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Menos fronteras, más oportunidades

Científicos, cocineros, ingenieros... los españoles tienen éxito más allá de los Pirineos Los extranjeros hallan en España el calor del sur y una forma de vida más relajada

Cocineros, artistas, ingenieros o deportistas hacen las maletas, aprenden un nuevo idioma y consiguen que los Pirineos sean solo una barrera geográfica pero no profesional. La entrada de España en la Unión Europea en 1986 y la libre circulación de los ciudadanos han sido alicientes para que los trabajadores se atrevieran a cambiar de aires, ya fuera por necesidad o por gusto. Varios extranjeros explican en el vídeo las razones que les hicieron venir a España y por qué decidieron quedarse. La holandesa Sjoukje van der Meer ha montado un negocio de rutas turísticas por Madrid, la pintora finlandesa Totte Mannes encontró la inspiración artística en España y el balonmanista Jonas Källman, medalla de plata con Suecia en los Juegos de Londres, despliega su calidad en el Atlético de Madrid.

Vídeo: EDP

Con España convertida de nuevo en un país de emigrantes, las razones para hacer las maletas y estabilizarse fuera son variopintas. Seleccionamos cinco casos de españoles que han encontrado en otros rincones de la UE la estabilidad y el reconocimiento a su trabajo.

Un arrocero a orillas del Sena

No todas las paellas que se hacen fuera de España contienen sacrilegios como el chorizo, la aceitunas negras o pepinillos en vinagre. Sentado a orillas del Sena y mirando a la catedral de Notre Damme de París se encuentra la arrocería El Fogón, de Alberto Herráiz. Es la cuarta generación de un linaje de cocineros de Cuenca que se instaló en la capital francesa hace 20 años.

Tras los fogones ha visto con orgullo el auge de la cocina española en la última década y la flexibilización de las fronteras para los trabajadores. “Aquí tenemos cocineros de todas las partes del mundo, con los europeos se han agilizado mucho los trámites y el euro nos ha facilitado la compra de ingredientes”. Cuando llegó a París, Herráiz pensó que en la especialización estaba el éxito y lo único que ofrece desde entonces en su restaurante son arroces en paella. En 2009 fue encumbrado como el único chef español de París con una estrella en la guía Michelin, aunque resultó ser un reconocimiento fugaz porque este año la ha perdido. “Mantener la estrella requería renunciar a nuestra esencia. Somos un restaurante monotemático”.

El mayor logro del dueño de El Fogón es que los chefs locales le ven ya como uno más. “Nunca seré francés, pero debo dar las gracias porque estoy completamente integrado”, asegura Herráiz, que tiene un bebé francés, de madre argentina. El cocinero conquense sueña que el pequeño León seguirá sus pasos: “Si yo he tenido una estrella, me gustaría que mi hijo tuviera tres, pero todavía es muy pronto para pensar en eso”.

Aprendió rumano a los 50 años

Ramón Carrer (Igualada, 1962) vive a caballo entre Barcelona y Bucarest. Tres semanas las pasa en la consultoría que ha montado para empresas españolas que quieren implantarse en Rumanía y la otra se vuelve a casa con su familia. Este comercial con 25 años de experiencia empezó ejerciendo en la fábrica de su padre y acabó más allá de los Cárpatos, como director de la sucursal de una cementera española. Cuando en 2009 arreció la crisis y la empresa replegó filas, decidió probar suerte y montar la suya.

“Me llegan a decir hace cinco años que aprendería a hablar rumano y no me lo hubiese creído, pero en España no funcionaban las cosas y me he tenido que reinventar”, asegura Carrer con un fuerte acento catalán, que tiene empleados a su cargo tanto españoles como locales. Su trabajo incluye desde estudios de mercado, consultoría de inversiones y asesoramiento para “optimizar recursos”, según reza la web de la empresa.

Las empresas españolas del ámbito de la construcción buscan en Europa del Este proyectos que se financian con fondos de cohesión de la UE. Otras compañías van por la mano de obra barata. "No tiramos cohetes pero tiramos hacia adelante, que es más de lo que un director comercial de 50 años como yo podría hacer en España". Hay pocos restaurantes en los que encuentra ulei de mãsline (aceite de oliva en rumano), pero Carrer se ha acostumbrado a la comida rumana, y le gusta. "Aquí, la gente, en cuanto tiene un momento, sale. No se queda en casa". Carrer tampoco, suele tomar algo con los amigos rumanos y españoles que ha hecho en este tiempo. "Si estás aquí te tienes que integrar".

Con la ciencia a otra parte

"Para una carrera científica las estancias en el extranjero son absolutamente imprescindibles", asegura María José García Borge en tono solemne. Desde julio de 2012, esta física española dirige uno de los experimentos del Laboratorio Europeo de Investigación Nuclear (conocido por sus siglas en inglés, CERN). La comisión que la nombró estaba compuesta por representantes de los 13 países europeos que colaboran en este centro situado en la frontera entre Francia y Suiza.

García Borge hizo las maletas y se marchó a vivir a la pequeña localidad de Ségny. Su marido y sus hijos, de 18 y 21 años, se quedaron en España. "El primer mes viví con una amiga. Hasta que encontré casa fue un jaleo de maletas, como para todo el mundo que cambia de país", asegura por teléfono desde su despacho en el Instituto de Estructura de la Materia en Madrid, adonde ha venido a una reunión. "Allí mi vida se centra en el trabajo, así que siempre que encuentro un hueco me escapo a España".

Para explicar su tarea en el CERN ralentiza el discurso, consciente de que no es una materia al alcance de todo el mundo. Dirige los experimentos de la instalación ISOLDE, especializada en el estudio de núcleos exóticos. Estos se utilizan en investigación básica de disciplinas como física nuclear, astrofísica nuclear, radiobiología y física atómica, entre otras. García Borge ya hizo un posdoctorado entre 1984 y 1986 en este departamento. Entremedias ha desarrollado su carrera en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, al que volverá cuando acabe su cometido dentro de tres años.

El arquitecto alternativo

El nuevo ayuntamiento de Rotterdam, las oficinas de la Agencia Espacial Europea en Darmstadt (Alemania) y el museo CasArts de Casablanca tienen en común un nombre español: Joan Alomar. Los últimos tres de sus 30 años los ha pasado en Holanda trabajando para uno de los mayores despachos de arquitectos en Europa, el estudio Mecanoo.

Este mallorquín se licenció en 2008 en la Universidad Politècnica de Catalunya (Barcelona) y decidió hacer las Europas con afán “de ver mundo, más que de encontrar trabajo” porque ya tenía uno en Barcelona. Se marchó con su pareja, que es diseñadora gráfica, con billete de ida y la intención de vuelta, pero la degradación de la situación económica en España hace que cada vez la vean más lejos.

Su trabajo en Holanda le apasiona, su departamento no se dedica hacer diseños convencionales de bloques de viviendas sino que se presentan a lo que Alomar llama “concursos para obras más alternativas” de edificios públicos por todo el mundo. Confiesa que no ha aprendido bien el neerlandés, porque tanto en el trabajo como en la calle se desenvuelve en inglés. No tiene queja de los holandeses. Le parecen “simpáticos y abiertos” aunque poco espontáneos. “No puedes salir de trabajar y llamar a alguien para tomar algo, todo tiene que estar planificado con antelación”.

Funcionario en Alemania

"Ser funcionario tiene sus partes buenas y malas", asegura Samuel Ayet que, a sus 27 años recién cumplidos, tiene una plaza de por vida en el Centro de Investigación de Iones Pesados (GSI, según sus siglas en alemán) en Darmstadt. Este ingeniero de telecomunicaciones valenciano aprecia la estabilidad pero ansía un ambiente más estimulante.

Se dedica a construir los aparatos que los físicos del GSI necesitan para hacer mediciones. “Yo no tengo que entender para qué necesitan lo que me piden”, dice, pero se plantea hacer un doctorado en físicas aplicadas para poder hacer mejor su trabajo. Un proyecto que anuda su futuro a medio plazo a Alemania, pero no tiene motivo de queja. Vive con su novia, alemana, queda para comer con sus padres y ya puede mantener una conversación fluida con ellos.

"Tengo amigos españoles, alemanes y también de otros países", asegura Ayet, que se muestra integrado en su país de adopción aunque sin renunciar a su esencia. "La semana pasada hicimos una jamonada", que consiste en traer un jamón de España y hacer una fiesta para comerlo en un día entre treinta personas. Un placer al que acompañaron con "vino español, pan con tomate, quesos…".

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