La parábola de las letrinas
Esta entrada ha sido escrita por Alberto Eisman (@ajeisman).
Vivimos tiempos recios para la solidaridad. Cuando en España se roza el número de los 6 millones de parados y ya casi no quedan agujeros con los que estrecharse más el cinturón... es difícil y casi heroico hablar de pensar en los que tienen menos que nosotros, máxime en países y circunstancias muy lejanas de nuestra realidad. A esto se le añade una retórica facilona que carga contra el mismo concepto de ayudar al desarrollo argumentando el derroche de los fondos oficiales, como si todos y cada uno de los euros empleados en la cooperación internacional hubieran sido destinados a proyectos tan significativos como la reproducción asistida de los lemures aterciopelados del Madagascar Oriental. Hay que decir alto y claro que no es así.
Sin negar la evidencia de que muchos fondos para la cooperación han sido mal utilizados, manipulados o destinados no a los más necesitados y vulnerables sino -por ejemplo– a los coleguillas ideológicos o políticamente correctos de turno, también hay que decir que ha habido iniciativas que han mejorado y mucho la calidad de vida de las personas: el suministro de un agua limpia, las mejoras sostenibles de la producción agrícola, la inversión en educación, el acceso a los medicamentos contra el SIDA, el refuerzo del papel y del perfil social de la mujer y muchas otras...
Hoy quisiera mencionar aquí un caso tremendamente simple del que fui testigo en mis años de trabajo en Sudán. Me encontraba en la población de Raga, en el Sur del país, y una ONG americana había comenzado un simplísimo proyecto de agua y saneamiento entre la población local. El trato que se hacía con cada familia era el siguiente: la familia excavaba un foso de ciertas dimensiones de ancho, de largo y de profundidad, y la organización se encargaba de proveer a la familia de una loseta de cemento para la letrina y de dotarla de un tubo parecido a una chimenea que evacuara gases peligrosos y eliminara del fondo de la letrina moscas y otros transmisores de enfermedades.
Poco a poco, la gente sintió en sus carnes el impacto de una acción así ya que vieron que, cuanto más se prodigaban las letrinas protegidas, más se reducía la morbilidad y mortalidad de sus miembros, especialmente los niños más pequeños enfermaban menos de diarreas y trastornos intestinales. En cuestión de pocos meses, el boca a boca funcionó y cientos de letrinas surgieron en aquel paisaje urbano.
Un día, este pueblo se vio amenazado por el ejército sudanés y tuvieron que salir con lo puesto, buscando protección en otras zonas a cientos de kilómetros de distancia. Allí, en un terreno deshabitado y sin infraestructura alguna tuvieron que fundar su campo de desplazados. Pocas semanas después de la “fundación” de aquel campo de desplazados, los primeros enviados de UNICEF y de otras agencias humanitarias aparecieron por allá para hacer una preliminar evaluación de la situación de los desplazados. Cuando vieron que cientos de letrinas habían sido excavadas, que estaban siendo propiamente utilizadas y que esto había ocurrido de manera espontánea y no organizada previamente, no podían dar crédito a sus ojos y declararon que nunca antes habían visto algo así. Cuando preguntaron a la gente acerca de las razones por la que habían excavado sus letrinas, uno de los viejos del lugar exclamó con evidente orgullo: “Nosotros hemos llegado aquí casi desnudos en nuestros cuerpos, pero nuestras mentes no están desnudas.” Ya sabían por experiencia cómo prevenir ciertas enfermedades.
Un simple proyecto de saneamiento hizo que estas personas aprendieran a protegerse de factores tan mortíferos como la diarrea, el cólera, la disentería y otras. Este tipo de enfermedades mata cada año a 3'4 millones de personas, el 99% de estas víctimas están en los países en vías de desarrollo.
Una mínima inversión de fondos se tradujo en un buen número de muertes que se evitaron y una calidad de vida sensiblemente mejor. El ruido de todo un bosque en pleno crecimiento es - ¡siempre! - incomparablemente mucho más leve y discreto que el escandaloso estrépito del árbol que cae.
Después de leer este post ¿Quiere actuar y hacer algo para cambiar las cosas? Inicieahora su campaña enChange.org, la mayor plataforma de peticiones online del mundo, donde cualquier persona puede crear una petición sobre los temas que más le preocupan.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.