Marivent d’Or

Llevo desde ayer a fruta a ver si me quito este tripón de siete meses y medio. No es que esté embarazada, aunque podría, víboras, es que ese es el tiempo que hace que dije que me ponía a dieta. Fue después del roscón de Reyes, puesta de nata hasta las cejas. Juré que empezaba el lunes y hasta hoy, ¿a ti nunca te pilla el toro? Lo bueno es que hambre no paso, tomo cinco piezas diarias como dictan los endocrinos: una nectarina, una piña, dos melones y una sandía. Lo malo es que somos lo que comemos. Agua sucia. Y yo la retengo como un dromedario, toda en el mismo sitio. En el mondongo, concretamente, que ya podría ser como un camello y almacenarla un palmo más arriba en dos protuberancias como Dios manda y no esta planicie.

Con suerte, para cuando me tenga que poner el burquini he bajado cien gramos, porque aún no tengo ni idea de dónde voy a ir de veraneo. Este año, con la crisis, el low-cost está petado y hasta el apartamento de mi suegra en Marina d’Or tiene overbooking. Como que mi cuñada la pija, que juraba hasta ayer mismo que antes muerta que mezclarse con el populacho, se ha pillado todo agosto por el morro, así que ya me veo durmiendo en la cama hinchable y pidiendo número para el baño. La que está que no orina es mi madre política. Juntar a los hijos y a los nietos bajo el mismo techo: el sueño húmedo de toda abuela, se llame Eusebia, de Campo de Criptana, o Sofía de Grecia.

Parece que Su Majestad se ha salido con la suya y al final viene la infanta Cristina a Marivent con los críos desde su exilio en Washington. Iñaki se queda trabajando, el pobre, que Telefónica le acaba de renovar por kilo y medio al año y no está la cosa para faltar al curro, y menos estando imputado en casa. Dicen los malpensados que, además, la pareja está de morros y así aprovechan para darse un tiempo, no son los primeros ni los últimos, mira Belén Esteban y Fran Álvarez. Lo único, que Cristina no va a poder reflexionar a gusto con su prole y las de sus hermanos Elena y Felipe dando por saco de la mañana a la noche. “Mamá, que Leonor me ha sacado la lengua”. “Mamá, que Froilán me ha dado un sopapo”. “Mamá, mira, sin manos”. Al fin y al cabo, aquello no deja de ser una urba de playa con su jardín, su seguridad y su piscina comunitaria, aunque sea con cargo a los Presupuestos Generales del Estado.

A todo esto, con el abuelo no cuentes. Ni Cristina, ni servidora, con los hombres ya se sabe: van a su bola. El chupatintas de mi suegro se ha quitado de en medio con la excusa de que Montoro le ha quitado los moscosos y se queda de rodríguez en Madrid más ancho que largo, que como en casa, en ningún sitio. Y el pobre don Juan Carlos, además de bajarse el sueldo para dar ejemplo, se ha puesto las pilas alcalinas por la cuenta que le tiene y está de la ceca a la Meca abriendo mercados como Marco Polo. Y eso que aún no le ha dado el alta el doctor Villamor de lo suyo de la cadera. Total, que la que tiene que templar gaitas en ese gallinero es la abuela Sofía. De las cuñadas hablamos otro día, ya si eso. Dicen que Cristina y Letizia tuvieron tiempos mejores. Pero si es por pleitos, aquí imputados tenemos todos. Mira, si no, a papá Jesús Ortiz y a la yaya Menchu del Valle declarando ante el juez de Cangas acusados de alzamiento de bienes. Ni Marivent ni Marina d’Or: en todos sitios cuecen habas.