La jura de Rohaní: una visión personal
La elección del nuevo presidente iraní representa una apuesta por la racionalidad y la esperanza de un país que se suponía dominado por la apatía y la frustración. Hace falta un Estado predecible en Oriente Medio
Cuando recibí la llamada de la Embajada de Irán invitándome, en nombre del presidente Hasán Rohaní, a la ceremonia de su toma de posesión, dudé sobre qué respuesta dar. Sabía que sería controvertida.
Habían pasado cinco años desde la última vez que estuve en Teherán. Fue un viaje importante dentro de la negociación nuclear que en nombre del Grupo de los Seis [formado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Rusia, EE UU, Francia y Reino Unido) y Alemania] y la UE en su conjunto me correspondía encabezar. Por entonces, mi interlocutor era Said Jalilí, el tercer negociador iraní con el que tuve que tratar durante mi mandato en la UE. Merece la pena recordar que las negociaciones comenzaron en 2003 con el actual presidente Rohaní, y continuaron a partir de 2005 con Alí Lariyani hasta 2007, cuando fue nombrado Jalilí.
Llevaba conmigo en el viaje una nueva propuesta para intentar desbloquear la situación de parálisis en la que nos encontrábamos. La propuesta iba acompañada con una carta mía de presentación, apoyada con la firma de todos los ministros de exteriores del grupo, incluida, por vez primera, la de la entonces Secretaria de Estado de EE UU, Condoleezza Rice. La incorporación pública y explícita a la negociación de Estados Unidos, que hasta ese momento lo había hecho desde fuera, era un gran regalo que desestabilizó a los líderes iraníes. Aún recuerdo al entonces ministro de Exteriores, Manujer Mottaki, observando con gesto de sorpresa e intriga la firma de Rice, como si no se lo pudiese creer.
En dos páginas claras, se presentaba la propuesta y el calendario para el desbloqueo de las negociaciones. Se explicó con precisión a las autoridades y, con el ánimo de acercarla a los ciudadanos de Irán, acepté una larga entrevista a la televisión pública iraní, seguida de una multitudinaria rueda de prensa en la embajada alemana en Teherán. Conseguimos que nuestra propuesta se conociera mas allá de los pasillos del poder.
Dice un proverbio iraní: “Solo se despierta al que está dormido, no al que se hace el dormido”
Regresamos relativamente contentos con la visita.
Al cabo de un par de meses recibí un documento largo, farragoso de forma, de difícil comprensión en el fondo y que no se refería a los puntos medulares del nuestro. Fue una clara señal, una más, del empantanamiento en el proceso de toma de decisiones de la estructura de poder iraní de entonces. No era nuevo: producían confusión cuando y donde debiera haber claridad,con el objetivo de mantener en marcha la negociación sin, de hecho, avanzar eficazmente. Caímos en un terreno pantanoso con coste para todos y que pronto fue subiendo de tono con sanciones y tambores de posibles acciones militares. Todo ello tenia lugar durante el mandato del presidente Mahmud Ahmadineyad.
El pasado junio, fueron convocadas elecciones para reemplazar al presidente, cumplidos los ocho años de su mandato. Era un momento delicado para Irán. La frustración que el mandato de Ahmadineyad había dejado en el país hacia difícil predecir el resultado e incluso el nivel de participación electoral.
Las sanciones internacionales estaban dañando la economía y la actitud en politica internacional del presidente aislaba cada vez más a Irán en la política mundial. ¿Estaba Irán dispuesta a dar un paso cierto hacia la racionalidad o continuaría en la línea de país imprevisible mantenida durante ocho años por Ahmadineyad? Esta era, a mi juicio, la gran cuestión de las elecciones presidenciales.
Todo parecía empezar mal: el veto a algunos de los candidatos mas racionales por el Consejo de Guardianes y el mantenimiento, por el contrario, de las figuras mas radicales. Dos importantes personalidades, sin embargo, continuaron en liza: Alí Akbar Velayati, quien había sido ministro de Exteriores durante la presidencia de Alí Akbar Hashemi Rafsanyaní, a quien traté bastante durante mi época de ministro de Exteriores de España, y Rohaní, primer negociador nuclear bajo la presidencia de Mohamed Jatamí y miembro del Consejo de Seguridad Nacional de entonces, a quien conocí al inicio de la década de los 2000, ya como Alto Responsable de Política Exterior de la UE, y con el que colaboré de forma productiva hasta la llegada de Ahmadineyad a la presidencia.
Confío en que el nuevo presidente Hasán Rohaní sea la persona que los tiempos necesitan
Seguí la campaña electoral con interés y en particular los dos debates televisados entre los candidatos. Al inicio las apuestas daban por vencedor a Jalilí —representante de los más conservadores—casi de forma unánime. Y fueron dos debates los que movilizaron a una opinión pública desanimada. Dos debates en los que Rohaní fue por delante tanto en los temas económicos como en los de politica internacional. La negociación nuclear dominó el segundo debate, que acorraló a Jalilí frente a la presión de Rohaní y Velayati. Pasivamente me converti en actor secundario de un debate que venció Rohaní.
El día de la votación fue a las urnas casi un 75% de la población, cuando se esperaba la apatía. Más de la mitad de los votantes dieron su voto a Rohaní, quien no tuvo ni que pasar a la segunda vuelta. Y es de resaltar: un país frustrado y dañado económicamente se levanta durante la campaña electoral y decide cambiar lo que parecía ser el curso de su historia. Rohaní es hoy el presidente gracias a una importante movilización ciudadana, por su programa claro sobre la economía y sobre el rol de Irán en el mundo, incluido su papel en el ámbito nuclear. Y en la toma de posesión respondió con su discurso y con la elección de sus ministros a lo que los iraníes desearon con sus votos. Un Gobierno, que pocos creían que sería capaz de componer, en lo económico y en las relaciones internacionales.
Se habían dado dos pasos de gigante: uno de la ciudadanía iraní, al entender los desafíos, y otro del presidente, al elegir a los mejores para una empresa de dificultades enormes. Entre la racionalidad y la imprevisibilidad, el pueblo iraní y su líder han elegido lo primero. Me entrevisté en 48 horas con varias personalidades relevantes del país. Encontré en casi todos el mismo sentimiento de previsibilidad y urgencia.
Irán es un país rico en dichos de utilizaciones múltiples y tiene uno que me gustaría sacar a colación: “Solo se puede despertar a quien está dormido, no a quien se hace el dormido”. Este dicho es válido, en interpretación libre, para Irán y sus gentes. Pero también para la comunidad internacional, quien debe ser consciente de la importancia de esta elección.
En un mundo tan complejo y en un Oriente Medio lleno de incertidumbres, nos interesa a todos un Irán predecible, un Estado importante regionalmente y no un movimiento chií desestabilizador con ambiciones que van mas allá de lo que los tratados internacionales permiten. Confío en que el presidente Hasan Rohaní sea la persona que los tiempos necesitan. Pienso que mi decisión de aceptar su invitación y estar presente en su toma de posesión fue acertada.
Javier Solana es distinguido senior fellow del instituto Brookings y presidente del Centro de Economía y Geopolítica Global de ESADE.
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