El vértigo de ser el número uno
Alejandro Talavante es el primero del escalafón: este año ya suma 35 festejos y 35 orejas Mientras otros toreros esperan que suene el teléfono, él firma la temporada de su consagración Nos abre las puertas de su finca de Olivenza, Badajoz, en uno de sus pocos días de asueto
Su única preocupación es hacer la maleta. Y es una responsabilidad recién asumida. Hasta la temporada pasada no tenía que reparar en ello. Alejandro Talavante (Badajoz, 1987) vive la temporada más intensa desde su alternativa en 2006. Confiesa que tiene mucha ropa, pero que no sabe bien cómo se las apaña para terminar por echar siempre la misma. “En parte es por gusto, en parte es por manía”, se justifica. El matador se ha convertido en imprescindible en las grandes ferias. Es el número uno del escalafón: 35 orejas y 35 festejos en lo que llevamos de año. Un valor seguro tanto para los empresarios, que valoran su entrega sin reservas, como para el aficionado exigente, impactado por su evolución. Poco queda ya de aquel chaval de rostro pálido y labios de un rojo encendido, como salido de la saga Crepúsculo, que compartía maestro, estilo y descubridor con José Tomás. Ha ganado en profundidad, conocimiento de su oficio y sabor. Hasta se ha atrevido a enriquecer su repertorio con pases de su creación. Vive ese momento dulce en el que ve faena en cualquier toro.
Para todo lo demás está su cuadrilla, para que hasta el último detalle esté a punto en un periplo de más de 20.000 kilómetros que le llevará al sur de Francia y a todos los rincones de la piel de toro. El punto de partida es Olivenza, cuartel general y refugio talavantista. De ahí parte su peculiar comitiva, diferente, pero con una estructura similar a la de cualquier otro diestro que apunta a lo más alto del escalafón. Tres banderilleros, Fernando José Plaza, Valentín Luján y Julio López; dos picadores, Tulio Salguero y Miguel Ángel Muñoz; el mozo de espadas, Carlos Montaño, y un ayuda venido desde Sevilla, teóricamente dedicado a asistir al anterior, Óscar Gómez Calero, pero que también ejerce de administrador. Es este último el que organiza la furgoneta y los aperos de torear. “El esportón es cosa suya. Él sabe qué capotes y muleta prefiero. Tenemos una nave en la finca y de ahí partimos”. Atrás quedaron los tiempos en que el matador conducía y dormía en un Mercedes comprado con la sangre de sus muslos. Ahora lo que se lleva es el SUV, esa especie de todoterreno con alma de monovolumen que en la ciudad parece un autobús campero y en la dehesa pasa por un platillo volante. El del joven torero es un Audi Q7, no por moda, sino por confianza. “Es el segundo que tengo. Me gusta por ser cómodo y porque con el anterior tuvimos tres golpes y sigo aquí, vivo, entero”, suelta lacónico. Los viajes, en ocasiones de más de mil kilómetros, son sin más compañía que su chófer, amigo, confidente y también primo, Ángel Pavón. “La confianza con él es total. Llevamos años así y es una relación inmejorable. Con él no me tengo que preocupar de si hablo o no hablo, de si tengo la cabeza en otro lado”.
“Si no fuera torero, no tendría Twitter. Es muy bonito por el contacto con la afición, pero también me da miedo convertirme en ególatra y estar todo el tiempo hablando de mí”
La última pieza del engranaje es el apoderado, Manuel Martínez Erice, más conocido como Manuel Chopera, empresario de Las Ventas y un buen puñado de plazas importantes. Al término de la temporada 2009 sellaron su relación a la antigua, con un apretón de manos. Y hasta hoy. “Va por su cuenta y nos encontramos ya en el hotel o en la plaza. No necesito un apoderado que esté encima, con consejos, dando aliento… Ojo, que valoro cuando se hace de verdad, pero creo que Manuel lo que mejor sabe hacer es defender mis intereses”, aclara. Y sí, suena frío, pero es todo lo contrario. Al momento ya suelta lo que se vislumbra cuando andan juntos: “En México es diferente. Vivimos juntos, en el mismo rancho, con ganas de explorar la pasión que desprende aquella tierra”.
De allí, Alejandro se ha traído algo más que experiencias. En febrero se vino con trajes charros con los que tienta, como si fuera un homenaje azteca por regalarle algún lance olvidado del repertorio de los españoles, un profundo sentido del temple y gusto por su comida. “Me encantan sus platillos, como dicen ellos, pero también el sushi. La pasta y la pizza me vuelven loco. Y también soy feliz con un pescaíto de Cai. En realidad, me gusta probar de todo y disfrutar de la comida”.
Tiene claro que no es el mejor ejemplo: “Cualquier nutricionista me mataría”. Para empezar, no desayuna, sale a entrenar y a mediodía opta por el jamón. “Es lo mejor de mi tierra. No nos engañemos, ya es raro encontrar algo tan rico y que no engorde”, suelta entre risas. “Tengo la suerte de estar flaquito, pero hago todo al revés, porque ceno contundente”.
Comando Blackberry
“Entiendo que mi familia acabe harta de mí, de mis manías, de tener que anticiparse a lo que quiero, de que los tenga abandonados, de que esté callado por la presión o de repente me ponga hiperactivo”
Metido en la escuela taurina desde los 12 años, Talavante se considera un tipo de su tiempo. Tan adicto a la BlackBerry como cualquiera de su edad, pero con un círculo limitado. “Tengo los contactos de toda la vida y un grupo de chat con Julián [El Juli]y José Mari [Manzanares], que en su momento echó humo. Muchos me aprietan para que me pase a WhatsApp, pero me da mucha pereza. Tengo entendido que me aparecen desconocidos solo porque me hayan guardado en su agenda. Mejor dejarlo así”.
Raro es el día que no se asoma por Twitter, en su perfil con más de 35.000 seguidores @aletalavante. Lo toma con cautela: “Si no fuera torero, no lo tendría. Es muy bonito por el contacto con la afición, por compartir la ilusión, poner fotos de un momento especial, pero también me da miedo convertirme en ególatra y estar todo el tiempo hablando de mí”.
El pájaro de los 140 caracteres lo descubrió gracias a Manzanares, de baja por una lesión en la mano. Su imparable temporada le convierte en el sustituto ideal. “Ahí tengo un dilema. Por un lado es un halago que te llamen, que cuenten contigo, y más en estos tiempos. Por otro, soy de ir un poco a lo mío. Salvo excepciones, como en San Isidro o la Feria de Abril, procuro ir una sola tarde por ciudad. Asumo mi responsabilidad, tampoco voy a ser caprichoso, pero…”.
"Sergio Ramos y yo nos hemos visto crecer. Llevamos caminos paralelos. Su sueño es ser torero, lo confiesa, lo vive. Hablamos más de toros que de fútbol”.
Esta suma de contratos adicional ha terminado por llenar su agenda. De aquí a finales de septiembre apenas podrá juntar más de cuatro días seguidos para volver a la finca y desconectar. Bueno, lo de desconectar es un decir… porque resulta imposible hacerlo cuando se vive entre toros y caballos, cuando se sigue entrenando a diario. “Procuro darle un poquito de mi tiempo a mi familia”, se justifica. El mayor de seis hermanos, reconoce que no siempre es fácil convivir con él: “Entiendo que acaben hartos de mí, de mis manías, de tener que anticiparse a lo que quiero, de que los tenga abandonados, de que esté callado por la presión o de repente me ponga hiperactivo. Saben que esta profesión es absorbente. Mi campito es mi refugio”.
Para muchos, Talavante es el chaval que reventó Madrid en su confirmación de alternativa, el que recordaba tanto a José Tomás en su ausencia y también el que sale en YouTube (ver vídeo arriba) toreando con una silla, de las de terraza de bar. En el otoño de 2008, después de torear una vaca de ensueño, se calentó. Un curioso que andaba en la tienta lo grabó con el móvil. El resultado es una rareza que deja al descubierto un inusitado sentido del temple y la colocación. Aunque se quita importancia: “La idea fue de mi mentor y entonces apoderado, Antonio Corbacho. Me dijo: ‘Venga, ahora con la silla’. Hoy lo haría mejor, seguro. Me gustó ver que podía torear sin los toques que permiten las telas”. Para otros, Talavante es el nombre que ponía en las vueltas del capote con que Sergio Ramos celebró el triunfo en la Eurocopa. Fue un amuleto, un envío secreto que llevó René, el hermano del futbolista. “En cuanto lo vio, se tiró como un lobo. A mí me enorgullece que celebre su alegría toreando al viento, tiene una fuerza y una pasión desbordantes”. Por Twitter se llaman “brother”, se mensajean y quedan en persona: “Nos conocimos cuando empezábamos, nos hemos visto crecer, llevamos caminos paralelos. Su sueño es ser torero, lo confiesa, lo vive. Hablamos más de toros que de fútbol”.
Alejandro, un solitario, en ocasiones con aire taciturno y nostálgico, se muestra alegre en las distancias cortas, sociable, pero no siente la necesidad de ampliar su círculo social. “Mi vida ha sido el toreo. Me apunté a esto como el que va a kárate o fútbol, así que lo que me hace ilusión es encontrarme por ahí con gente que nos conocemos de niños. No pido más”.
EL IPAD DE TALAVANTE
Se torea con la yema de los dedos. Así se le da vuelo a los engaños, se templa la embestida y se pulsa la franela. También así es como pasa las horas el matador, en los viajes, en el hotel y en casa. El iPad se ha convertido en la distracción preferida. “Tengo desde el flamenco más ‘apretao’ de El Torta y Luis de la Pica hasta Sabina, Calamaro, Red Hot Chili Peppers, o rancheras de Vicente y Alejandro Fernández. Lo malo es que cuando la tomo con una canción, la repito hasta memorizarla”, confiesa. Una costumbre poco recomendable si se está en compañía.
Aunque no deja de probar aplicaciones, hay tres que consulta con frecuencia. Spotify, todo un almacén de música sin fin. “Para escuchar cualquier cosa, según mi estado de ánimo, o algo especial mientras me visto para ir a la plaza”. En el coche, como tantos millones de personas, la distracción va de la mano de los Angry Birds. El matador ha sucumbido a la lucha entre los pájaros y los cerdos verdes. Por último, YouTube. “Ahí exploro igual vídeos musicales que faenas de los grandes maestros”.
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