Pareja de reyes
La fiesta del premio Cervantes, la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, la visita al Papa, la jura de la ministra Tejerina… Cronómetro en mano, los Reyes han pasado más tiempo juntos en los últimos ocho días que en los últimos ocho años
Llámame cursi, blanda, Igartiburu, incluso, pero hoy estoy más mística que Esperanza Gracia y Sandro Rey juntos. Al final va a ser verdad eso de qué bonito es el amor, sobre todo en primavera. Cuando llega mayo, no sé, estoy como abierta a todo. Ilusa. Brilla el sol, estallan las glicinias, salen de la osera hordas de chicas con sus shorts intrauterinos, y nada vuelve a ser lo mismo. Que a las de mi quinta no nos miran ni los seguratas del aeropuerto, vamos. Porque, claro, en cuanto pasamos de 25 grados, o te quitas las medias ultraopacas, o coges una candidiasis de caballo, perdón, yegua, eso es incontrovertible. Y así: sin misterio, sin licra, a pelo de la dehesa, las comparaciones son odiosas. De tal guisa andaba yo estos días: lánguida, melancólica, asténica, mortificada con lo del tempus fugit, el carpe diem y el gaudeamus igitur, cuando se materializó ante mis ojos el renacimiento del romance de Sus Majestades, y me puse chota yo sola. Confirmado, coetáneas: hay amor después de los 70. Aunque sea por la corona.
Empecé a barruntármelo el Domingo de Resurrección, larga que es una. Mientras las revistas más pasteleras, perdón, palaciegas, entraban en coma diabético glosando lo monísimas que están las infantitas, yo, que a amargada no me gana nadie, díjeme: date, aquí hay tomate. La noticia no eran las nietas, sino los abuelos. Ahí tenías a los reales yayos codo con codo, hechos dos chavales, conjuntados en celeste como Felipe y Letizia en los buenos tiempos. Vale que cada uno llegó por su lado y que era la primera Pascua que coincidían en la misma provincia desde que, en 2012, él saliera pitando a no sé qué cacería y volviera con la cadera rota y el prestigio por los suelos. Menudencias. Ahí había algo.
El martes fueron a la fiesta del Cervantes con Poniatowska, mexicanísima, como su nombre indica. El miércoles, al Cervantes propiamente dicho. El sábado, a la cena de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. El domingo, a la santificación de los santos padres en San Pedro, será por santos: ella, de blanco ilusión; él, de terno oscuro, como para festejar urbi et orbi las bodas de oro que nunca celebraron. El lunes, superarmónicos, recibieron la bendición de Francisco. Y de allí, sin perderse de vista, se plantaron en la jura de la ministra Tejerina, te lo prometo. Inseparables, ya te digo. Como que, cronómetro en mano, han pasado más tiempo juntos en los últimos ocho días que en los últimos ocho años.
Lo malo es que vuelve la rutina. Él fue a vender la marca España a sus homólogos del Golfo, y ella quedose en tierra, ya se sabe que los jeques no son de monogamias. Para eso estaba la ministra Pastor al quite. El calorazo que habrá pasado esa santa con ese sayón, perdón, abaya, para darle gusto a los jeques no está agradecido ni pagado. Mi bochornazo, tampoco, pero eso van a ser los sofocos. Menos mal que en La Zarzuela han florecido los capullos. Y aún hay quien dice que lo de la real pareja es una operación de imagen y que cada uno hace su vida. Agoreros. Esos no han leído lo de Fermina Daza y Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez. ¿No caes? Sí, mujer: Gabo.
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