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100 dólares para soñar

Un programa de microcréditos permite el autoempleo de mujeres en Lima Con pequeñas aportaciones se ponen en marcha comercios, restaurantes y talleres

Pablo Linde
Carolina Beatriz García, casada y con tres hijos, consiguió un crédito para un taller de confección.
Carolina Beatriz García, casada y con tres hijos, consiguió un crédito para un taller de confección.Annabelle Avril (Fundación Taller de Solidaridad)

En Lima, 100 dólares pueden suponer la diferencia entre quedarse en casa cuidando a los hijos o iniciar un negocio que abra una vía de futuro. Esa fue la cantidad con la que Sandra Surichaqui pudo iniciar su modesta carrera empresarial y, a la postre, encontrar su vocación.

“Es una microempresaria de éxito”, dice Carmen Sánchez, responsable del programa Servicios Educativos El Agustino (SEA). Esta organización fundamenta su trabajo en organizar pequeños “banquitos”, como allí los llaman, para facilitar créditos a mujeres (en un 90% de los casos) y formación para que puedan montar sus propios negocios.

Los 100 dólares le permitieron a Sandra comprar una mesa de futbolín para sacar algún dinero alquilándola en la puerta de su casa. Fue en 2008. Desde entonces ha tenido dos hijos y ha compaginado sus aventuras microempresariales con su cuidado. Tras estos primeros pasos futboleros, se metió de lleno en cursos formativos proporcionados por los SEA, donde le enseñaron algo de contabilidad y los fundamentos para llevar un negocio con más enjundia que el alquiler del futbolín. Compró una máquina de tejer y, comenzó con la confección de ropa, a lo que se sigue dedicando.

La formación que acompaña a los préstamos es imprescindible para montar pequeños negocios

Los SEA trabajan con 25 banquitos, con unos 325 socios. Prestan dinero a pequeños negocios, fundamentalmente de comercio, pero con ramas en el sector servicios (especialmente restaurantes) y confección, como es el caso de Sara.

El dinero que les prestan es imprescindible para dar el paso a emprender y ganarse la vida, pero probablemente nunca lo harían sin los talleres que lo acompañan. Buscan, además de aportarles los conocimientos para emprender, llevar las cuentas y generar la suficiente confianza como para atreverse a montar sus negocios. “Yo casi no era capaz de hablar con desconocidos y ahora mi trabajo se basa en buena parte en atender y buscar nuevos clientes”, asegura Sandra.

Este proyecto tiene una pata española. La Fundación Taller de Solidaridad ha conseguido reunir casi 200.000 euros para ayudar a montar estos negocios. De esa cifra, tan solo 12.000 van destinados a los préstamos. La mayor parte se usa para los cursos de formación que permiten que los pequeños créditos sea aprovechados e invertidos de la mejor forma posible. Según explica Jesús García Consuegra, responsable de proyectos de la fundación, una vez devuelto el dinero, se reinvierte en otro proyecto de otra empresaria. Para aprobarlos, existe una comisión que estudia su viabilidad. Y luego es votado por todas las socias que forman el banco comunal. A tenor de los resultados, lo hacen con buen juicio: la morosidad es prácticamente nula.

Una exposición que recorrerá 13 provincias españolas con el título Préstamos para soñar sirve de relato de sus historias. Acaba de concluir su periplo por Lugo y a partir del próximo 1 de febrero podrá verse en el Liceo de Ourense. Las fotografías de este reportaje son parte de esa muestra.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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