El nieto de Diana
La princesa de Gales vistió un camisero ochentero con mangas de aquí te espero y pequeños lunares blancos para presentar a su hijo Guillermo. Kate ha seguido la misma jugada.
Llegué a España a través de Santiago de Compostela, en 1992. Conocí en esa ciudad a mi esposo y a mi nuevo país. Muchas veces abordé el tren a Madrid y guardo un recuerdo dulce de mi juventud saboreando allí la atmósfera europea de las estaciones de tren. El puesto de periódicos al final del andén. La fina lluvia en las tardes de verano. El viento frío al regresar en enero tras las vacaciones de Navidad. La partida de Santiago sintiendo que ya dejas algo. Y la llegada a Madrid, incierta, seca y aventurera. Desgraciadamente, a partir del miércoles, también recordaremos esta estación de otra manera.
Las teles pasan de seguir las idas y venidas de los políticos a sumergirse en las tragedias. Al juicio de Bretón le sustituyó brevemente la expectación por las declaraciones de Bárcenas, y a estas, el silencio del presidente.
El lunes amaneció con la llegada de dos herederos para dos dinastías: un nieto para Diana de Gales y una nieta para Pilar Bardem. Y entonces ocurrió la tragedia y el ansia monográfica de las televisiones encontró una nueva vía con la cual distraer nuestros ojos del otro caos político y de credibilidad. La cobertura extraordinaria del accidente hace olvidar cualquier cosa importante, como la rebaja de la condena a Jaume Matas o el ingreso en prisión de la señora Munart, también en Baleares.
Si en España existiera una Olivia Pope, la infatigable y poderosa abogada de la serie Escándalo, que asesora a un ficticio presidente para sortear todo tipo de accidentes en la Casa Blanca, le haría saber a nuestro presidente de carne y hueso que gestionar bien este horrible descarrilamiento le facilitaría un escudo para su comparecencia en el Congreso el próximo jueves. Y daría a Rajoy la fuerza que su silencio ante la corrupción debilitada.
El vestido de Kate hacía un guiño al que llevó Lady Di al presentar a su hijo
La cobertura de la tragedia ha confirmado que la televisión no es ni pública ni privada, es televisión. Así, cada mañana asistimos a los detalles: el despiece del tren, la curva, la compañía ferroviaria, los llantos de los deudos envueltos de una solidaridad que alimenta, involuntariamente, a la televisión en directo. En medio del horror, se han recordado accidentes ferroviarios como el de 1944, que fue censurado por el franquismo y del que nunca se supo el total de víctimas. O el del metro de Valencia durante la presidencia de Francisco Camps. En esa ocasión, el accidente sucedió demasiado próximo a la visita del papa Benedicto XVI y quizá por eso no sabremos cuáles fueron las auténticas razones del siniestro. Los familiares de las víctimas organizan manifestaciones para que no se les olvide, pero con mucha menos atención por parte de las televisiones. Un accidente pasado no tiene el empuje de uno reciente.
La semana había arrancado tan bien, con el nacimiento del nieto de Diana de Gales y el lucimiento de Guillermo de Cambridge ante la tele y el mundo. Con la manga arremangada, prematuramente calvo, que también trae su público y dividendos, haciendo bromas de sí mismo con ese “Se parece a Kate, gracias a Dios” que habría hecho brillar de orgullo a su madre. Es tímido, pero sabe actuar en público, como ella. Oh, Diana, siempre está presente. Diana vistió un camisero ochentero con mangas de aquí te espero y pequeños lunares blancos para presentar a su hijo Guillermo. Y Kate ha repetido jugada, lunar más grande, pero menos tela, sabiendo que nada puede fascinar más al público que un guiño a los fantasmas.
La nueva hija del matrimonio Bardem Cruz, que suma ambos ADN, será un definitivo empujón para la marca España: ha sido nacer y descender el desempleo. Bien sabía Penélope que la niña nacería de película, así que se fue al teatro dos días antes con amigos, apoyando a su gremio.
La nueva niña de los Bardem Cruz será un empujón para la marca España
En este chaparrón de herederos tenemos la llegada de Neymar, el fichaje estrella del Barça, al exclusivo y deseado barrio de Pedralbes en Barcelona. Abróchense los cinturones, el nuevo Messi viene con toda la batucada de su favela natal a las cercanías del palacete de los Urdangarin Borbón, unos vecinos ya no tan deseados que sumarán a sus problemas el estruendo del hip-hop, samba y coches de gran cilindrada. Y llega igualmente Susana Díaz, la inminente heredera de la presidencia de la Junta de Andalucía (el PSOE en Andalucía es como el PRI en México, décadas encadenadas por presidentes que heredan el puesto), igual que en una monarquía, pero con un ligero cambio de ADN.
Muchas redacciones esperan, casi con igual frenesí que el nacimiento de Jorge Alejandro Luis, el posible encuentro, o desencuentro, de la jueza Alaya con la presidenta Díaz. La jueza, ya se sabe, se ha convertido en juez y parte de la moda sevillana casi arrebatándole ese cetro a Naty Abascal. Susana es un poquito más Kate, colores sólidos, estampado mínimo, pero el morbo ya está en el aire. ¡Y ahora, presidenta, demuestra quién eres! Los tertulianos políticos podrán debatir con los de estilo si la jueza lleva la delantera en esta batalla gracias a su trolley justiciero. Es un complemento muy difícil de superar. Pero ahí tiene que demostrarnos ingenio la simpática Susana, apareciendo con mochila y recuperando una buena agenda electrónica sin ERE.
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