Caminando por paisajes lunares en el Wadi Rum
Acabo de regresar de Jordania, donde he estado toda la Semana Santa acompañando a uno de los viajes que organizo junto con Cadena Ser Viajes. Y como ya ocurrió en el mismo viaje del año pasado, uno de los momentos más especiales fueron los dos días que dedicamos a hacer senderismo por el Wadi Rum, mi desierto favorito.
Wadi Rum es un desierto de piedra que ocupa el extremo sureste de la reseca Jordania, fronterizo con Arabia Saudí. Es un desierto de montañas mágicas, islas de arena fosilizada que emergen de la llanura sedienta como gigantes silenciosos.
Confieso que estoy enamorado de estos parajes únicos, irrepetibles, casi lunares. Cumbres y gargantas erosionadas a lo largo de los siglos por el viento y la lluvia hasta modelarlas con unas formas extravagantes. Los gigantescos afloramientos de roca emergen de la llanura como ciudades misteriosas de un planeta lejano. Las grandes columnas de arena fosilizada quedan rematadas por cúpulas de aires bizantinos y los colores de la roca y la arena, que van del rojo intenso al nácar acaramelado, parecen incendiarse cada tarde con las tonalidades del ocaso.
Wadi Rum es el desierto de Lawrence de Arabia, porque lo recorrió muchas veces durante sus aventuras con la Revolución Árabe de 1916 a 1918. Lawrence amaba este lugar de piedra y arena del que escribió en su libro autobiográfico “Los Siete Pilares de la Sabiduría” muchas frases halagadoras: “Los paisajes, en los sueños infantiles, tenían aquel mismo aspecto vasto y silente”.
Lo normal entre los turistas que visitan Jordania es dar un paseo de un par de horas en todoterreno por una esquina del desierto, hacerse unas fotos en un par de dunas y en otros tantos miradores, comprar algunas baratijas en una tienda de beduinos y seguir viaje. Craso error.
Para descubrir la esencia de Wadi Rum hay que viajar de forma más pausada, internarse entre esas altas torres de arenisca, escuchar el silencio, oler el viento, tocar sus arenas rojas, sentir en la piel la soledad de unos escenarios calcinados durante millones de años. Por eso en este viaje que suelo organizar al país jordano nos quedamos a dormir en un campamento del desierto y dedicamos un par de jornadas a explorarlo. Una de ellas además a pie, cosa que muy pocos viajeros se atreven a hacer.
Y os aseguro que la sorpresa que se lleva gente que no ha caminado en su vida más allá de ir a comprar el pan en la esquina de su barrio es mayúsculacuando descubre que ha hecho 20 kilómetros seguidos por dunas y cañones de piedra, y justifica por sí sola el viaje.
Para dormir: de momento está prohibido construir hoteles “estilo internacional” en el Wadi Rum (ojalá siga siendo así por mucho tiempo) y la única manera de alojarse en el entorno del desierto en es alguno de los numerosos campamentos de jaimas beduinas. Los dos más recomendables son el Captain's Campy el Hillawui.
Nota del autor: los que seguís habitualmente el blog os habréis extrañado de la cantidad de dias que he estado sin actualizarlo, algo que no suelo hacer. Se ha debido a un fallo generalizado a nivel mundial en la plataforma Typepad, la que usan los blogs de El País, que ha afectado durante casi una semana a todas las bitácoras de este periódico. Parece que el problema ya está por fin resuelto.
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