Viaje a Chad (7): Visita a Djoro
Hoy salimos a hacer un pequeño recorrido más hacia el sur, donde tengo un par de amigos a los que quiero visitar.
Partimos por la mañana temprano, siguiendo la carretera asfaltada que sigue el cauce del Logone. Tiene algunos baches, pero hay compañías chinas que la están arreglando. Los campos están verdes y familias enteras se dirigen a ellos para plantar el mijo. Los niños conducen los ganados de vacas o cabras. Se respira paz, pero también el esfuerzo y el sufrimiento que debe suponer sobrevivir en esta parte del mundo.
El viaje es apacible. Hacemos un primer alto en Jawarie una pequeña aldea a lo largo del camino, para poder observar cómo la zona se está encharcando poco a poco, el agua llega a las puertas de las chozas, se camina con los pies dentro de ella. Solo los graneros quedan en alto, sostenidos sobre palos. Un chico lava ropa junto a un pozo y le pregunto cómo es vivir con el agua en el umbral de casa durante unos meses, me contesta que no es tan malo, que uno se acostumbra y que muchas veces los peces llegan hasta allí, por lo que es más fácil cogerlos.
El chico es optimista. Es época de lluvias, época de escasez, el mijo casi se ha terminado en los graneros familiares y no hay fruta. Se han terminado los mangos y habrá que esperar un par de meses hasta que salgan las guayabas.
Nos acercamos a Djimane, donde se encuentra el puente que cruza el Logone. Hay mercado, mucha actividad. Se oye música que sale de un par de bares que se encuentran junto a la carretera. Unos kilómetros antes hemos pasado una gravera dirigida por chinos. Aquí encontramos un gran recinto, todo vallado, también de una compañía china.
Pagamos 500 Francos CFA de peaje y cruzamos el río. Lo hacemos despacio para poder contemplar mejor el espectáculo. Una anciana desclaza, que guía un burro, se para a saludarnos y nos desea buena suerte en nuestro viaje.
En Ere la carretera se bifurca, nosotros tomamos la que va hacia la derecha, camino de Keló. A los lados del camino se amontonan tinajas y vasijas de barro. Algo que no falta en toda casa, una tinaja, junto a la puerta, para mantener el agua de beber fresca. Aquí las producen y desde aquí se venden a todo el país.
En Batchoro abandonamos la carretera asfaltada y tomamos un camino de tierra roja, lleno de charcos y lodo, que sale en perpendicular. El paisaje empieza a cambiar, la vegetación es algo más tupida, se ven más palmeras y sobre todo más árboles de mango. Ahora estamos entrando en territorio mussey. Los pueblos son similares a los de los massa, se ve a la gente trabajando en los campos, a los niños guiando el ganado. No cambia mucho el estilo de vida.
Solo las tumbas musseys dan un toque distinto al paisaje. Círculos de grandes troncos bajo un árbol para los hombres, círculos de troncos, con un cántaro en medio para las mujeres. Me cuentan que ahora el gobierno ha prohibido este tipo de enterramientos, por la desforestación a la que está sometida la zona. En teoría está penado cortar árboles y si se obtiene permiso para hacerlo, hay plantar cinco para reemplazar al caído. También me dicen, que como tantas otras en esta parte del mundo, esta norma nunca se cumple. La primera foto es de la tumba de un hombre, la segunda de una mujer.
Varias veces tenemos que preguntar si vamos por el buen camino hasta que salimos a una pista de tierra roja. Es una carretera secundaria, me dicen, y el año pasado fue reparada por el gobierno, por lo que apenas hay baches. En el cruce giramos hacia el norte. El coche puede aumentar la velocidad y así llegamos a Gourou-Gaya a tiempo para comer.
En este pueblo veo cerdos por primera vez desde que he llegado al Chad. Me sorprende y pregunto. Me cuentan que aquí en el sur es normal criarlos pero que el año pasado hubo peste porcina por lo que se sacrificaron todos los que había en el país. El gobierno prometió compensar a los propietarios, pero todavía no lo ha hecho. Me cuentan que en Gourou-Gaya un par de familias musulmanas, venidas del norte, que nunca se habían acercado a los cerdos, son las únicas que ha recibido indemnización por sacrificar sus animales. El joven que nos lo cuenta dice que esta es una prueba más de la corrupción del gobierno y de la discriminación que sufren las etnias del sur. Además, añade, que la epidemia ha servido de excusa a los musulmanes para eliminar todos los cerdos del país, ya que llevaban años diciendo que no se deberían permitir.
Cuando pregunto por los que hemos visto por la calle, el chico dice que algunas familias escondieron varios ejemplares y ahora, ante el incumplimiento de las promesas del gobierno, los están criando de nuevo.
Tras comer continuamos viaje por una nueva carretera de tierra que va hacia el sur, otra vez hacia Keló, pero nosotros no llegamos hasta allí, giramos en Bellé y haciendo una uve, tomamos la pista que lleva hacia el norte.
Negros nubarrones nos persiguen. El peligro es que empiece a llover. En estas pistas de tierra hay instaladas barreras de lluvia. Cuando llueve se cierran y no se vuelven a abrir hasta dos horas después del final de la misma. Es unmedio para evitar que los coches y camiones hagan surcos en la tierra mojada que, luego, serán el origen de los baches y lodazales. Puedes pasarte horas atrapado bajo el agua en una de ellas.
No tenemos suerte, empieza el aguacero. Nos topamos con una barrera a la altura de Djikette. El conductor se baja del coche y entra en la garita del vigilante. Hablan, discuten, al final vuelve al vehículo, se abre la barrera y pasamos. Han negociado el precio por dejarnos continuar el viaje: 1.000 Francos CFA. Parece que es una más de las costumbres del país.
Cada vez llueve más fuerte, es una cortina de agua, casi no se ve, la carretera se convierte en un río. Los niños corren tras sus vacas o cabras, conduciéndolas hacia los poblados. Los campos y las aldeas se vacían.
En Sorga giramos a la derecha. No sé si decir que seguimos un camino o un río. Avanzamos en medio al agua levantando dos paredes a los lados del vehículo. Solo se divisan niños recogiendo sus rebaños, el resto de la población ha desaparecido.
Por fin llegamos a Djoro, una pequeña aldea donde vive Antonio López, un misionero javeriano que lleva más de 11 años en el país. Un experto en la cultura y el idioma mussey al que quería visitar. Aquí pasaremos la noche.
Empieza a escampar, el día va terminando y los colores recobran vida en un anochecer mágico en el que la buena compañía y la magnífica cena nos hacen adentrarnos en una noche silenciosa y fresca.
TODAS LAS FOTOS CHEMA CABALLERO
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