existen métodos contrastados para evaluar los índices de machismo, aunque para saber en qué proporción arrastramos aún esa pésima herencia bastaría con preguntar a quiénes ofendieron las declaraciones del candidato y a quiénes no. Esa sería la medida real de nuestra modernidad y nola generaciónde nuestros iPhones.También se me antojaunaironía que no debieracaeren saco roto quetan desafortundado incidente haya sucedido precisamente en el marco de las elecciones europeas,donde aspiramos a medirnos con países mucho más desarrollados que el nuestro en materia de géneroy a los que debiéramos acercarnos cada vez más no sólo en materia de PIB o de índices de empleo.
Mª Ángeles Cabré, escritora y crítica literaria, es autora de Leer y escribir en femenino (Barcelona, Editorial Aresta, 2013). Dirige el Observatorio Cultural de Género (OCG).
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