Que el voto marque el camino
Toda elección anticipada es un riesgo para el que la convoca. Artur Mas juega al todo o nada.
El discurso político no es analítico es práctico: generador de acción y de cambio. Parte del análisis de la realidad, pero con la pretensión de actuar sobre ella. Por tanto, contiene inevitablemente una dimensión voluntarista. Pero, a menudo, la dinámica de las cosas, por mecanismos más o menos inconscientes, arrastra al discurso político por caminos distintos de los buscados por quien lo pronuncia y contradictorios con lo que se dice. Desde la manifestación de la Diada se insiste en la necesidad de buscar acuerdos, pero en la práctica se opera como si ya se hubiese impuesto la idea de que el tiempo de los pactos ha terminado.
El Gobierno español apunta en dos direcciones. Por un lado, se minimiza el acontecimiento (las algarabías y los líos) y se presenta como la enésima estrategia de ventajismo electoral del nacionalismo catalán; por otro, se niega el pacto fiscal y se apela a la Constitución como muralla infranqueable, con la promesa de activar todos los mecanismos legales contra el secesionismo. La irrupción del Rey, dejando su posición en el fondo de la pista para subir a la red política forzando al límite su papel institucional, ha arruinado cualquier intento de restar importancia a lo que ocurre en Cataluña. Si el Rey se siente impelido a una actuación excepcional, por mucho que pueda estar mediatizada por el afán de mejorar su debilitada imagen, es porque piensa que lo que está pasando es excepcional. Desde Cataluña, Artur Mas asume la transición nacional y se presenta ante Rajoy con un mandato cerrado del Parlamento en forma de pacto fiscal.
Hay que buscar puntos de entendimiento, dicen, pero unos plantean un proyecto que no es negociable en lo fundamental, y los otros responden que no hay nada que negociar. Y, sin embargo, algunos medios de comunicación insisten en apelar a la responsabilidad y al acuerdo e importantes sectores empresariales se mueven en la búsqueda de un espacio para el pacto. Realmente, ¿lo hay? “No ha ido bien”, dijo Artur Mas después de ver a Rajoy. El desencuentro llevará consigo la respuesta. Entramos en una nueva fase: la de contar los votos, es decir, los apoyos. Solo después de unas elecciones catalanas sabremos si hay margen para el acuerdo o si hay que pasar página y empezar a pactar la salida.
De momento, la suma de lo dicho y escrito hasta ahora parece jugar a favor de las movilizaciones secesionistas. La independencia ha dejado de ser tabú, ha adquirido carta de naturaleza en la vida pública española y se ha convertido en piedra de toque del discurso político; al mismo tiempo ha conseguido una rápida internacionalización: la secesión de Cataluña está presente en los medios de comunicación europeos, y no precisamente para descalificarla, algunos incluso la contemplan ya como una hipótesis, lejos de ver en ella una quimera; a su vez, la airada reacción de algunos medios y sectores españoles, la intervención del Rey y la atención internacional han dado una dimensión histórica a los acontecimientos que han hecho inútil la estrategia del PP de restarle importancia. Artur Mas va con un proyecto político, Mariano Rajoy responde con argumentos de trámite: la inoportunidad, la angustia económica y la barrera infranqueable de la Constitución. ¿Dónde está el punto de encuentro?
Solo los que temen el veredicto de los ciudadanos preferirían seguir en el terreno de las ambigüedades
Artur Mas está obligado a convocar elecciones para mantener la iniciativa política en esta delicada carrera. La coyuntura juega a su favor: puede capitalizar la manifestación, a costa de Esquerra Republicana; pilla a contrapié a los demás partidos, en especial al PSC, en plena crisis interna y de identidad; paraliza las presiones de los empresarios para que ponga freno al independentismo; y deja para la nueva mayoría la difícil tarea de aprobar el presupuesto del año próximo. Al mismo tiempo, el efecto clarificador del voto puede ser útil para todos. Ya no nos moveremos sobre valoraciones más o menos subjetivas de los movimientos sociales, ni sobre intuiciones interesadas sobre lo que piensan de verdad los catalanes. Sabremos dónde está la mayoría política. A condición, por supuesto, de que los actores políticos jueguen noblemente con la claridad de sus programas y la explicitación de los objetivos y los caminos para alcanzarlos.
Toda elección anticipada es un riesgo para el que la convoca. Artur Mas juega al todo o nada. Solo los que temen el veredicto de los ciudadanos preferirían seguir en el terreno de la confusión y de las ambigüedades, que es lo que busca el discurso del miedo, para mantener el status quo. La noria ya no aguanta más. Debemos saber el peso real de cada opción. Cuanto antes, mejor. Que el voto marque el camino.
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