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Columna
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El temporal

Mientras el periodismo en general está en crisis, la información meteorológica se gana la atención de la audiencia con calidad y espectáculo

Manuel Rivas

Ha sido una semana de grandes temporales. Estupenda. Este invierno ya nadie habla de borrascas y otras antiguallas del parte meteorológico. Se ha popularizado la denominación “ciclogénesis explosiva”. Lo oyes por la calle, en todas partes, y las bocas pronuncian la novedad con una cierta delectación, no a la manera mustia en que los tristes vocacionales paladean un “in-fe-liz-men-te”, sino al estilo de insurgencia poética, como quien prende los fósforos de la metáfora. Nadie va a pedir en el mercado una lactuca sativa para llevarse una lechuga ni saludar el canto de un petirrojo a la voz de: “¡El erithacus rubecula, si señor!”. Pero la ciclogénesis explosiva ha venido para quedarse una larga temporada. Funciona como un hallazgo socialclimático, un híbrido de política, economía y meteorología. El hablar del tiempo era hasta ahora una manera de sortear polémicas o antipatías. En caso de necesidad, hasta el vecino más huraño sucumbe a la diplomacia del paraguas. Mientras el periodismo en general está en crisis, la información meteorológica se gana la atención de la audiencia con calidad y espectáculo. Y el público participa. A veces se generan demasiadas expectativas. La gente, pertrechada de cámaras, espera vientos huracanados y olas de diez metros. Y se siente muy defraudada con la naturaleza cuando el vendaval no supera el límite automovilístico de los 120 km/hora y el mar se acobarda y no se lleva por delante ni una estatua del paseo marítimo. En los últimos días, entre los curiosos que acuden a las convocatorias meteorológicas, abunda la decepción. La ciclogénesis explosiva sólo afectó al lugar de Ideas, más bien despoblado, donde tumbó algún árbol podrido y desnudó el pseudónimo desconocido de una especie desconocida. Mientras tanto, el cíclope Bárcenas había desaparecido en plena tormenta, a la manera de El tercer hombre en las alcantarillas de Viena, y la lista de los beneficiados por la amnistía fiscal pasaba a la categoría de pseudónimo impenetrable.

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