Santo súbito
Vayan por delante mis respetos por todos los finados y cada uno de sus deudos. Pero, admitámoslo, paisanos: nos gusta más un duelo que un bautizo, una comunión y una boda juntos
Menuda papeleta. A ver quién le saca chispa a una semana tan monopolizada por El Óbito que hasta la prensa rosa lleva crespón negro. Podría tirar por lo fácil y contarte que Shakira ha celebrado la presentación planetaria de su disco con una merendola con el marido y los íntimos, como quien convida a unos panchitos a los vecinos de la urba para enseñarles el nuevo plasma. Cero glamour, cero morbo y cero misterio exhibió la exloba abducida por el padre de su lobezno. Dice la diva que la maternidad le ha cambiado hasta la voz, que ahora es “más profunda, más redonda, con otro grosor”, y no hace falta que lo jure. Estás que estallas los microvestidos de maciza, Shak, pero lo de depredadora sexual insaciable ya no cuela. Tanto restregarte con Rihanna en el vídeo para luego dedicarle el disco a tus suegros le baja la libido hasta a Escassi. Así, no me extraña que Piqué se escapara a ver a Beyoncé partir cocos con los muslos en el Palau Sant Jordi. Esa sí que sabe mantener el aura de leona en celo. Seguro que Jay-Z está harto de verla en faja y rulos, pero ella no sale ni a tirar la basura sin un ventilador industrial llevado por dos porteadores nubios alborotándole la melenaza.
Pero no. Una tiene una responsabilidad social y un compromiso con la historia. Así que hablaré del Deceso. Vayan por delante mis respetos por todos los finados y cada uno de sus deudos. Pero, admitámoslo, paisanos: nos gusta más un duelo que un bautizo, una comunión y una boda juntos. En una relación inversamente proporcional a la cercanía con el difunto, vale, tampoco somos tan machotes como Wert, que se crece en el castigo. Que nos mola una defunción, digo. Tú te enteras por la radio del coche de que la ha palmado un notable, ahí tú sola con tus bajas pasiones, y te desciende un repelús del hipotálamo que no sabes si es más de la pena por el desaparecido, o del gusto de no ser tú el finado. Y si es una hecatombe, en vez de hundirnos, nos venimos arriba. Como que el otro día, con la falsa alarma de la debacle aérea en Canarias, se registraron más, ejem, erecciones en según qué curros que en el concierto de la diosa texana. La excitación duró lo que el estímulo, perdón, el infundio, vale. Pues como todas. Las excitaciones, digo. Y después del gatillazo nos quedamos así como alelados, entre aliviados y melancólicos. Como todos. Los despueses, digo.
Y voy al Santo Entierro, que no remato ni a tiros. Sí, yo también fui a presentar mis respetos al interfecto. Por obligación o devoción, eso es cosa mía, como todos los allí congregados. No he visto más gente de luto por compromiso desde que Tom Ford decidió que el negro es el nuevo negro. Tenías que ver a los expresidentes González, Aznar y Zapatero hacer como que alternaban para que no se notara que no se tragan ni en pintura. O a los Príncipes, pobres, que últimamente no ganan para velatorios. Hasta el cardenal Rouco, recién jubilado de baranda de los obispos, se plantó en la sede de la soberanía popular a echarle un responso al nuevo Santo Súbito, iba a perderse él una foto histórica. Fuera, mezclada con el agua de las lágrimas, fluía carrera de San Jerónimo abajo el reguero de la sangre de todas las puñaladas que tantos le habían asestado al finado en vida.
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