Nicolás Maduro y la homofobia en América Latina
No cabe esperar demasiados avances culturales en Venezuela, México, Honduras, El Salvador o Costa Rica, mientras las declaraciones de algunos dirigentes sigan en el siglo XIX
La onda expansiva del rebuzno homófobo, frecuente en la América Latina machista, alcanzó la precampaña electoral venezolana con la retrógrada jactancia del candidato oficial a la presidencia, Nicolás Maduro, que presumió de machote y contrapuso una hombría de bragueta con la supuesta homosexualidad del contendiente de la oposición, Henrique Capriles. El abanderado chavista sublimó la heterosexualidad con la rotundidad de un decreto ley. Fue muy aplaudido: “Yo si tengo mujer, ¿Oyeron? Me gustan las mujeres. Y aquí la tengo”, dijo durante su inscripción como candidato a la presidencia. Acto seguido besó a su esposa, y le acarició el pelo con teatral deleite. “Beso, beso, beso”, les pedía la multitud.
No es la primera vez que el heredero de difunto Hugo Chávez debe explicarse, y pedir disculpas, tras equiparar homosexualidad e insulto. Hace casi un año, en abril del 2012, durante la conmemoración del fracaso del golpe petrolero del 2002, el entonces canciller Maduro cargó contra dirigentes de la oposición llamándoles “marinconsones”. Cilia Flores, Procuradora General de la República, Robert Serra, diputado, y Maripili Hernández, ministra de la Juventud, entre otros altos funcionarios, palmearon el eructo. Estimulado, un monaguillo oficialista no tardaría en 'acusar' a Capriles por la televisión estatal de haber mantenido relaciones homosexuales en un coche hace trece años.
El ordenamiento jurídico de la nación bolivariana respeta la orientación sexual del ciudadano, aunque sin haber desarrollado una legislación garantista, pero el machismo cultural es una lacra vigente desde río Bravo a Tierra del Fuego. La homofobia y el machismo asociado no son privativos del hombre del Cromañón venezolano, vivito y coleando en el bloque gubernamental y en las filas de la oposición, sino que pervive como fenómeno transversal en las sociedades latinoamericanas. La herencia española influyó en la consolidación la testosterona como antigualla cultural. Argentina legalizó el matrimonio gay, pero esa comunidad todavía alquila catacumbas en la ‘revolucionaria’ Nicaragua, y pide disculpas en Panamá, donde la homosexualidad fue delito y enfermedad mental hasta el año 2008.
No cabe esperar demasiados avances culturales en Venezuela, México, Honduras, El Salvador o Costa Rica, mientras las declaraciones o comportamientos de algunos de sus dirigentes sigan en el siglo XIX, en colisión con los convenios sobre igualdad de género firmados por sus propios gobiernos. En abril del 2006, el subsecretario de la Conferencia Episcopal de Venezuela, Jorge Piñango, apareció muerto en un hotel de Caracas. Fue asesinado por el joven con el que mantuvo relaciones homosexuales, posteriormente detenido, según la policía. En conferencia de prensa, el ex Fiscal General y ex embajador en España, Isaías Rodríguez, aludió a “la moralidad” del sacerdote como un elemento a considerar en la explicación del asesinato.
La diversidad sexual es tabú en varios países de Latinoamérica entre ellos Venezuela, que pese a los radicales cambios constitucionales y políticos aprobados durante la hegemonía bolivariana no ha debatido todavía leyes de igualdad, ni mucho menos políticas públicas de salud, seguridad, educación y trabajo. El candidato Maduro intenta la encarnación con el idolatrado Chávez pero lleva mal camino porque el caudillo de Barinas, que no era precisamente un hombre tolerante, nunca atacó a la comunidad homosexual, aunque tampoco promocionara sus derechos.
¿Y la reacción del candidato Capriles? Como la homofobia vota y abunda en el censo, el abogado de 40 años, soltero, se declaró mujeriego, impresionado por las beldades del estado de Carabobo. “A veces uno se para aquí y tienes unas muchachas de frente y uno las empieza a ver y pierde la concentración. Esa es mi debilidad. Aquí se lo digo al país, mi debilidad son las mujeres”. Posiblemente, las mujeres sean la perdición de Henrique Capriles, o de Nicolás Maduro, o de cualquier otro contendiente latinoamericano, pero si no fuera así, una admisión en sentido contrario sería improbable porque el machismo histórico podría retirarles su apoyo en las urnas, al estilo de aquellos padres más comprensivos con una hija puta que lesbiana.
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