Riesgo de frentismo
El resultado de la aventura electoral cuestiona el papel de Artur Mas al frente de la Generalitat
Todavía con dificultades para digerir el peor resultado desde 1980, Artur Mas comprobó ayer lo difícil que le va a ser no ya mantener la agenda soberanista para la que había pedido una “mayoría excepcional”, sino simplemente afrontar la votación de investidura. Pasada la resaca electoral, la convocatoria de elecciones aparece ahora como una fuga hacia adelante que solo ha servido para crear tensión, tanto dentro de Cataluña como con el resto de España, y de la que CiU, en lugar de salir reforzada, como pretendía, ha salido debilitada. Si antes podía optar por gobernar en minoría con alianzas puntuales con fuerzas de uno y otro signo político, ahora le va a resultar prácticamente imposible. Es cierto que con los 50 diputados obtenidos es la única fuerza política en condiciones de formar Gobierno, pero cualquiera de las alianzas posibles plantea un alto precio y probablemente le exigirá renuncias en su programa electoral que pueden ser interpretadas como una traición por una u otra parte de su electorado.
El ascenso de ERC parece llevar a considerar como primera opción una alianza entre las dos fuerzas soberanistas. En esa dirección se ha manifestado ya Mas. Pero esto presenta no pocos riesgos; el más importante, el de entrar en una dinámica frentista que crearía fracturas internas graves y abocaría a un estado de confrontación con el Gobierno central muy perjudicial, en la actual coyuntura social y económica, tanto para Cataluña como para toda España. El resultado de las elecciones ha mostrado que la sociedad catalana es mucho más plural y menos compacta desde el punto de vista identitario de lo que Mas pretendía. Prescindir de esta realidad sería persistir en el error que le ha llevado al fracaso electoral.
Se da la paradoja de que ERC se había ofrecido a CiU como socio alternativo al PP. Ahora, es Mas quien pide a ERC que se “corresponsabilice” en la gobernabilidad del día a día, con la diferencia de que, tras el retroceso electoral de CiU, es el independentismo radical el que está en condiciones de poner precio, y puede ponerlo muy alto. Su líder, Oriol Junqueras, ya ha dicho que cualquier pacto requerirá que CiU se comprometa a maximizar la agenda soberanista, con el referéndum sobre la independencia como primer paso, y que renuncie a la política de austeridad y recortes de las que el Gobierno de Mas ha sido abanderado. La grave situación de las finanzas autonómicas no deja demasiado margen en este ámbito y, en todo caso, aplicar el programa social de ERC le obligaría a desdecirse y revertir algunas de las políticas que ha aplicado hasta ahora con el apoyo de sectores económicos y empresariales. La opción de mantener la alianza con el PP ha sido descartada de entrada y es impensable a corto plazo, dado el grado de enfrentamiento alcanzado, pero en todo caso exigiría también una rectificación del giro soberanista.
En los próximos días se verá la incongruencia de una aventura que, además de irresponsable, ha colocado a CiU en una contradicción irresoluble: un pacto con ERC le obligaría a renunciar a su programa económico, y un pacto con el PP, su anterior aliado, supondría abandonar la agenda soberanista. La tercera opción, el pacto sociovergente, la más natural en principio, parece también improbable: para empezar, tendría que vencer la desconfianza del PSC, cuyo líder recordaba ayer que ya dio a CiU sus votos en la anterior investidura a cambio de un acuerdo de legislatura incumplido en todos sus puntos.
Así las cosas, cabe preguntarse: ¿es Artur Mas el líder que la situación requiere? Pasadas las elecciones, los problemas de fondo de la sociedad catalana, tanto sociales como de encaje en España, siguen ahí y exigen respuestas. Pero CiU es ahora más débil y está más lejos de una centralidad política que nunca debió abandonar.
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