Curas para la resaca: hablan los sabios
Aaaaaaaaay. Quien no haya expresado este quejío flamenco alguna mañana de estas fiestas es que es abstemio, anciano o musulmán practicante. He aquí 12 remedios ideados por famosos
Ay. Ay, ay, ay. Aaaaaaaaay. Quien no haya sentido y expresado este quejío flamenco alguna mañana de estas fiestas es que es abstemio, anciano o musulmán practicante. No perteneciendo a ninguno de estos grupos humanos, el otro día me arrastraba yo cual gusano por los rincones más miserables de la existencia posalcohólica cuando di con un artículo que parecía escrito para mí. La revista estadounidense The Atlantic recopilaba 12 remedios para la resaca de personajes famosos. Famosos por sus libros o sus películas, pero también por los hectolitros de bebercio que libaban.
Para reponerse, muchos tomaban combinados con más alcohol. De Hemingway se dice que practicaba tres: la cerveza con zumo de tomate, el champán con absenta y la ginebra con zumo de lima y angostura. Robert Mitchum inició a Frank Sinatra en los secretos de la “leche materna” para el día siguiente, un revulsivo de ginebra, zumo de limón, clara de huevo, azúcar, nata y soda. Y Kingsley Amis se recuperaba de sus monumentales pedos tomando vodka con Bovril.
Mi fórmula personal, más preventiva que curativa, consistente en ingerir dos o tres (o 15) pinchos de ensaladilla rusa casera antes de meterte en la cama
Tallulah Bankhead se daba al black velvet (champán con cerveza negra), pero la mujer que se despidió del mundo con las palabras “codeína... bourbon” ya advirtió en su autobiografía que la resaca era “como el resfriado, que desafía cualquier solución”. Sabia advertencia: yo jamás he logrado sacar un clavo con otro clavo sin acabar como Pinhead en Hellraiser, es decir, más endemoniado de lo que estaba.
Las propuestas no etílicas también requerían cierto estómago que no estoy seguro de poseer. La leche fría con Coca-Cola de la socialite Brenda Frazier me dio escalofríos. No soy lo suficientemente yonqui como para encajar las anfetaminas con las que se curaba Judy Garland o la metadona de William Burroughs. Aunque el método que más me aterrorizó con diferencia es de William Faulkner: el escritor, que estuvo a punto de churrumarse vivo con un radiador en una de sus borracheras, decía que la mejor forma de acabar con el dolor era ponerse a trabajar.
Así que insistiré en mi fórmula personal, más preventiva que curativa, consistente en ingerir dos o tres (o quince) pinchos de ensaladilla rusa casera antes de meterte en la cama. La capacidad de absorber el alcohol y formar una película protectora del plato no está aún reconocida por la medicina, pero les habla la voz de la experiencia. Si no tienen a mano este producto, siempre pueden seguir el consejo de Dean Martin: “Permanezcan borrachos”.
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