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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Silencio terapéutico

Renfe anuncia que los trenes de alta velocidad tendrán vagones silenciosos en los que el móvil estará proscrito

Soledad Calés

Entre un abigarrado paquete de ofertas comerciales para impulsar el negocio ferroviario, el Ministerio de Transportes anunció que los trenes de alta velocidad dispondrán de vagones silenciosos en los que no se podrá hablar por el móvil, la megafonía quedará reducida al mínimo y las luces iluminarán tanto como una luciérnaga.

Estamos ante la decisión más saludable del año; puede incluso que de la década. Los trenes de Renfe, como cualquier otro recinto público, están sometidos al suplicio del teléfono móvil: viajeros que cuentan a gritos sus descacharrantes experiencias, citas repetidas con voces estridentes, tonos o politonos infames y una babel vocinglera de llamadas para comunicar “estoy llegando”. Son muchos decibelios dañinos para la salud.

La omnipresencia del móvil amenaza con convertirlo en un adminículo odioso cuyo abuso destruye la privacidad del hablante imponiéndola estruendosamente a quien le rodea. El vagón silencioso se convertirá pues en remanso de paz y en zona de exclusión para la tranquilidad de espíritu. Un hallazgo, vamos.

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No debe defenderse el vagón silencioso solo como una defensa contra la contaminación acústica (que también), sino sobre todo como una disciplina para corregir un caso de incontinencia social. El hecho de poseer un teléfono móvil sofisticado (¿por qué se llamará así? ¿acaso se mueve?) parece que obliga a usarlo en todo lugar o situación. El aparato desborda y somete a la función comunicativa. El eslogan“lo importante es hablar” (a cualquier precio) produce el efecto segundario del ruido ininteligible. Igual que la naturaleza tiene horror al vacío, la sociedad acabará por tener horror al silencio.

Hubo un tiempo en que las personas valoraban el silencio como un bien. En el infierno imaginado por los cistercienses se abofeteaba continuamente a los que en vida hablaron demasiado. Y cuando una señora, durante un concierto, preguntó a Beethoven (por el oído bueno) si existía algo más celestial que la música, el compositor de Bonn le respondió ásperamente: “¡Sí, señora, el silencio!”. En nombre de Beethoven, exijamos vagones de metro silenciosos, cines libres de móviles, calles acotadas sin ruido y televisiones sin tertulianos.

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