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Javier Pérez era uno de esos universitarios sobradamente preparados llamados a ser grandes consumidores culturales. El mercado laboral, con una tasa de paro juvenil del 54%, no se lo ha permitido. Después de meses sin empleo, este joven de 24 años ha encontrado trabajo en un supermercado, que compagina con una beca de formación. Pero su contrato solo le asegura un sueldo hasta febrero. Lo que vendrá después es una incógnita. Por ahora, cubre su ración diaria de cine con un abono a Netflix. Por 10 euros al mes, algo más del precio de una entrada, tiene acceso ilimitado a esta plataforma estadounidense de series y películas <i>online</i>. Para disfrutar de sus contenidos, tiene que hacer una pequeña trampa y cambiar la dirección IP de su ordenador: la empresa, con 32 millones de usuarios, rechazó instalarse en España por no poder hacer frente a la piratería. “Antes iba al cine una vez a la semana", explica Javier Pérez, "y ahora, como mucho, una vez al mes".
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El cine puede esperar

La clase media recorta su gasto en cultura y lo sustituye por las plataformas online de pago y las descargas ilegales

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