La extraña pareja que compra bosques para alimentar colibríes
Se llama Richard Parsons y nació hace 60 en un pueblito del centro de Inglaterra. En 1982 llegó a Ecuador de vacaciones, en plan mochilero, pero se enamoró perdidamente de estas tierras. Tanto que decidió quedarse. Hizo de guía turístico en Galápagos y coordinó un programa de educación ambiental para jóvenes norteamericanos. Un día que se dirigía con uno de estos grupos hacia Mindo, la capital del birdwatching ecuatoriana, pasó por un bellísimo bosque de montaña que le guiñó un ojo. “En mi hoja de la vida estaba escrito que un día encontraría el lugar en el que me quería quedar”, me cuenta mientras bebemos un jugo de plátano en una cabaña entre árboles centenarios. “Decidí quedarme, éste era mi lugar, ya no buscaría más”.
Richard y su mujer Gloria Nichols compraron 50 hectáreas de este bosque nuboso (selvas que crecen en las montañas intertropicales cubiertas casi siempre por una niebla de la que toman el agua), situado a 2.200 metros de altitud en el valle de Tandayapa, a solo 80 kilómetros de una gran aglomeración urbana como es Quito. “Al principio solo era un loco gringo, la gente del lugar no entendía para qué quería comprar trozos de ‘monte’, como lo llaman ellos, y no explotarlo”.
Construyeron una pequeña hospedería con forma de domo sobre una colina que domina la canopia del bosque, toda hecha en madera y materiales tradicionales, y en 1995 abrieron la reserva ecológica Bellavista, un perfecto ejemplo de selva subtropical, donde los gigantescos canelos (los rascacielos de esta selva de montaña), los helechos gigantes y Dios sabe cuantas especies vegetales más dan cobijo a otro increíble número de aves, incluidas 35 de las 130 especies de colibríes censadas en Ecuador.
Hoy “su” Reserva Ecológica Bellavista cuentan con 700 hectáreas, 400 de su propiedad y el resto de amigos y conocidos a los que convencieron de que compraran bosque para protegerlo. Pertenecen a la Red Ecuatoriana de Bosques Privados, asociación que engloba a extranjeros, nacionales y comunidades indígenas comprometidas en el mantenimiento de la cubierta vegetal original del país.
En su reserva ofrecen una red de senderos para que los visitantes puedan adentrase en esta espesura verde y disfrutar del mundo tal cual antes de que se inventara el hacha y la motosierra y 17 encantadoras habitaciones en cabañas de madera para quien quiera alojarse y pasar una noche mágica oyendo los sonidos del bosque.
Aunque la mayor atracción de Bellavista son los bebederos con agua y azúcar para colibríes que construyó junto a la recepción. Docenas de colibríes liban en ellos, despreocupados ante la presencia de curiosos, que se acercan hasta un palmo de distancia para ver estos fenómenos de la naturaleza: el colibrí es el pájaro más pequeño e hiperactivo del mundo; mueven las alas 90 veces por segundo y necesitan comer por lo menos 140 veces al día, si no morirían.
Soy consciente de que lo que mola al poder y el capital es arrasar bosques y sobre ellos construir urbanizaciones de chalés con campo de golf. Pero, ¿no será la gente como Richard la que lleve la razón? ¿Tanto cuesta entender que la Tierra nos fue dejada en depósito para que la cuidemos y la pasemos igual de rica y diversa a nuestros hijos?
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