Tenemos que defender los mercados
Muchos de los productos que comemos han sido transformados. Las estadísticas aseguran que las ¾ partes de lo que consumimos en Occidente ha pasado por manos de la industria o han recorrido miles de kilómetros. E incluso que muchos de los productos que llegan directamente de las granjas o las huertas han sido empaquetados por tamaños, clasificados por categorías y convertidos en objetos manufacturados. No entro a valorar nada, simplemente reseño lo que hay.
A los consumidores de las grandes ciudades cada vez les importan menos los productos de temporada. La mayoría de los carritos de la compra están pendientes de las gangas y ofertas de los supermercados. Y quien tenga alguna duda que se pasee por Mercadona, Hipercor, Alcampo, Día y otras grandes superficies. Poco que discutir.
Al paso me he encontrado con berenjenas gigantes, nueces irregulares y mal presentadas de sabor espléndido, calabacines deformes y banastas de aceitunas verdes para aliñar en casa. He descubierto una fruta que desconocía “sbergie” semejante a una manzana ácida, he comprado mezclas de especias insólitas para mis amigos cocinillas Juan Echanove e Ignacio Medina, y he disfrutado contemplando un surtido raquítico de pescados y mariscos desperdigados entre el hielo, procedentes de la pesca de bajura. Nada se puede comparar -- me dije en ese momento -- al encanto de los mercados locales, de proximidad o como queramos llamarlos. En España todavía hay algunos que gozan de buena salud. Otros andan en regresión. La exitosa moda de comer en estos recintos está convirtiendo algunos urbanos en una aglomeración de bares para degustar. En determinadas ciudades de Europa, españolas incluidas, habría que montar consorcios para aportar ideas y ayudar a la reactivación de estos viejos mercados. En twiter:@JCCapel
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