Me pongo en su piel
Intento, a veces, ponerme en la piel de la policía. Esos policías que, en las manifestaciones pacíficas de la ciudadanía cargan, en ocasiones, supongo que porque obedecen órdenes, golpeando duramente a personas que, aparentemente, no están ocasionando incidentes de gravedad.
Y pienso que son personas como los manifestantes, son funcionarios, como muchos de los que se manifiestan. Ellos también están sufriendo recortes injustos, pérdida de salarios, copagos en sanidad, subidas de las matrículas de sus hijos o hermanos. Ellos ven cómo la pensión de sus padres ha perdido poder adquisitivo, cómo sube desmesuradamente el recibo de la electricidad y el precio de la gasolina y de muchos artículos de primera necesidad. Ven cómo se rescatan bancos y se pagan pensiones e indemnizaciones escandalosas a quienes han ocasionado esta ruina. Ven, como todos los demás, los múltiples casos de corrupción que nos llenan de vergüenza y de rabia.
Y creo que les debe resultar muy duro acatar las órdenes que les obligan a reprimir a sus conciudadanos, a sabiendas de que sus protestas son justas, sus reclamaciones, como en el caso de los desahucios, más que razonables. No se piden gollerías, sino el derecho a no ser expoliados por un poder financiero y político que está llevando a la gente a la desesperación.
Pensando todo esto, sueño con el día en que la policía se quite los cascos y se niegue a apalear a sus conciudadanos. Se niegue a atropellar la razón y a obedecer unas órdenes abusivas. Se nieguen, en definitiva, a no poder dormir por la noche, porque saben que han vejado a quienes reclamaban derechos que les están siendo robados.
Sí, algunas veces me pongo en su piel. De los que les dan las órdenes no quiero acordarme.— Ángel Villegas Bravo.
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