Javier quiere ser Ballesteros
El hijo mayor de Severiano es hoy, a los 23 años y cuando se cumplen tres de la muerte de su padre,un estudiante de Derecho que recuerda sus consejos, preside su fundación y sueña con seguir sus pasos en el mundo del golf
Es un cuadro pequeño, al lado de un gran ventanal por el que entra el sol del mediodía y el barullo de una gran vía madrileña. A un palmo de distancia es un campo de golf. Los árboles, el green, un bunker, la bandera del hoyo y la silueta de un golfista golpeando la bola en un elegante swing. Pero si el observador se aleja unos metros, la pintura es otra. El campo se ha convertido en la cara de un hombre. Ahora los árboles dan forma al pelo, el bunker se viste de boca y la tela de la bandera colorea una pupila. Junto al ventanal, el rostro vigila cada centímetro de la estancia. No es un rostro desconocido. El gesto adusto de Severiano Ballesteros es inconfundible.
—Es impresionante, ¿eh?
A Javier Ballesteros le gusta ese retrato de su padre. Es uno de los muchos objetos en este amplio salón que recuerdan al mejor golfista español de la historia. Sobre una bolsa de palos descansa una gorra con el escudo de la Copa Ryder, las fotos de Pedreña rescatan los orígenes del genio, los tres hermanos Ballesteros Botín sonríen a la cámara en otra pared, y los trofeos y placas hablan del legado de un pionero. El pasado que evoca a Seve se mezcla con las cosas propias de un chico de 23 años que vive en un moderno apartamento. Varios mandos encima de una mesa baja, una máquina de Pilates, una pantalla grande. Los libros se amontonan ordenados. Hay algunos de cuarto curso de Derecho, la carrera que Javier estudia en la Universidad Complutense, que acumulan polvo. Porque aunque Javier le prometió a su padre que estudiaría, en el fondo lo que quiere es jugar al golf. Ser como él.
“Mi padre siempre me decía que había que trabajar muy duro y ser honrado”
El hijo mayor de Severiano Ballesteros y Carmen Botín es un chico tímido. Salta a la vista el gran parecido físico con su padre. También, cuentan, ese carácter intravertido de la juventud, una especie de coraza ante el mundo. El pasado miércoles se cumplieron tres años de la muerte de Seve por un tumor cerebral, y hoy Javier es a la vez el hijo que recuerda al hombre, el golfista amateur que quiere seguir sus pasos y el presidente de la Fundación Seve Ballesteros. “Llevar este apellido dentro del mundo del golf es algo muy bonito y que me llena de orgullo”, explica; “es muy bonito ir a campos o estar con gente que te cuenta alguna historia sobre tu padre, cómo le conocieron, que te digan que empezaron a jugar al golf por él o lo que le admiraban. Es una satisfacción difícilmente comparable comprobar personalmente la huella que mi padre dejó en tanta gente y cómo participó en sus vidas”.
Javier intenta abrirse paso en el golf. De momento participa en torneos amateurs, como la semana pasada en Liverpool, mientras sueña con ser profesional. A finales de enero hizo su debut en el circuito europeo invitado a la celebración de los 25 años del campeonato de Dubái. Estaban todos los campeones pasados..., menos uno. El lugar de Seve lo ocupó Javier. Jugó al lado de Tiger Woods, José María Olazábal y Miguel Ángel Jiménez, entre otros, y todos creyeron ver en el swing del niño la figura del padre. Javier no pasó el corte después de las dos primeras rondas, aunque eso era lo de menos. Se sintió golfista junto a algunos de los mejores jugadores del mundo. Y en la clasificación de un torneo volvía a escribirse orgulloso el apellido Ballesteros.
Cuando Seve logró ese torneo de Dubái, en 1992, Javier tenía dos años. De la infancia recuerda los viajes, las tardes pescando en Santander, recogiendo conchas junto a sus hermanos Miguel y Carmen. “Fue una infancia muy normal, como la de muchos niños. He tenido la suerte de que mis padres siempre se han preocupado mucho por nosotros y nos han hecho ser muy normales. Recuerdo esa época en Pedreña y siempre cerca del campo de golf, con mi padre, mi madre, mis hermanos, primos y amigos. He tenido una vida de lo más normal. Mi padre siempre me decía que había que trabajar muy duro, que el talento solo valía si se trabaja. Como jugador, que aunque había que tener técnica intentase jugar lo más natural posible. Como persona, que había que ser gente honrada. Quizás haya heredado de él lo cariñoso que era con nosotros. Yo también lo soy”.
Habla de naturalidad Javier Ballesteros Botín. La posible en ese matrimonio entre el deportista y la hija del famoso banquero Emilio Botín. La familia como punto ocasional de conflictos, como se desató tras la muerte de Seve por la herencia de su legado. “Gestionar la fundación que lleva el nombre de mi padre supone una gran responsabilidad y al mismo tiempo un gran reto. Tiene que ser una fundación relevante, y en esa dirección vamos. Queremos hacer las cosas bien. Mi padre lo que quería cuando constituyó la fundación era ayudar. Esa vocación de servicio es a la que nosotros estamos tratando de dar forma. Lo hacemos fundamentalmente apoyando la lucha contra los tumores cerebrales, estando cerca de chavales sin recursos que quieren dedicarse al golf y promoviendo el golf como instrumento para fomentar en la sociedad los valores que encarnó mi padre”.
Entre las tardes de gloria, Seve guardaba un recuerdo caluroso. Aquel Open Británico de 2006 en el que su hijo mayor le hizo de caddie, ayudándole con la bolsa de palos. Años después, Javier se enteraría del ingreso de su padre en un hospital, por un mareo que revelaría un tumor cerebral, cuando estudiaba en Washington. Era la promesa que selló ante Seve. Primero los estudios y luego el golf. “Pero he de reconocer que los estudios los tengo algo abandonados últimamente”, admite Javier. “Me gusta mucho el golf y le dedico bastantes horas, todo lo que puedo. Y la verdad es que no me gustaría ejercer como jurista. Sería una buena señal, porque querría decir que me estoy dedicando al golf. Me queda mucho por mejorar, pero voy dando pasos hacia donde quiero llegar, ser profesional y ganarme la vida con ello”.
“Me gustaría ser un buen golfista y que me conocieran por eso”, resume Javier, también futbolero, seguidor del Barça. “No me paran por la calle, ni mucho menos. No soy nada conocido. Y ojalá siga siendo así. Creo que es mejor pasar desapercibido. En los campos de golf sí me suelen reconocer, pero siempre es agradable porque me dicen o me cuentan algo de mi padre, y me encanta conocer y compartir esos recuerdos”.
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