Nacidos libres e iguales
Esta entrada es de nuestra colaboradora Violeta Assiego (@vissibles) dentro de la serie que dedicamos a los derechos LGBTI.* El nombre es elinforme publicado por Naciones Unidas el 2012.
Activistas LGBT atacados en una protesta contra la ley homófoba rusa.Foto de Roma Yandolin
Hace menos de quince días que se conoció que Jean-Claude Roger Mbede había muerto. Tenía 34 años. Numerosos medios de comunicación nacionales e internacionales -entre ellos este periódico- se hicieron eco de este hecho y de las circunstancias en las que se produjo. Su vida cuando fue hostigado, violentado, encarcelado y condenado injustamente por el Estado camerunés no despertó tanto interés si bien su caso ha sido —desde hace varios años— unánimemente denunciado y apoyado por diferentes organizaciones de Derechos Humanos. Jean-Claude Roger Mbede no debía haber muerto pero su familia al elegir sacarle del hospital y llevarle a su aldea, le negó la atención que le hubiera permitido vivir. Para ellos Jean Claude era una maldición, era gay, y su muerte un efecto de aquella.
Camerún es uno de los 36 países de África donde la homosexualidad es delito y se penaliza con cárcel y castigos físicos. En este continente existe incluso la pena de muerte para la homosexualidad en Mauritania, Sudán, doce estados de Nigeria y en el sur de Somalia. Amnistía Internacional en su informe “Cuando el amor es delito” —centrado en la situación de las personas LGBTI en África— recuerda que “las leyes que tipifican como delito las relaciones sexuales consentidas entre personas del mismo sexo vulneran las normas internacionales y regionales de derechos humanos, que protegen el derecho a no sufrir discriminación, el derecho a la igualdad ante la ley y el derecho a la intimidad”. Muchas de estas leyes son herencia de la época colonial y muchos de los mensajes de rechazo homófobo provienen de líderes políticos y religiosos que impregnan de temor y/o de odio a las familias que se confían a ellos. Tener un hijo homosexual, bisexual o transexual en los países donde la homosexualidad es delito o se ve como algo “anormal” es, bajo el influjo de determinadas creencias, cuando menos una auténtica maldición.
En otro lugar del planeta, otras familias -aparentemente mucho más modernas y desarrolladas a la luz de los estereotipos que dejamos que nos llenen de prejuicios - sufren un drama muy similar. En Estados Unidos –según un informe publicado el pasado mes de septiembre por el Centro Americano del Progreso- aproximadamente entre un 20 % y 40 % de los jóvenes sin hogar se identifican como LGBT o creen que tal vez sean LGBT. Muchos de estos jóvenes, con edades comprendidas entre los 12 y 24 años, reconocen haber vivido situaciones de violencia en su hogar y/o en el colegio a consecuencia de su orientación sexual e identidad de género. Dramático.
Estigmatizar a alguien por su orientación sexual e identidad de género es injusto y es cruel. Afirmar que la homosexualidad es una discapacidad —tal y como ha dicho el recién nombrado Cardenal Fernando Sebastián Aguilar— es un error de bulto porque desde 1990 ya no es considera como una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud. Es una grave irresponsabilidad similar a la del presidente ruso Vladimir Putin cuando asocia homosexualidad a pedofilia y de este modo legitima la violencia que vienen sufriendo los gais, las lesbianas, los bisexuales y las personas trans en su país. No relativiza lo afirmado el decir lo dicho “con todos los respetos y sin ánimo de ofender”. Hace apenas unos días, el presidente ugandés ante un posible endurecimiento de su legislación pendiente de su firma— afirmó a modo de disculpa que los homosexuales no deben ser perseguidos ni encarcelados sino “rescatados” y “tener un tratamiento” que atienda su “anormalidad”.
Los líderes políticos y religiosos tienen un plus de responsabilidad por el efecto que sus mensajes tienen entre sus seguidores y entre el resto de ciudadanos cuando estos alimentan el temor y la aversión hacia un sector de la población integrado —lo quieran o no— en la estructura social de todos los países del mundo. Los derechos de las personas LGBTI están reconocidos en las declaraciones de derechos humanos, las constituciones de la mayoría de los países, en distintos pactos internacionales y en numerosos tratados. Desde ministros a embajadores, pasando por grande genios e insustituibles científicos, la orientación sexual e identidad de género no diferencia profesiones, ideologías, razas, religiones ni condición social. La diversidad afectivo sexual existe y el único trastorno que las personas LGBTI sufren por motivo de su orientación sexual e identidad de género es el provocado por las palabras de líderes anclados en creencias muy intolerantes que dan la espalda a los derechos y a la realidad. Mensajes que provocan la exclusión, la incomprensión y la hostilidad entre seres que se quieren, compañeros, vecinos e iguales. Eso trastorna a cualquiera.
Alice Nkom, abogada de Jean Claude Roger Mbede, ha dicho estos días que "la responsabilidad última de la muerte de Roger es del Estado”. Un modo “elegante” y muy correcto de romper la espiral de odio y confrontación que se crea dentro de las sociedades cuando los Estados no garantizan ni velan porque se respeten los derechos de todos sus ciudadanos. Lo verdaderamente importante y urgente en este momento, también para las personas LGBTI, es no perder de vista que los derechos humanos son universales y los Estados responsables de que así sea. Los que nos los respeten deberán rendir cuentas.
Descanse en paz Roger, y en su nombre todos aquellos y aquellas que mueren por ser diferentes a sus iguales.
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