María, antes y después de la ola

Belén Atienza, productora, oyó a María Belón contar su relato en la radio. Eso fue suficiente para poner en marcha Lo imposible, el mayor taquillazo de la historia del cine español. La historia de una familia que sobrevivió al tsunami que arrasó Asia en las Navidades de 2004. María, su marido Quique y sus tres hijos Lucas, Tomás y Simón (de 10, 7 y 5 años, respectivamente),  consiguieron lo que otros miles de personas no lograron, salir con vida.

Lo imposible ha conmocionado al mundo por muchos motivos, pero sobre todo porque es una historia real. Y así ha querido reflejarlo el director de la película Juan Antonio Bayona (Barcelona, 1975), Jota en el mundo del cine. “Me decía Lucas, que cuando alguien lloraba era un privilegio, porque solía ser una buena noticia, un alivio -aunque ese alivio podía ser encontrar un cadáver-. Por eso la película empieza contenida y luego se desparrama. Ellos viven un privilegio, y el privilegio duele”, explica Bayona a Gregorio Belinchón en este diario.

¿Y por qué Lo imposible sale en este blog? Por muchos motivos pero en especial por la fuerza desgarradora de la protagonista, María Belón, en el cine Naomi Watts. “El momento en que la ola me pilla, estoy en esa ducha, que no es de cristal, sino de pizarra. Cuando la veo llegar, me agarro al libro que tengo en las manos porque pienso que tengo que acabarlo como sea… es un contraste absurdo, porque por un lado pensaba esto y por otro, cuando venía el muro, tuve la conciencia absoluta de ‘esto se acabó’. Y, naturalmente, también recuerdo la imagen de mis hijos, a los que ya se había tragado la ola. La misma ola que, por fortuna, vino después a buscarme a mí”.

María, que estudió medicina, pero no ha ejercido, sufrió sobre todo en sus piernas las heridas físicas del tsunami, pero logró permanecer con vida, ayudar a su hijo mayor y rencontrarse dos días después con el resto de su familia.

La primera vez que vi a María tenía a Lucas en brazos, un precioso bebé de casi dos años y enormes ojos verdes. Yo tenía 19. Hoy a Lucas le quedan pocos meses para cumplirlos y mi hija va camino de su segundo invierno.  

Esta bonita coincidencia me ayuda a enfrentarme con menos miedo a algo tan osado y vertiginoso como es escribir sobre la vida de otros. ‘Siéntete libre’, me ha dicho María al preguntarle si le parece oportuno el caso. Y en ello estoy.

Para mí, María es de agua: transparente, rápida. Y si la pintara de un color sería violeta. Si cierro los ojos la siento como el verbo, como relato, como un cuento siempre a tiempo. Si respiro hondo, huele a cereales de avena. Y si trago saliva sabe a sándwich de pollo con mostaza.

Así pienso a María.

A lo largo de todos estos años, antes y después de la ola, María me ha acompañado, me ha dado muchas pistas, me ha abierto mil ventanas, me ha planteado retos… jamás me ha dado consejos. Su manera de ser ha influido sigilosamente en mi camino de maduración personal. Como lo ha hecho inexorablemente en el proceso de crecimiento de esos tres hombres grandes, sus niños.

María, la madre de Tomás, Simón y Lucas es en esencia la que lejos de amarrar a su hijo a los pies de su cama, lo empuja a ayudar a los demás. No lo asusta, lo trata como a una persona capaz, lo lanza a volar. María es la mujer que convence a su hijo de que deben llevarse consigo al pequeño Daniel porque podría haber sido cualquiera de sus dos hermanos. Le hace así asumir responsabilidades y vencer el miedo, le hace sentirse persona, que forma parte de la humanidad. Es la cabezota que malherida baja del árbol y sigue caminando sin esperar a que otros vengan a rescatarlos. María es la acción, la que decide salir de ahí y salvar lo único que le queda. Y lo consigue.

Pero María siempre ha tenido esta actitud ante la vida y por lo tanto con sus hijos, antes y después de la ola. La he visto hablarles siempre con absoluta franqueza, sin esquivar preguntas, rehuyendo cualquier tipo de metáfora que suavizara el tema de conversación. La he visto desternillarse de risa con ellos pero la he visto tomarles siempre en serio. Jamás la he visto sobreprotegerlos. Más bien lo contrario. Ella es una madre directa, valiente, sin tapujos pero sin excesos, franca, inconformista, libre, a menudo a contracorriente, sin ataduras pero a la vez capaz de construir una familia imparable.

Creo profundamente que si bien fue la ‘maldita suerte’ la que hizo que esta historia tuviera un final feliz, es la ‘bendita actitud’ que inculcaron María y Quique a sus hijos la que les ha permitido salir victoriosos de la batalla por la supervivencia que supone lidiar día a día con los fantasmas de una experiencia tan devastadora.

GRACIAS MARÍA".