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Escándalos, peleas y Rihanna: la tormenta diaria de Chris Brown

Una riña con Frank Ocean devuelve a las portadas al polémico novio de la cantante barbadense

Tom C. Avendaño
Chris Brown, el pasado 17 de enero en Los Ángeles.
Chris Brown, el pasado 17 de enero en Los Ángeles.CORDON PRESS

Chris Brown fue multado por conducir su Porsche a unos 90 kilómetros por hora en una carretera de Beverly Hills (California) de 50 el sábado; un día antes de que el cantante Frank Ocean anunciara, no sin condescendencia, que había decidido no demandarlo por la pelea que tuvieron el domingo anterior en el aparcamiento de un estudio de grabación de Santa Monica. Era el broche final a la semana horribilis de Brown, un intérprete de R&B de moderado éxito e ingente talento para ser odiado; siete días de frenesí mediático que han recuperado uno de los principales pasatiempos de la prensa del corazón de Los Ángeles: darle al público motivos para criticar al novio de Rihanna, la estrella a la que él propinó una famosa paliza la noche de los Grammy de 2009.

El altercado con Ocean abrió la veda quizá por su poder simbólico. Ambos coincidieron junto a sus respectivos equipos, a la salida del estudio el domingo 27 de enero. Según testigos, la gente de Ocean bloqueó el acceso de Brown a su coche, lo que provocó una pelea entre ambos grupos sin víctimas reseñables pero con los grandes ingredientes de la épica del famoseo: egos zaheridos, estrellas de la música negra y violencia innecesaria. En la cobertura que recibió el asunto, digna de una guerra nuclear, Brown fue el gran perdedor. Si bien no está confirmado quién dio el primer golpe, los medios y la policía operaron bajo el supuesto de que la víctima era Ocean, también cantante de R&B pero mucho más amado por público y crítica por sensible y honesto; lo opuesto a la actitud chulesca, osadas declaraciones y propensión a la violencia de Brown. Estas diferencias se hicieron evidentes en las publicaciones de ambos implicados en las redes sociales al poco del incidente: “Me ha asaltado Chris con un par de chicos. Jaja. Ojalá Everett hubiera estado allí”, tuiteó Ocean, en referencia a su perro. “Me he cortado el dedo, ahora no podré tocar a dos manos en los Grammys”. El unánimemente vilipendiado Brown publicó al día siguiente un dibujo de Jesucristo en la cruz en Instagram con el comentario: “Así me siento hoy”.

El cantante, sin embargo, mantuvo su pose de víctima y, mientras la polémica del primer golpe en esa pelea recordaba a esa otra reyerta que tuvo en un bar de Nueva York con el rapero Drake (en esa ocasión se dedicó a tirarle copas), insistió el martes en que quería que los agentes hablaran con él para que tuvieran su versión de los hechos. Si había iniciado él la pelea, se consideraría una infracción de su libertad condicional tras la paliza a Rihanna. Ocean, sin embargo, zanjó la cuestión el domingo publicando en la red social Tumblr: “Soy un artista y una persona moderna. Elijo la cordura”, acaso una referencia al  cruce de acusaciones, posicionándose, por agravio comparativo, como hombre moralmente superior.

Para entonces se le había abierto otro frente. El miércoles se publicaba en la web de Rolling Stone una entrevista con Rihanna en la que la cantante de 24 años confirmaba lo que ya nadie dudaba: que había vuelto con él. Recordaba así al público no solo la ignominiosa la paliza por la que nadie, salvo la víctima, le ha perdonado; sino también el hecho de que se le sigue percibiendo como un peligro para la salud de una de las mujeres más poderosas y amadas del mundo del entretenimiento según Time y Forbes. “Ahora es diferente. No voy a dejar que la opinión de nadie se meta en esto. Si es un error, es mi error”, decía la cantante. “Nos ves juntos y crees que sabes lo que pasa. Pero ya no discutimos como antes. Ahora hablamos y nos valoramos”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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