Tánger, ida y vuelta
Autor invitado: Pablo Cerezal (*)
¿Es Tánger la más europea de las ciudades africanas o la más africana de las ciudades europeas? De cada visitante depende la elección, pero si acudimos a su historia y pasamos un día entre sus calles comprobaremos la factibilidad de ambas opciones. Las calles de la ciudad marroquí se pueblan estos días de los expatriados de la media luna que han decidido hacer vida en las ciudades de nuestra vieja Europa. Antes fueron los europeos y norteamericanos los que decidieron exiliarse en su geografía.
La manera ideal de arribar a Tánger es a lomos de alguno de los numerosos ferries que, desde las costas hispanas, parten cada día, con regular frecuencia, hacia la orilla marroquí.
Llegar a Tánger surcando las fronterizas mareas del Estrecho de Gibraltar regala al viajero uno de las más conmovedoras instantáneas que la vieja ciudad puede ofrecer. Desde la cubierta del ferry podemos dirigir la mirada hacia el rompecabezas de vetusta piedra de la Medina tangerina, y descubrir, ya antes de pisar sus calles, una de las más auténticas de entre las sorpresas que Tánger, sin duda, nos regalará: el onírico delirio urbanístico de su caos organizado.
La Medina de Tánger se erige sobre una colina agreste, convirtiendo el horizonte en un embaucadorentresijo de construcciones de adobe superpuestas y milimétricamente dispuestas para engrandecer el culmen fortificado de la Kasbah.
Llegados ya a la ciudad, aposentados los pies en tierra firme, hay que dejarse vencer por la tentación de penetrar ese laberinto de piedra y sueño que hemos contemplado desde el barco. Existen numerosas opciones, sin duda, a la hora de internarse en busca del etéreo Minotauro que imaginamos agazapado en algún lóbrego rincón de la Medina.
Os ofrecerán diferentes itinerarios los mil y un rapaces que aguardan la llegada del turista para mejor poder alimentar sus días. El trabajo de guía no oficial es uno de los mejor remunerados, a la vista de lo desenvuelto del turista a la hora de aflojar el bolsillo, y ello provoca que tantos jóvenes desempleados ocupen sus horas a la caza y captura de aquel que viene de otros continentes.
De vosotros depende aceptar o rechazar los insistentes ofrecimientos, y aunque ardua tarea puede ser el declinar la oferta, ésta sea quizás la más recomendable de las alternativas para quien bien quiera perderse en el laberinto siguiendo su propio hilo de Ariadna. No lo negaré, puede resultar incómodo. Al fin y al cabo, como de seguro escucharéis de labios de los improvisados “guías”, “mejor una mosca que muchas moscas”.
Si os dejáis vencer y tomáis la primera opción, os conducirán hacia arriba, hacia la Kasbah, y esperarán que entréis al Museo de la misma, en el que admiraréis la deslumbrante colección de joyas y cerámicas que delatan la historia artesanal de la región.
Gozaréis, a la salida, de las orfebrerías que ofrece en onerosa venta un gran comercio de impoluta limpieza, en frontal oposición a la que por su ausencia brilla en la mayoría de comercios de la ciudad.
Os asomarán, una vez traspasada la puerta Bhar, al moderno, incoherente y carente de encanto, paseo marítimo recién inaugurado, a los pies de la colina y podréis, si alzáis la vista, divisar las costas ibéricas.
Os pasearán Medina abajo, por pintorescas callejas en las que os toparéis con zascandileantes chicuelos que extienden los hilos que posteriormente se enmadejarán para la confección de caftanes, borriquillos cargados de todo tipo de materiales de desecho, y mujeres estrictamente ataviadas de negro. Por supuesto, haréis obligatoria parada en diminutos deslumbrantes comercios en que os agasajarán con té verde y mil halagos antes de lanzarse a la oferta salvaje de toda su mercadería.
Quizás finalicéis vuestro recorrido en ese pequeño cafetín donde gustaba de embriagarse de hachís, un aún joven, Keith Richards o, más abajo aún, más cerca ya del puerto, en alguno de los vetustos cafés delZoco Chico, donde decidían tomar asiento, para ver pasar la vida, renombrados intelectuales, como Paul Bowles, por ejemplo.
Llegados a tal punto, y sorprendidos por la erudición del asilvestrado guía que con tan correcta dicción pronuncia los nombres de tan egregios personajes, no dudaréis en agradecerle sus servicios invitándole a tomar asiento y viendo como abulta impunemente el precio de la excursión al hacerse servir un humeante tajín de kefta.
Hasta aquí uno de los posibles recorridos en caso de que hayáis aceptado dejaros guiar por la Medina.
En el caso de que os hayáis decidido por la segunda posibilidad, la de enfrentar las insistencias de los lugareños y tomar camino en solitario, sin duda caminaréis durante un importante lapso temporal con pies de plomo, sopesando las aviesas intenciones de cada una de las imperturbables miradas que juzgarán, inmisericordes, vuestro deambular sin brújula.
Al poco tiempo os habréis acostumbrado a la severidad agazapada en las pupilas que os rodean, incluso comprenderéis que no es de mal tono enfrentar la mirada (sin retos de por medio, por supuesto), mantenerla y comprender que nada ocurre, que nada se os dice.
Es entonces que lentamente comenzaréis a desprenderos del estado de alerta con que iniciasteis el camino. Será ya que, guiados únicamente por el azar y la despreocupación, vuestros pies comiencen a enredarse, pausados, en el lento remoloneo de callejas y rincones.
Vuestro olfato se verá asediado, sin piedad, por los contradictorios efluvios del agua de rosas, la basura, el azahar y el pescado podrido.
Vuestra mirada será sorprendida por la loca explosión de color con que los habitantes de la Medina han decidido adecentar las fachadas de sus casas.
Vuestros oídos serán aguijoneados por las bruscas carcajadas de los chiquillos, las sonrientes llamadas de atención de los comerciantes del zoco, y las piadosas florituras vocales de un aflamencado muecíniluminando el adobe de las paredes.
Vuestro tacto se hallará desconcertado al unirse al rugoso tacto de las manos del loco de la Medina (sí, en cada Medina magrebí, como en cada pueblo manchego, hay un loco pacífico al que nadie presta atención), y el de la felpa aterciopelada de caftanes y chilabas.
Finalmente resucitaréis a la vida el sentido del gusto ofertándole la grata dulzura de un té a la menta que os servirá, sobre un oxidado mostrador de aluminio, cualquier vendedor de golosinas de los muchos que invaden los rincones más oscuros y frescos.
Son sólo algunas de las posibilidades en caso de emprender camino en solitario la aventura del “medineo” que tan bien glosaba el genial Juan Goytisolo. Pero os aseguro que, sea cual sea vuestro recorrido, siempre que no rebase los fugaces límites de la Medina, hallaréis tan o más gozosas sensaciones y, en cualquier caso, habréis conseguido asomaros, al menos, al auténtico corazón de Tánger.
Al salir de la Medina, entraréis, quizás sin posibilidad de retorno, en el tráfago festivo de la ciudad moderna.
Os cruzaréis entonces con jóvenes delicadamente ataviadas paseando de la mano de otras inmisericordemente veladas por oscuros ropajes. Pasearéis frente a las terrazas de los cafés pobladas de silenciosos hombres cuya mirada huraña pareciera acribillar vuestro aspecto occidental y, también, frente a las que, a orillas del la playa, destellan sus dementes luces de neón al ritmo de atronadora música raï o estridente hip-hop magrebí. Os asomaréis a la orilla voluble de cualquier calzada para observar el constante atronar de cochambrosos automóviles, en respetuosa pugna circulatoria con flamantes deportivos llegados de alguna ciudad europea.
Llegados a este punto, podemos retornar a la cuestión con que inaugurábamos este paseo. ¿Es Tánger la más europea de las ciudades africanas, o la más africana de las ciudades europeas? Es ahora que podemos valorar.
Por cierto, casi lo olvidaba. Sea cual sea la opción tomada, sin duda os acercaréis al mítico Hafa Café. Pero eso merece artículo aparte (que ya publicamos aquí).
(*) Pablo Cerezal, escritor, viajero, colaborador en distintas ONG y profundo conocedor de Marruecos. Acaba de publicar su primera novela, Los Cuadernos del Hafa, cuya fascinante historia transcurre en el país vecino, y mantiene activo el blog Postales desde el Hafa, así como colaboraciones literarias y de crítica cinematográfica en medios online.
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